Huir. Abandonar la casa, los haberes, dejar a los perros sin collares; quemar la huerta, los árboles, los libros; derrumbar el muro; correr, correr hacia los montes y volver la cabeza apenas un segundo para ver las puertas abiertas y las ventanas sin pestillos golpeando las paredes al capricho del viento. Dejarlo todo. Iniciar una fuga que sea un periplo sin retorno; contruir trincheras a cada paso en el camino que dejas a tus espaldas; viajar tan lejos como permitan las piernas y no parar, no descansar hasta que nada en el paraje recuerde lo tuyo, hasta que todos los rostros sean extraños, hasta que las lenguas sean ajenas, hasta que los iris sean opacos a tu luz.
Ser camaleón entre las multitudes; ser mudable siempre para uno y el mismo para todos los otros, alcanzar la ataraxia en la invisibilidad. Tener la cualidad del Pajaro luna para imitar la textura y trabazón de los ramales, y mudar la piel ante las pieles ajenas y quitarse los ojos ante las urracas. Borrar las huellas de los dedos, limar las cicatrices, diluir con ácido los labios y la frente: buscar no ser entre quienes viven. Ser crisálida irreconocible en la metamorfósis.
Huir. Abandonar el cuerpo y el cerebro en una cama. Hurgar en una brecha hasta alcanzar los sesos y destruir pormenorizadamente cada recuerdo maldito y cada célula podrida. Huir de todo el peso insoportable de tantos haces de neuronas conectadas. Entrar como en un bálsamo en el laberinto y cortar el hilo y despreciar a Ariadna. Entregarse a los dragones, pedir ser devorado por el monstruo para evitar la espera. Huir, si acaso, hacia la infancia más temprana: poder taparse los ojos con las manos para que las lamias y las brujas se evaporen y el futuro sea de nuevo un juguete de hojalata.
Amanecer como un náufrago. Ser robinsón de sí mismo; la isla, un muro circundante para alcanzar el sueño: dormir, dormir sin miedo, dormir sabiendo que no hay barco ni chalupa ni avioneta que vaya a dar con el peñasco. Morir allí para que tus huesos no viajen más allá del vuelo de una gaviota, y no haya plano ni mapa que permita encontrarte. Matar a Viernes antes de nombrarlo si se acerca.
Huir. Olvidarse de cómo huelen los abetos y el estiercol; olvidar el sabor de los gusanos y las liendres, arrancarse la lengua para enterrar el gusto agrio y terrible de la arcilla, olvidar cómo explotan en la boca los ojos de los peces al morderlos. Partir, partir.
Pero quedarse.
me ha gustado muchísimo.
si me lo permites, te citaré.