Francisco Serradilla
El gramático —personaje nacido en sueños en un pasaje de Santiago (uno de los tantos Santiagos dispersos por el mundo y evocadores de lo que hubiera podido ser un mundo mejor y diferente —o bien peor y diferente—, Santiagos habitados por indígenas americanos casi hermanados con el paisaje, las sombras de la selva, la montaña programática —el Auyantepuy— que Mussorgsky nunca compuso)— se propuso escribir —no experimentalmente, sino con la firmeza y obstinación que emana de la locura— un cuento completo en una sola frase, no simple, como la del cuento de Monterroso, sino larguísima, inabarcable, quizá con la pretensión de emular "La Soga" de Alfred Hitchcock, película aparentemente rodada en un sólo plano, aunque evidentemente esto no es posible y se vale de trucos como aprovechar el oscurecimiento producido por alguien que pasa junto a la cámara para así montar los diferentes planos, pero concluyó —igual que otros concluyeron que el tiempo de pensar en utopías había terminado, que nunca más los hombres soñarían con un mundo mejor —como aquel evocado por todos los Santiagos dispersos por el mundo—, que sólo ya cabía en el mundo un tremendo mercado (tal vez preferible a un totalitarismo de cualquier tipo, pero infinitamente engolado y vacío)— que, aunque ello fuera posible, la complejidad de la estructura resultante (y si esta complejidad no fuera suficiente siempre se podría añadir dentro una referencia al propio cuento, lo que provocaría una recursión infinita —como la de los espejos enfrentados que a todos los niños fascinó un día— o mucho peor aún, una negación del cuento, la afirmación de que tal cuento sería imposible o falso, una especie de teorema de incompletitud de Gödel —quien por cierto murió de inanición por miedo a ser envenenado con la comida (sólo confiaba en su mujer, y a la muerte de ésta la neurosis de Gödel se desbordó, nada más ilógico para un lógico que morir por miedo a que te maten)— o paradoja de Epiménides) escaparía a todo análisis y posibilidad de comprensión humana, que tal vez (¡pobre razón humana, tan poca cosa, tan torpe con la sintaxis!) hubiera que inventar la máquina capaz de procesar, y acaso comprender, el verdadero mensaje —si es que lo hubiera podido tener— de su obra.
Creo que no lo consiguió.