En un bar elegante, encima de la barra, había una cesta con naranjas. De repente, por la periferia de mi vista detecté un ligerísimo movimiento. Miré y resultó ser un gusano diminuto que había saltado de una naranja a la barra. Lo estuve observando un rato. (Tenía tiempo: en la floristería de enfrente me estaban preparando un ramo. Una de las pocas cosas en las que gasto dinero es en flores; alegran la vista, el día, la vida.) Al cabo de unos minutos tuve la impresión de que el gusano, que se movía trabajosamente, intentaba alcanzar el borde de la barra. ¿Sería un gusano suicida?
Quizá fuese ambicioso y soñara con ver mundo y este fuera el primer día de sus aventuras. O tal vez había sido expulsado de su comunidad, y buscaba asilo político en alguna otra cesta de naranjas, el gusano balsero. Cabe decir que una comunidad expulsa a sus miembros, cuando no puede sostenerlos económicamente, pero no hace falta que nadie les diga que se vayan, es el instinto de sobrevivir el que dicta la sentencia. O puede ser, también, que una comunidad haya perdido sus libertades. Entonces, actúa de nuevo ese instinto de supervivencia y hay gente que se va, que no puede vivir sin ser libre. Por otro lado, puede ser que la comunidad, a través de su gobierno y otros sistemas de control, decida expulsarlos, o aislarlos. En todo caso, esas comunidades, al no poder sostener a sus miembros en vida y en libertad, se demuestran claramente inferiores a las que si pueden.
Pero quizá el gusano sólo anduviera en busca de aventuras, como dije al principio. Un gusano audaz: audaces fortuna iuvat. Por desgracia, el viaje no le duró mucho al gusano. Cuando el camarero me trajo el cambio y lo vio, cogió un trapo y lo aplastó. Aquí también viene a cuento una famosa frase latina: deus ex machina.
No me atrevo a ponerle una moraleja a esta fábula de bar un tanto ridícula. Tendría que ponerme nihilista, o cínico, y no me apetece. Mejor lo dejo estar. O ya lo pensarán ustedes.