Si yo fuera Jerónimo Saavedra exigiría a José Manuel Soria disculpas, pero no por haberme hecho objeto de sus insultos, sino por haberme hecho objeto de sus fantasías.
El Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche describe fantasía como “guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de un deseo y, en último término, de un deseo inconsciente”.
Entre los pocos aciertos que le quedan vivos al imaginativo Freud, figura el de que “toda fantasía encubre un deseo reprimido”. A la vista del detalle con que Soria describe una situación imposible —”pierdes aceite”, “vas a resbalar sobre ti mismo”, “puedes quedar en posturas muy incómodas”— es un hecho que el caballero ha dedicado un tiempo, no corto, a imaginar a su ofendido “cayendo”, “abriéndose”, “escarranchándose”, “haciendo posturas incómodas”. Ha elaborado, pues, una fantasía.
Lo que Freud denomina Phantasien son ante todo los sueños diurnos, escenas, episodios y ficciones que el sujeto se forja y se narra a sí mismo en estado de vigilia, constituyendo un mecanismo muy socorrido de la personalidad histérica. La estrecha relación entre fantasía y deseo se confirma por, cito: 1) tratarse de guiones, aunque se enuncien en una sola frase, de escenas organizadas, susceptibles de ser dramatizadas visualmente; 2) el sujeto está siempre presente en tales escenas, como participante o como observador; 3) lo representado no es un objeto al cual tiende el sujeto, sino una secuencia de la que forma parte y en la cual son posibles, por tanto, las permutaciones de papeles y de atribución; 4) en la medida en que el deseo se articula así en la fantasía, ésta está implicada en operaciones de defensa; 5) tales defensas, a su vez, se hallan indisolublemente ligadas a la función primaria de la fantasía (la escenificación del deseo), escenificación en la que lo prohibido se encuentra siempre presente en la posición misma del deseo.
A mi juicio, pues, no sólo estamos ante un caso de actividad fantaseadora, sino ante una hermosa fantasía homosexual. La fantasía homosexual es la construcción de imágenes eróticas con personas del mismo sexo. El escaso 20% de hombres a los que les toca no tener ninguna experiencia homosexual en su vida, no escapa a las fantasías homosexuales, pues éstas son patrimonio filogenético: unos lo admiten y persiguen asumidamente su placer con imágenes explícitas; los más machos (o sea, los menos evolucionados) no, pero no importa: la evolución dispone de los sueños para que no revienten, y la cultura del lenguaje simbólico para facilitar, analógicamente, la comprensión de los contenidos ocultos.
Las teorías psicoanalíticas de la transformación, aplicadas con cuidadito, nos ayudan a comprender, gracias al lenguaje simbólico, el verdadero contenido de lo enunciado en una fantasía o un sueño. El inconsciente individual es el hogar de los simbolismos. La función simbólica, pues, hace su aparición justamente cuando hay una tensión entre contrarios (deseo/represión), para que la conciencia resuelva lo que no puede con sus propios medios. Siempre que alguien elabora una analogía, está, en realidad, exponiendo su inconsciente y su particular comprensión de la realidad, cuando no explícitamente su deseo de que la realidad sea como imagina... aunque a veces los símiles nos salgan automovilísticos.
De nuestra —por pública— excelentísima fantasía sólo me queda curiosidad por el papel que desea para sí el autor, pero — ya sé, ya sé que voy a la contra— a mí me parece que el alcalde ha sido muy valiente autodenunciando lo que le pasa por la cabeza.
Una interpretación muy buena. Me encanta leer sus textos.
Comentado por Francisco J. Marín el 2 de Febrero de 2004 a las 09:07 PM