Mi dulce niña presenta síntomas que pueden confundirse fácilmente con la paranoia. Pregunta constantemente el por qué de lo que se le ha dicho, no el del contenido, sino el de la forma: ¿por qué me lo has dicho? ¿qué quieres decir? ¿es en broma o en serio? Mi retoño ha descubierto que las palabras no siempre significan (“ignifican”, dice) lo que parece, que hay intenciones ocultas, deseo de mover sus afectos a través de la conversación. Y que los tonos de voz contradicen nuestras palabras: ¿por qué me lo dices así?
Las palabras pierden inocencia para ella. No tardará el momento en que aprenderá que la malicia es un recurso importante frente al mundo. E incluso el momento en que descubra que siempre somos menos malvados de lo que nos pensamos.
Me preocupa más que se convierta en una auténtica paranoica: que piense que los demás actúan sólo en función de ella, que toman sus decisiones atendiendo a la animadversión que ella puede provocar en los demás. Si eso es cierto a veces, no lo es siempre. Y, sobre todo, la sociedad no actúa (salvo excepciones notables y evidentes, pero aún así matizables) en función de los individuos. Sobre todo porque eso produce una distorsión de la realidad que impide la correcta comprensión de los mecanismos del comportamiento social.
Pero, mal que les pese a los paranoicos, su actitud no es lo contrario de la ingenuidad: lo contrario de ésta es la percepción crítica de los mecanismos individuales y sociales que promueven la acción colectiva, el comportamiento social. La paranoia impide la acción, o la orienta erróneamente. Mi querido colega argentino Escribano Collins perdió unas oposiciones a universidad por ingenuo: nunca pensó que las protestas de independencia de su catedrático y presidente de tribunal fuesen infundadas. Escribano Collins desarrolló, a raíz de este acontecimiento, una paranoica animadversión hacia el estamento académico: no le querían. Error. Los grupos cerrados, cuando te aplastan, lo hacen sin intención, no es personal: no es que no te quieran, es que sólo quieren a los suyos. Este comportamiento se acentúa si el grupo se siente amenazado en sus privilegios: se acoraza frente al exterior, frente a lo ajeno, frente a la novedad.
Espero que mi tierna infante no caiga en el paranoico error de considerar que el rechazo ajeno está causado por su excelencia, porque puede verse tentada a parecer peor de lo que es para conseguir ser aceptada. Si te rechazan es porque no has utilizado la estrategia adecuada, no has movido los resortes idóneos, porque no has pensado como ellos. Ahora bien, ¿realmente quieres pensar como ellos, realmente quieres ser como ellos?