Para bien y para mal el mundo del trabajo ha sido masculino. No gratuitamente el patrón de los hombres/padres es san José Artesano: según los evangelios cristianos, el anciano José, de la tribu de Judá, fue elegido por el clero para desposar con María, una púber que acababa de tener la menstruación y ya empezaba a ser vieja para reproducirse. Pero ella, rebelada contra las normas religiosas, anunció que sólo concebiría de Dios. Se autodeclaraba, pues, virgen y divina para siempre.
Cómo concibió y parió da para jugosos off the record, pero, abreviando, alumbró al mesías judío —entre otros hijos— sin intervención de José. Los escribas herederos de la fe cristiana aún intentan malabares intelectuales para explicar el asuntillo, pero lo cierto es que sus jefes diseñaron, mezclando biología y cultura, el persistente modelo de familia cristiana: la mujer, pura, casta, dedicada en cuerpo y alma a criar: La Virgen; el primogénito varón, un reyecito autoglorificado: El Hijo de Dios; y el currante mantenedor, José... santo de segunda sin derecho ni a mayúsculas.
Probablemente el mito recreaba, en origen, las funciones biológicas de género con respeto. Pero se extravió, en mente de listillos, hasta el de “ella en casa” y “él al trabajo remunerado”, perjudicando tanto a mujeres como a hombres: si nosotras quedamos en una situación dependiente y subordinada, ellos también, teniendo que trabajar más de lo que les correspondía para sustentar el delirio de su superioridad. Visto desde este ángulo, el macho se revela, más que dominante, como un empleado fulltime de la vida.
Mañana se celebra, ¡redundancias!, el día de La Mujer Trabajadora, aunque se conmemora el Día de los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Denominación popular e institucional reflejan que los conceptos “Hombre”, “Mujer”, “función”, “trabajo”, “derecho”, “igualdad”, crearon verdaderos líos acerca de los roles y capacidades de cada género, teniendo las mujeres que reivindicar su incorporación al mundo del trabajo para poder evidenciar la igualdad política.
Desvelado el mito antiguo y creado el moderno del “derecho al trabajo”, las mujeres, a pesar del deslome de la triple jornada, hemos demostrado estar capacitadas para realizar cualquier tipo de tarea, y hemos provocado cambios evolucionarios sin precedentes: el mejor de ellos, a mi juicio, el de haber intervenido librealbédricamente en el devenir humano, aportando un giro inesperado a la trayectoria biocultural de la especie.
Pero el nuevo contexto exige una participación distinta de los hombres. Sin embargo sabemos, intuitiva y científicamente, que su organización químico-cerebral, diferente a la de las mujeres, es menos generosa: realmente no están dotados para igualar el despliegue operativo de que somos capaces las doñas. Trabajar, criar y llevar una casa es, en ellos, una ecuación imposible. ¿Podemos requerirles “igualdad” de comportamientos?
Biológicamente no me atrevo, no hay más cera que la que arde y, además, “La Casa” ha sido un reino culturalmente vedado al hombre por las propias mujeres: hay que reconocer, también en esto, una injusticia.
Pero... ¿y si convertimos la Incorporación al Mundo de lo Doméstico en un Derecho del Hombre? ¡Perseguir un triunfo cultural en lugar de admitir un fracaso biológico! ¡Con su Día y todo! ¿Eh?
¿Qué tal? Uhmm, veo que en mayo hay fechas libres. Bien, que no se diga que no he puesto mi granito: propongo el 19 para celebrar, un poner, el Día del Hombre Mejorado, en homenaje a los primeros hombres que cayeron abatidos por el temible ejército de productos de limpieza, defendiendo su derecho a ser Sapiens además de Homo. ¡Ánimo!