Raúl Pérez Cobo
Desde que el primer chamán invocó otras realidades para la tribu y la presencia de los seres invisibles, de los descarnados, de los incorpóreos, se hizo cotidiana entre los hombres, el alfabeto no se ha sentido más conjurado hasta la época de la alquimia o los aquelarres. El poder de la palabra mantiene un código, un enigma cifrado en sí, una jerarquía jeroglífica que hace del descubridor de su clave poco menos que un arqueólogo. La traducción no es otro asunto. El cómputo silábico, el ritmo, lo cuantitativo, las cifras, los acentos, manifiestan una realidad que trasciende. (Visión que nos lleva al cine. Cómo no recordar a Boris Karloff en “La Momia”, invocando a su amada, trayendo su reencarnación hacia él. Cómo no recordar “Imágenes en Acción”, de Pratchett, donde se da un homenaje al principio del cine, como cosa mágica, del mudo al sonoro, un homenaje a la propia palabra: “Aún no habían encontrado la manera de añadir sonido a las imágenes en acción...Holy Wood se expandía a toda velocidad: casa nuevas, calles nuevas, hasta vecindarios nuevos, aparecían de la noche a la mañana. Y, en aquellas zonas donde los aprendices de alquimista, que habían hecho unos cursillos hiperacelerados, no estaban del todo familiarizados con los aspectos más delicados del octoceluloide, desaparecían aún más deprisa...Lo único que hacía falta era un muchacho de pulso firme y no fumador que supiera leer instrucciones de alquimia, un operador, un saco de demonios y montones de luz solar. Ah, y unas cuantas personas. Pero personas había de sobra”. No existe mayor esfuerzo imaginativo que procurarse un alfabeto, un idioma capaz de dar cuenta de cosas que están pero que no se ven o de cosas que no se ven, pero que están. Toda mitología parte del lenguaje, sin el lenguaje no sería nada. Tolkien lo reclamaba para su país: “Una épica para Inglaterra”. Y Tolkien era la suma de varias lenguas. (Aunque Ortega esté en el lado opuesto: “El arte es artificio, es farsa, taumatúrgico poder de realizar la inexistencia”. Todo está en la lengua. La inexistencia, implícita y es taumatúrgica, pero nunca es artificio. La declaración de que la garganta del hombre sea un artefacto comparable a la máquina de Gutenberg, es menos que una metáfora del filósofo. Ya que continúa: “El poeta empieza donde el hombre acaba”. Habría que discutirlo con aquel cromañón que viese por primera vez el destello de un relámpago, un eclipse, el nacimiento de uno de los suyos...). Lázaro Carreter argumenta: “El rapsoda compone en un lenguaje convencional”, aunque “lo natural nunca puede ser artístico si no pasa antes por el taller del poeta, que le infunde otra naturaleza mediante la sustancia llamada estilo, de donde resulta una criatura nunca antes existente en el mundo...(parafraseando a Ortega)...La obra literaria, por tanto, no transparenta al hombre de carne y hueso que la ha firmado, sino al artista y artífice en que ha delegado para escribirla”. Puede ser que Manrique delegara en el dominio de los octosílabos antes que confiar en el sentimiento? Sólo la maestría del orfebre no demuestra más que que la técnica está al servicio de un modo de decir, de la lengua del propio tiempo en el que vive uno. El único magisterio posible es la lengua, no su símbolo, descubrir el fuego oral que la enciende. Celaya manifiesta: “La Poesía, no es una especie de iluminismo?” San Juan, responde: “Los sentidos de que aquí particurlarmente hablamos son dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía, los cuales ordenadamente se sirven el uno al otro: porque el uno discurre imaginando y el otro forma la imaginación o la imagina fantaseando; y para nuestro propósito lo mismo es tratar del uno que del otro”.
Un excelente artículo documentado y generoso en citas e ideas como nos tiene acostumbrado Raul en su blog inculatorias, de recomendada visita, donde la historia de la literatura se mezcla con la poesía y con la vida:
http://www.raulperezcobo.blogspot.com/
Uno espera que el próximo artículo en Almacén nos hable más de su poesía y de la visión que tiene por la palabra.
Raul es poseedor de un alfabeto con el que puede escribir cosas que están y que no se ven, un lenguaje recién hecho y tan viejo como la muerte.
Comentado por hb el 3 de Enero de 2004 a las 06:40 AMFue Sebald quien dijo que se escribe con la cabeza y no con el cuerpo...
Se ve que no llegó a conocer tu endemoniado (y poético) alfabeto carnal...
Porque una vez más, Raúl, sodomizas al artículo con citas imprescindibles que violan nuestro común y pobre entendimiento... y nos hacen perder la virginidad con cada nueva lectura.
Infinitas gracias te sean dadas por ello...