Un ruido estridente de zanfoñas, vihuelas y chirimías acompaña a la subida de telón. El escenario presenta la particularidad de estar inclinado hacia el patio de butacas en un ángulo, elevado por el fondo pues, en un ángulo que permita que una canica se precipite hacia el foso de los espectadores con rapidez. Hay una ausencia dolorosa de muebles, decorados, atrezo, música o juegos de luces: nada. Al fondo, hacia la derecha del espectador un hombre y una mujer, desnudos, hacen el amor.
Él¹ ¹ No debe haber simulación; tampoco se deben contratar a actores porno, incapaces por lo general de expresar amor; es intrascendente el aspecto físico; quizás no deban de ser actores. está tumbado boca arriba y ella se sienta sobre él, erguida, moviendo despacio y cadenciosamente sus caderas y agarrando las manos de él sobre sus pechos. No hay prisa. Ambos se tocan y se acarician, se agarran con cariño y placer. Ella echa hacia atrás el brazo izquierdo y con su mano cayendo por la espalda y las nalgas acaricia sus testículos, los aprisionan, los aprieta y vuelve a la suavidad. Ámbos gimen leve y dulcemente.
Ella se separa. No llega a incorporarse del todo, pero con naturalidad se tumba boca abajo ocupando el sitio que él deja para situarse sobre su espalda. Él baja la cabeza hasta la altura de su culo y, al tiempo que ella eleva ligeramente las caderas, él hunde su boca entre las nalgas. Ella comienza a gemir de nuevo y sus pies se tensan, y sus manos se estiran sobre el pavimento. Entonces ella hace un movimiento mínimo, apenas perceptible por el auditorio pero sufuciente para que él sepa: retira su boca y coloca su pene entre las piernas de ella y se estira para besarle la nuca, las orejas, el cuello...
Ella pasa su brazo por debajo del cuerpo y agarra el pene y lo introduce en su vagina. Entonces arquea un poco su espalda para facilitar la penetración y pone sus dos brazos bajo su cuerpo y con las manos se presiona el pubis. Él comienza a moverse despacio, rítmicamente. Él permanece en absoluto silencio, pero ella gime con placer. A medida que comienza a aumentar el ritmo de la penetración, ella comienza a cambiar la suavidad de sus levísimos aullidos por gorjeos más graves y rotos al tiempo que la luz en el escenario empieza a desaparecer. Al llegar al climax ella ya ha convertido sus gritos huecos en alaridos estremecedores, y coincidiendo con ellos la oscuridad se hace total por un segundo apenas y comienza a iluminarse de nuevo poco a poco la sala. En ese segundo de oscuridad, el hombre se levanta y, ya con luz aunque tenue, comienza a cruzar el escenario en dirección al público, andando sin mostrar espanto ni prisa, y con el pene chorreante de sangre, baja las escaleras hasta la platea y desaparece por alguna de las puertas que dan al pasillo del teatro. Mientras, ella permanece inmóvil sobre el suelo, y un charco rojo comienza a expandirse bajo su vientre y a rodar hacia el expectador.
No cae el telón. La representación no termina hasta que el último de los espectadores decida abandonar la sala.
Hay tantas lecturas como lectores.
Y tantas formas de hacer el amor como penes.
La sangre es otra cosa.
La sangre es el personaje que llega un poco tarde, cierra el triangulo y afila la navaja.
Ese pene sangrando es una imagen terrorista y aterradora.
Paz a las mujeres de buena voluntad, dijo el angel.
Siempre hay un espectador que no abandona la sala.
El charco de sangre debe seguir creciendo.