Noviembre, viernes, 28.- Antes de la cena de ayer en la que toda América sacrificaba un pavo en acción de gracias estuvimos viendo, mientras llegaban los invitados, una Norma histórica con Montserrat Caballé, Jon Vickers y Josephine Veasy filmada al aire libre en 1974 en el Teatro Antique d’Orange en el sur de Francia y dirigida por Guiseppe Patané. La casa olía a fiesta, la mesa vestida con un mantel azul de Lagartera y adornada con la vajilla, la cristalería, la cubertería de una vez al año, y unas orquídeas de Tailandia apresadas por un sol también festivo y dominguero. Todo con una perfección y limpieza que casi dolía.
Norma-Caballé, diosa total, con una corona de flores y un haz de oro en sus manos, aparece y su voz de plata llena la sala y nos mantiene en vilo y en silencio, respirando con la perfección de su voz, la aparente sencillez de sus pianisímos, su belleza, y el mistral insistente moviendo la túnica de la sacerdotisa., haciéndola todavía más intocable, más fiera, más guerrera, más divina, y moviendo las túnicas del coro, palomas con voz escapándose entre pentagramas. Esperamos con impaciencia y temblor el “Casta diva” con una Norma única e insuperable, la luna llena reflejándose en el muérdago sagrado que lleva entre sus brazos.
Casta Diva, che inargenti
Queste sacre antiche piante,
Al noi volgi il bel sembiante,
Senza nube e senza vel.
Adalgisa se acerca a Norma a contarle un secreto. Está enamorada. Y cuando Norma quiere saber il nome del amante y pregunta:
Ma di': l'amato giovane
Quale fra noi si noma?
La guerra empieza cuando Adalgisa le responde :
Culla non ebbe in Gallia:
Roma gli è patria.
Después escuchamos “Mira, o Norma” ese diálogo que es una afirmación de poder y de sumisión entre dos mujeres enamoradas del mismo hombre, la una madre y amante despechada, la otra virgen y enamorada, las dos heridas por el “amor”, amigas y enemigas, marcada una de ella por la muerte, la otra por la vida. Un diálogo en el que a veces se entrelazaban las voces en una fusión escalofriante costando adivinar quién era quién. Por la naturalidad y aparente sencillez con que canta, por el dramatismo en los gestos, por el movimiento del cuerpo, por el control de la respiración, por la fuerza del mistral que soplaba como el invasor romano, por la ternura y la violencia, Caballé es la Norma para siempre, es LA Norma por excelencia, un milagro, la perfección total. Una Norma para llevársela el día de la muerte y ser condenados a escucharla por toda la eternidad.
Se habla de Norma y otros dos nombres saltan automáticamente: Callas y Sutherland. La santísima trinidad de sopranos en la que la Madre es la griega, la Hija es la catalana y la Espíritu Santo es la australiana. Cuando Callas vio en París esta Norma en película le gustó mucho la actuación de Caballé y la llamó por teléfono para elogiar la interpretación y la grandeza de su entrega tanto para la música como para el personaje y le mandó como regalo los pendientes que Visconti le había dado a Callas cuando ésta cantó Norma en La Scala en 1955. Otra memorable actuación.
Pero ni el orden en la casa, ni el olor a fiesta, ni la sonrisa del horno encendido, ni el brillo de seda de las orquídeas, ni el fulgor de terciopelo de la voz de Norma, ni la belleza de la luz: una sacerdotisa bendiciendo los visillos, ni tu presencia, ni el Jerez encendido en copas de fino talle, pudieron quitarme de la cabeza que dos pisos más arriba un cuerpo recién muerto empezaba a aburrirse de vida y se llenaba de oscuridad total. Un cuerpo que cuando vivo creyó en la resurrección y en la vida eterna y que envuelto en un traje de fiesta esperaba que se lo llevaran a un cementerio lleno de lluvia. En millones de casas se reunían familias alegres a agradecer a la vida haberles permitido vivir un año más y sacrificaban un pavo envuelto también en traje de fiesta. Yo pensaba en la muerte en ese día de acción de vida y en la hoguera en que Norma y Pollione se quemaban para siempre.
Querido Hilario:
Contacto contigo a traves de este medio para pedirte que me envies un e-mail. Te prometi que te mandaria un poema la semana pasada, pero he tenido un problema con el ordenador y he perdido todos los e-mails que tenia archivados.
Por favor, contacta de nuevo conmigo.
Raul
Comentado por raulperezcobo el 3 de Diciembre de 2003 a las 05:31 PMEstimado Hilario,
Recorro todos los días el mismo camino, son trescientos metros. No cuento los pasos y me demoro mirando un muro, una nube o la luz rebotada que pinta formas distintas a cada instante. Es un museo inventado, único, vivo y cambiante.
Estoy leyendo (despacio) tu libro "Las estaciones del día" y me siento en un vagón (27 de abril) donde no me puedes ver y miro como miras el día perfecto (como una décima de Jorge Guillén, con la luz de un bodegón de Zurbarán). Ahí, en los signos trazados sobre el papel, descifro: "pensamos que la felicidad está al otro lado, pero está muy dentro de nosotros".
De pronto una revelación. La felicidad se te derrama con cada mirada, empapa cada objeto que describes en una ciudad que imajinaba a veces gris a veces feroz. Pero en ese paisaje tambien hay gentes, no solo objetos, donde posas tu felicidad a riesgo de perderla, y de gente pasan a amigos que hoy viajan en un vagón de metro.
No explico nada, solo he recordado unos versos que amo y guian un poco mi vida:
"Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura."
Ya imajino que los "trescientos metros" que tu recorres todos los días los vas vistiendo de hermosura. Ahora cuando veo el muro herido por el hierro (una verja de hierro ordinaria) recuerdo la entrada de una estación de metro, por ella apareces.
Otro cuadro-imagen añadido a este museo particular que visito cada mañana.
Gracias.
Amigo Cayetano:
Gracias a ti por tus hermosas palabras sobre Las estaciones del dia.
Todos recorremos nuestros trescientos metros cada dia, pero hay gente que no solo no los viste de hermosura, si no que no los desnuda de fealdad, que no es lo mismo. Los otros, los que estan ciegos, pasan sin ver el olor de una mirada o el tacto de una rosa. Y los trecientos metros se les hacen una eternidad. O sea, una vida.
Pero a veces es dificil, si se esta ciego, leer a Juan de la Cruz que tanbien escribio este verso tan certero: "adentrandonos en lo oscuro"
Gracias por todo.