Leyendo a Jovellanos, he encontrado esta pequeña joya en referencia a los actores de su tiempo, el siglo XVIII: “... el soplo y el acento del apuntador, tan cansado como contrario a la ilusión teatral, el tono vago e insignificante, los gritos y aullidos descompuestos, las violentas contorsiones y desplantes, los gestos y ademanes desacompasados que son alternativamente la risa y el tormento de los espectadores, y finalmente aquella falta de estudio y de memoria, aquella perenne distracción, aquel impudente descaro, aquellas miradas libres, aquellos meneos indecentes, aquellos énfasis maliciosos, aquella falta de propiedad, de decoro, de pudor, de policía y de aire noble que se advierte en tantos de nuestros cómicos, que tanto alborota a la gente desmandada y procaz y tanto tedio cacausa a las personas cuerdas y bien criadas.”
Es como si estuviese hablando de la telebasura de nuestros días. Yo no tengo televisor, pero me pongo la radio para desayunar y en la radio también hablan de la telebasura, o de su principal soporte, el ajetreo cotidiano de unas personas denominadas “famosas”. No es mi intención inmiscuirme en los terrenos de Ramiro Cabana, pero me ha hecho gracia que el mismo afán moralizante burgués haya llegado a nuestros días y de tan atrás, prácticamente intacto.
Admito que más burgués que yo es difícil serlo, por lo menos en términos de moral pública o social. La privacidad y el decoro me parecen esenciales para la convivencia urbana, sobre todo cuando lo que uno desea es que le dejen llevar su vida en paz. Mi piso es pequeño y da a la calle, pero vivo en un barrio tranquilo, tan burgués como yo, y no hay ruidos que me quiten el sueño ni me extraigan violentamente de mis lecturas. Los vecinos son gente seria, y tampoco se exceden en celebraciones y trajines. No se meten con nadie y esperan lo mismo de los demás.
Alguna vez, sin embargo, he estado en casa de algún conocido y éste ha puesto el televisor, probablemente para desaburrirse de mis palabras, y he tenido ocasión para observar eso que llaman telebasura. Un verdadero bochorno, es precisamente el tipo de vida y de visión de la vida de las que huyo. Me he encontrado allí, frente a la pantalla, y he tenido que apartar la vista, por pura vergüenza.
Pero lo que me interesa aquí no es precisamente hablar de esa basura, lo que me ocupa es señalar que los discursos en su contra vienen de muy lejos, prácticamente desde el gótico. No estamos ante una situación inusitada. El placer del populacho, de la “gente desmandada y procaz”, no ha cambiado gran cosa. O quizás sea otra cosa la que ha cambiado.
Me comentaba Arístides Segarra no hace mucho, que probablemente el número de personas capaces de leer un libro exigente o de escuchar un diálogo o una sinfonía, siga siendo el mismo de hace veinte años. Pero la población ha crecido, por lo que el público culto es una minoría todavía menor, y como lo que rige es el índice de audiencia, o de consumidores potenciales, pues esa minoría va perdiendo fuelle. Y así nos va.
Durante gran parte del siglo veinte, hubo un discurso dominante, más o menos culto. Aunque en España eso siempre es discutible, por culpa de la interrupción de la democracia durante cuarenta años. Pero pensemos en Europa. En Europa hubo un discurso dominante que tendía a ser culto. La última gran generación culta fue la que ganó la Segunda Guerra Mundial, o perdió la Guerra Civil. Pero su influencia se notó hasta casi el final del siglo. Ahora, sin embargo, el discurso dominante tiende a la procacidad, surge del bajo vientre y proporciona placer al cerebro reptiliano, la parte menos desarrollada de nuestros sesos.
Hace cuatrocientos años, quienes se quejaban de esta situación bajoventral, lo hacían en referencia al teatro. Y ese teatro, señores y señoras, nos proporcionó a Lope y a Calderón. ¿Será Javier Sardá el Lope de nuestro tiempo? Lo dudo. Lo dudo mucho. Pero creo que si vamos a comportarnos como gente culta, hay que adoptar un poco de perspectiva: las quejas sobre el detritus cultural no son nuevas, vienen de muy antiguo.
Lo que hay que hacer, creo, es enseñar a leer. a pensar conceptualmente. No hay que dirigir el pensamiento, hay que darle instrumentos para que se dirija él mismo. Es algo que quizá no interese a nuestros gobernantes. Saber leer es saber leer entre líneas, y a ningún discurso político le gusta que le hagan eso. Pensar conceptualmente significa pensar críticamente. Todo el pensamiento occidental sobre la libertad parte de esa formación.
Tal vez los mismos políticos que se quejan de la telebasura, mientan. En realidad la basura es lo que les conviene. La basura, la ignorancia, la brutalidad —lo sabe cualquier cacique— son ingredientes esenciales para mantener a raya a los esclavos. Y para crear nuevos.
Mi URL habla por mi. Gracias.
¡¡¡ EYACULAR O MORIR !!!
Comentado por Pasquinel Beltrán el 30 de Diciembre de 2003 a las 05:40 PM