Irene querida: bien sabes que te legaré una pesada herencia, una carga excesiva para tus jóvenes huesos, material y espiritualmente. Dinero, ni un duro, pero mi biblioteca te pertenece y con ella todos mis papeles, los tangibles y los virtuales. Dado que carezco de la arrogante juventud de mi querido y tu respetado Colom, que se atribuye veinte años de plenitud mental, o de la indecisión de tu putativa, que tan pronto piensa que no llegará a los cuarenta como se ve en su ancianidad octogenaria compartiendo todavía su vida conmigo (sólo el optimismo, dulce monstruo de juventud! puede hacerle pensar que llegaré a centenario), hago los preparativos pertinentes para el día en que mi albacea te haga propietaria efectiva de mis más preciados tesoros.
Entre estos preparativos incluyo una guía de lectura de mis papeles y mis libros, pues dudo que compartamos el tiempo suficiente (ya no lo hacemos) para traspasarte viva voce los conocimientos necesarios que hagan de mi legado una auténtica transmisión del saber. Creerás sin duda que dramatizo en exceso, pero hay síntomas que no te he contado que, si bien no significan nada, acercan mi espíritu al momento de la pérdida. La otra noche haciéndote la cena me faltó la visión, y tuve durante una media hora la experiencia de mi incapacidad para cuidar de ti. Tú no notaste nada, y logré recuperar la compostura al tiempo que la visión completa. Primer aviso.
Tengo por otro lado siempre presente la agudísima sensación que me produce llegar tarde a recogerte: tu ansiedad, tus reproches, tu desamparo ante la sola sombra del abandono me causa tal dolor que en verdad llego a creer que asisto al raro privilegio de vivir la desolación que perderme te causará algún día. Como ves, tu padre no sólo es un sentimental, sino un engreído.
Te aviso, pues, que encontrarás, aquí y allá, escritos-guía para navegar por mi biblioteca y la tuya: en los márgenes mezquinos de las ediciones de bolsillo, en los generosos en que se reconoce una edición de los primeros años del novecientos, en post-its, en fichas, en cuartillas, en folios (ah, perdón, DIN A4, ya sabes que incluso mi vocabulario es antiguo), en archivos perdidos en mis ordenadores, y, como no, en lo que escribo en este ESTILO FAMILIAR. No esperes orden, ya sabes: recuerda lo que te enseñé sobre las capas de polvo como método de datación y clasificación.
Pero no tendré tiempo de dejarlo todo atado, aunque viva aún veinte años. Ayúdate, pues, de mis amigos y de mi amante, que te proporcionarán claves necesarias. Uno de ellos anuncia un diccionario de ismos que te será muy útil: machismo (no creas todo lo que dice tu padre), feminismo (no creas todo lo que dice tu madre), chandalismo (no creas todo lo que dicen tus novios adolescentes analfabetos), modelismo (no creas a tus Barbies), botulismo (esto... bueno...). Dejémoslo estar, como muestra ya sirve.
Y recuerda que debes conservar las notas que te dejo en la bolsa del almuerzo. Aunque huelan a chorizo, y aunque tus amigas intenten cambiártelas por gomitas para el pelo o juguetes de huevos Kinder.