Revista poética Almacén
Los Poetas

Roger Colom
La poesía como necesidad y como deber. Roger Colom (Ciudad de Juarez, México, 1964) es poeta. Además, es hombre de teatro y actualmente dirige en Valencia la compañía Tea3; este dato es importante a la hora de entender su poesía, porque característica estructural de toda ella es su talante dialéctico: afán en sus versos de trabar conversación con lo que le rodea y reflexionar —desvelar— así sobre la realidad. La otra característica esencial pudiera ser la ausencia de sí mismo en sus poemas: la construcción de una poesía en la que el lirismo llegue desde la dureza y el pensamiento, y a través de los ojos y oídos del paseante que es. Y otra: la creación de un palimpsesto perenne en torno a las fronteras y su propia desubicación: extranjero esté donde esté. Entre sus muchos poemarios, La arena prometida (1996), Antes el paisaje (1997), La Vida en Sociedad (2000) o Varia mentira (2001).

Vinimos del invierno y los paisajes cortos
contaba el Avi.
Lugares donde se reconcentran las voces a que vibre el agua
y el agua anida en el aire palabras lentas
que han de entrar por la rendija bajo la puerta
o quedan colgadas en el viento como trapos mojados
amaneciendo a veces congeladas.
Lugares donde el salitre y el desaliento cubren las paredes.
Y estos días la luna se queda, invisible
si aún sabemos sigue ahí.

Entra el frío por la ventana rota.
Se concentra un instante del mundo en la gota congelada contra el vidrio.
La luz tensa al amanecer, como ahora.
Abro, llamando al vacío que sé gotea incertidumbre por los sueños
y pronto se oyen las voces de los que esperan.
¿Qué conozco en la diferencia?
la distancia o la luz
luz de la distancia
y sí la siento enfriarse
perder tensión y densidad
y se rompe un poco, ilumina la mañana
aire de vida que duele en los pulmones.

Vinimos del invierno y los paisajes cortos
donde el frío y la humedad luchan por la posesión de la luz;
fueron también vida neustra, sustento y abrigo.
He vuelto al invierno y el desierto me reclama:

De La arena prometida Tornabón, A Coruña, 1996.


Wetback

"Cicatriz," río de recuerdos.
"Frontera," olvido rápido.
Cruzarla, cortarla cada vez, abrirla
si con pedir clemencia al guardia...
              Invitarlo a casa, ¿una cervecita?
Encender la tele, distraerlo y correr
correr a cruzar la frontera, ya nuestra
(ribera iluminada, hoguera de simulacro en aurora y aviso)
saltando a un lado y otro
gritando los nombres del lugar sin cesar
los zapatos sin abrochar para ver donde caemos—
              ahí, es ahí dónde asentarnos
sentar cátedra o cabeza y de una vez
arañando el suelo en busca del tesoro
decir:
              "La herida."

De Antes el paisaje, 1997, inédito.


Viajamos porque el día era azul.
Ya en el hotel, nada parecía contradictorio.
Tú hablabas por teléfono, sentada en el wáter.
Yo miraba debajo de la cama en busca de acertijos.
La lluvia borró el mapa mental
que con tanto cuidado nos habíamos hecho de la ciudad.
Llovía con sol, y dijiste
que parecía que hubieran dejado la luz encendida.
Luego, con un movimiento lateral de la mano
saludas al atardecer, pero no era más que una opinión.
La necesidad de volvera a empezar
—siempre un tanto blanca—
se nos llenó de palabras y comenzó a sangrar
sin que obtuviéramos la transparencia deseada.
Me desnudé frente al espejo
para dejar de reconocerme—
un proceso gradual que se afirma con cada prenda
que cae al suelo, como el otoño.

De La vida en sociedad Destall, Valencia, 2000.

Siglo XIX

De vez en cuando, nos quedamos en casa.
La gente que lee novelas entra en crisis, la invención
de la grapadora fija el margen izquierdo
que anhelaban algunos de sus productores.
Se dice que antes las cosían, un arte ahora perdido
similar al de hablar de perfil cuando nadie está mirando.
La noche cae sobre la ciudad como una turba de luciérnagas.
(Baja la mano, ¿quieres?)
Los lectores de novelas se quejan de la falta que hacen
sobre todo las estufas; en invierno terminar un capítulo
es un don digno de las mejores cafeterías.
A caballo entre dos páginas, el lector de novelas
anuncia su retirada, retira su estandarte, paga la cuenta.
Finalemente, cabalga hasta la esquina donde lo recoge
un coche anónimo, fiel hasta la muerte.
Nunca más sabremos de él hasta mañana, cuando vuelva
y encienda su novela con el mechero que distingue bien de mal
rojo de negro, pedigrí de naturaleza, enfermedad de verano.
Particularmente interesante es la dureza
con la que algunos lectores desequilibran la balanza en su contra.
Muchos comen algo al mismo tiempo, lo desmenuzan
un poco a ciegas y se lo lleva a la boca con el mismo tenedor.
Al que distingue una cerveza en la distancia lo premian.
A cambio recibe un silencio merecido, pinzado entre dos ruidos
cada uno amigo de otro.
Al lector de novelas que no vive en un castillo
le vemos la mueca enseguida, se la pedimos prestada.
Nos gusta mucho el carnaval.

De Varia mentira, 2001, inédito.


Playa

Sobre la arena
una noche de huellas
nos pisa los talones.
Con lo invisible
contra la duna
se va quedando ciego
lo que se ha vivido.

Tu rostro llega a su sonrisa
y vuelve.

Ahora vienen tus manos vacías.
Sé que encierran láminas
de agua y prodigio
luna y arena.

Desembocar en un mar
más elegante y pálido;
y cada vez que bebiésemos
se podría salir a nadar
para no volver.

Pero nuestro tiempo espera solo;
y sólo esperar a que enseñe los dientes
requiere otra vida entera.

¿Me dibujarás
para perderme del oro?

A cambio
puedes poner algo en mi libro
con tu lápiz blanco
y el rumor del horizonte:
mi vida entera contigo.

Así, callado, escucharé
y suave como viene
dejaré que fácil lleguen hasta mí
tu piel y tu beso.

De Viajero con Souvenir, 2002, inédito.


El tercer viaje

Como una vida que entra en otra
y es la otra pero no:
el viaje tiene memoria.

Todavía espero la respuesta.
Cuando era niño
tenía que llevar las mangas de la camisa arremangadas
y un vaso en la mano.
Más tarde repetiría el experimento
sin pasar nunca por el mismo sitio
dejando atrás puentes y dientes
para volver al principio, al azar.

Un día salimos de viaje.
Era un viaje trampa, lleno de nubes
y carreteras que el horizonte manipulaba.
Era como si el mundo extendiera la palma de la mano
para mostrar que en esa no llevaba la moneda.
En el asiento de atrás
y hasta que llegábamos a un paraíso neutral
yo calculaba medias de velocidad.

En realidad, nunca llegamos: tengo fotos.
Algo en la fibra del viaje anulaba cada milla avanzada.
Entonces viajábamos en millas, pero el asfalto no ha cambiado.
Nosotros, por el contrario, éramos tres, dos adelante, yo atrás.
Mis padres, el coche, la palma de la mano del mundo, un tren.
Como si definiésemos un girasol con gafas de visión nocturna
debíamos trazar las líneas de nuestra ausencia.
Yo contaba los vagones.

Grúas defensivas a la entrada de ciudades.
Un caracol pegado al parabrisas por la mañana.
Vallas que publicitaban con subcampeones
vidas nuevas a punto de estallar.
Atravesamos accidentes:
gente desesperada alzaba los brazos.
Ya sabes: la fatalidad con sangre entra.
Desayunos en mesas frías.
Una moneda morada en el bolsillo.

Cuando parecía que habíamos llegado
vimos el mar.
Es la otra palma de la mano del mundo.
(El mundo tiene todas las manos.)
Plataformas petrolíferas, llovía, mantuvimos la calma.
Hay días en que llueve y soy feliz;
como si una promesa estuviera a punto de cumplirse
igual que se cumplen años
o una cosa acaba significando otra.
No me dejaban beber café.
En la foto salimos algo desenfocados.

Creo que los días eran más espesos por aquellos días.
Las horas, por lo menos. Y algunos minutos.
El tiempo absorbía mejor la humedad.
O quedaba flotando en el mar como un gran delfín muerto.
Yo le tiraba piedras, y ahora tú también.
Juntos, preferíamos que no se hundiera, que no hubiera olas.
Hasta que hubo que volver al coche:
empezar de nuevo a contar semáforos y coches
matrículas con el número tres
y remontar las avenidas hasta el hotel:
neones ajenos, llenos de neuralgia
espantados de su propia sombra y parabienes.
En el asiento de atrás
yo imaginaba cómo sería quedarse sin tacto.

Cenar, como cualquier imparcialidad, no era fácil.
Con una cuerda
cuyo último nudo significaba empezar de nuevo
íbamos eliminando posibilidades, tardes enteras.
Los extranjeros éramos nosotros, claro, y yo
me encargaba de contar los minutos que aún quedaban secos.
Apartaba unos cuantos para observarlos.
Coleccionaba los más bonitos en un frasco
que, años después, volví a encontrar.
Los minutos se habían deshecho.
Quedaba sólo arena
y no hubo manera de volverlos a hidratar.
Es lo que pasa con el tiempo.

Naturalmente
para tragarse un río entero no hace falta ser gigante.
Sólo se necesita paciencia.
"O te ahogas."
De regreso, tomamos un camino distinto.
Cruzamos un gran río por un gran puente.
Yo contaba las juntas de la estructura
por el ruido de las ruedas.
"Si caemos al agua, nos comerán los cocodrilos."
Todo viaje incluye, por lo menos, una mentira.

En una ciudad y al adelantar un autobús
vi mi primera iglesia abandonada:
letrero de SE VENDE en la fachada.
Ciudad marrón y gris con manchas verdes a juego
y el aire siempre nublado
como una tos que no desaparece
y empieza a preocupar un poco.

Ahí, alguien me dio la moneda morada.
La volví a encontrar años después
para volverla a guardar y olvidarla:
importante el olvido.
Como una lucidez perezosa
el olvido sorprende a veces con ideas
y recuerdos que parecen nuevos—
sin el desgaste de lo ya contado en mil ocasiones.
Como lo del perro que compramos
poco después de este viaje.

El olvido trae descubrimientos
de repente sólidos y aéreos a la vez
igual que olores, formas de la felicidad
construidas quién sabe cómo
a base de quietud y ventanas abiertas
—algo fresco en verano—
todo lo que parece neutral
y espera un momento para dejar de serlo.

Mi padre explicaba cosas—
lo que íbamos pasando y viendo;
luego se perdía y bajaba la ventana.
Mi madre, mapa en mano, se impacientaba.
De ahí mi sentido de la orientación
incluso cuando llueve y hay que parar
por falta de visibilidad.
O encajar el golpe de una noticia
y pasar la tarde en la piscina.

Todavía no he aprendido a nadar.
Me gusta el olor del aire acondicionado del coche.
El del diesel por la mañana cuando hace frío.
La broma de los cocodrilos se repitió
sobre otro puente sobre una albufera.
Los vimos desde el coche.
En el arcén, había gente con cámaras, y yo
no quise parar.

Inédito, 2003



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Comentarios

YO VIVO EN MEXICO, DISTRITO FEDERAL (CIUDAD DE MEXICO, Y ESTOY INTERESADA EN CONSEGUIR LOS LIBROS DE POESIA DE ROGER COLOM, LA EDITORIAL, ETC. ASIMISMO, ME GUSTARIA QUE, DE SER POSIBLE, ME PROPORCIONEN LA DIRECCION ELECTRONICA DEL SR. COLOM. YO ESCRIBO POESIA EROTICA, Y ME GUSTARIA DARLE A CONOCER MI TRABAJO PARA OBTENER UNA OPINION CALIFICADA Y HACERLE ALGUNAS CONSULTAS. DE ANTEMANO LES AGRADEZCO SU RESPUESTA.

Comentado por susana aguilar corona el 21 de Noviembre de 2003 a las 12:27 AM