Muy buenas. Permítanme resolver con rapidez las felicitaciones a este periódico y blablablá, porque estoy deseando explicarles algo antes de que se me desordene. Verán: hace cosa de un par de meses, el redactor jefe y amigo de este diario me propuso colaborar aportando un pensamiento o así que, la diosa lo bendiga, ha conseguido ver en mí.
Tan vanidosa como insegura, lógicamente, me atrapé enseguida: la primera dijo que sí y la segunda empezó a sufrir: ¿Sobre qué escribir? Me asusta la opinión, tan poco perdurable. Ños, ¿qué me queda, pues?...
Pues, quizá, sólo la realidad, la vida entera y el desvelamiento de sus invisibles con intención científica.
¿Y qué formato darle?
Ajá.
Doy mi palabra de haberlo pensado, ejem, bastante. Finalmente, y como iluminada conclusión, le propuse a mi compañero de andanzas crear e interpretar una partitura “a 4 manos”: he de aclarar que desde hace años estoy incapacitada para explicarme la realidad sin conocer el punto de vista masculino de mis amiguetes. Voy contaminada por la cultura feminista de los setenta, compréndanlo, pero así como ésta resultó ser un flotador ideológico eficaz para remontar rápidos juveniles, ni llena de güisqui permitiría que se convirtiera en el punto de vista desde el que explorar la vida toda. Así que proponerle a un hombre inteligente una aventura heterointelectual se me antojaba arriesgado para el ego pero definitivamente benéfico para el pensamiento: abordar asuntos de la vitalidad con la visión de “la otra” subjetividad debiera mejorar, cuanto menos, el cutis.
Por otra parte, reflejar en plena batalla de géneros el proceso con el que una mujer y un hombre, “costillas de una idéntica condición”, exponen sus culturizadas subjetividades, se despojan de ellas y se atreven con las del inmediato venidero, me pareció un ejercicio periodístico original y aventurero. También es verdad que podíamos haber terminado a tortazos delante de Uds., pero preferí este riesgo al de tener a una oenegé encima por buscar emociones fuertes con otras fieras.
Bien. Primero, mi compi aceptó con entusiasmo el reto y nos fuimos poniendo de acuerdo sobre contenido y estilo de la colaboración. Pero agárrenseme: el mismitito día que habíamos quedado para ponernos a trabajar, me dijo que mejor no participaba, que el debate podía ser conflictivo para nuestra convivencia y tal, pero que, sobre todo, yo “necesitaba un espacio propio” —deduzco yo que donde yo pudiera ser Yo sin interferencias masculinas, tal como reclamaba la Woolf hace tropecientos.
Discusión y conclusiones: “Prudencia”, dijo él; “acojono”, dije yo, pues pensé que el problema no era que yo necesitara un espacio propio, sino que lo tenía ya. “Lo propio” nunca es cortesía de otro: es el botín de una guerra que se libra con una misma, y quien ha incursionado esos territorios está poco disponible para la sumisión, mucho menos la intelectual.
¿Quién tenía “razón”?
¡A saber!: Mientras que para el mundo masculino son valores excitantes, la singularidad, la soberanía y el librepensamiento en la mujer —el “espacio propio”— ahuyenta a los hombres, ora acusándonos de voraz ansia de poderío, ora de memez. Pero, por sacar una media, diría que la actitud de mi compañero ilustra estupendamente cómo están viviendo los hombres elegantes estas situaciones: con prudente acojono.
Decidida a seguir contando con “la otra mirada”, esta vez pedí ayuda a un ilustradísimo amigo —a quien con ocasión de unas conferencias yo había prestado una ayuda similar— para secuenciar comprensiblemente el contenido elegido, evitando a los lectores, en lo posible, excursiones egóticas.
–¡Encantadísimo!
Bien. Elegimos un luminoso día canarión, after rain, de esos que lustran colores escondidos en palmeras y buganvillas, y me lo llevé a disfrutar de Las Canteras (¡a finales de diciembre!), pues este hombre habita en las gélidas tierras íberas del norte.