Cosme Sánchez Zarzalejos se despidió de su familia y del mundo un viernes 4 de enero, cuando cerró la puerta de su despacho tras de sí. La semana anterior fue de ajetreo: compró unas amplias estanterías y las instaló en el despacho sin molestarse en barnizarlas o pintarlas; después fue a la librería más cercana y le pidió al librero que le sirviese todos aquellos libros que él considerase indispensables en el almacen literario de un escritor. Al dia siguiente el mozo de la libreria le lleno las estanterías con todos los clásicos y algunos nuevos valores que el librero se atrevió a incluir en la lista: desde Platón hasta Vargas Llosa, pasando por Cervantes, Moliere, Shakespeare, Tolstoi o Cortázar... y Antonio Gala, cuyo teatro el comerciante consideraba imprescindible.
Cosme, dependiente de banca prejubilado, había decidido que iba a ser escritor, y cuando cerró la puerta de su despacho tras de sí se despidió seriamente del mundo: durante 15 años no salió de su estancia nada más que para los queahceres fisiológicamente necesarios: defecar, orinar, asearse, comprar comida o ir a por tabaco. Su mujer decidió abandonarlo a los 3 años, y se fue con los dos hijos a otra ciudad lejana. En realidad, la silenciosa ruptura entre ambos se produjo un mes antes del encierro definitivo, cuando Cosme fue leyendo desde su casa hasta el hospital y una vez allí permaneció devorando las páginas de una edición de bolsillo de Guerra y paz, mientras su hija de 12 años bordeaba la muerte con la cabeza abierta por la esquina de una ventana.
Al cabo de los 15 años Cosme Sánchez Zarzalejos salió de su despacho con un relato de 50 paginas mecanografiadas a doble espacio que un año después logró publicar en la editorial de un antiguo amigo. Vendió 74 ejemplares y consiguió una reseña en el periódico local que hablaba de una prosa lenta y seca, y una trama ridícula y demimonónica. No se hundió del todo, sin embargo, y durante tres años más envió su relato a todas las revistas periódicos y editoriales cuya dirección consiguió. Nada, ni una respuesta, ni una dsiculpa, ni un insulto más allá del lo lamentamos, pero su relato no entra dentro de nuestra linea editorial.
Igual que decidió su encierro 18 años atrás, una mañana lo clausuró con una nueva despedida: adiós a la literatura, adiós a las estanterís, adiós a los libros. Desde ese momento, 68 años, 1988, se trasladó a un camping de la costa del sol donde vivió en la más absoluta y dichosa desidia hasta su muerte de infato fulminante en 1999.
Vila-Matas escribía que la elaboración de sus novelas siempre le reservaba sorpresas; que por estructurada que estuviese la trama, los laberintos y las trampas, por medidas que estuviesen las pausas y el ruido, el momento de la transcripción era un campo de minas enterradas que explotaban en cualquier momento, y que era eso lo más apasionante de escribir. A mí, salvando las distancias, me pasa exactamente lo contrario: gozo y disfruto con la creación mental, saboreo la superacióon de las dificultades, los diálogos, la lima y curvación de las asperezas y escollos que me se me van planteando en el trabajo mental. Pero me aburre indescriptiblemente la transcipción de lo pensado a prosa legible; más aún: me decepciona, me parece que relleno un molde perfecto con agua hirviendo que lo derrite y deforma hasta que poco queda del hueco original. Como correr por un campo florido y dejar una estela de destrucción.
Esto, claro, es una despedida. No es un adiós tan radical como el de Cosme Sánchez Zarzalejos porque sé que en el camping sería asaltada mi dulce felicidad pastoril por nuevas y atractivas construcciones mentales que, indefectiblemente, habrán de ser traicionadas por una prosa palpable e inútil, pero necesaria. Volveré cuando el fantasma de las letras me haga insoportable el ruido de sus cadenas y me obligue a la luz: 15 días, un año, 30. Quizás para entonces ni ustedes ni yio estemos ya aquí.
¿Por qué?...
Comentado por Bauta el 1 de Septiembre de 2003 a las 09:20 PMQue chorrada no?...
Comentado por Lector 10000 el 28 de Septiembre de 2003 a las 09:21 PM