Para John Ruskin (1819-1900), aprender a dibujar era tanto o más importante que aprender a escribir. No se trataba de convertirse en artista, igual que aprender a escribir no significa que uno tenga que convertirse en escritor. Además, Ruskin alegaba que artista se nace, igual que se nace hipopótamo o jirafa. Aprender a dibujar sirve, según Ruskin, para aprender a ver, a notar: es una forma de fijar la atención. Todo esto lo explica con brillante claridad Alain de Botton en su bello Arte de viajar, a propósito del muy humano impulso de querer apropiarse de la belleza que uno va encontrando por el mundo. Ruskin llegó a deplorar la fotografía porque, en lugar de ayudar a ver, a notar, funcionaba como sustituto de esa actividad: la fotografía como placebo espiritual.
No quiero insinuar, sin embargo, que no haya personas que miren, noten y luego, fotografíen. Eso ya depende del individuo. Pero muchos hemos visto las manadas de turistas que llegan a un sitio, y sin mirar ya tienen cerrado un ojo y el otro atisbando por el visor lo que sea que se quieran llevar a casa: una catedral o una vendedora de flores. Es como si el derecho a malgastar los instantes de la propia vida, la física y la espiritual, viniera incluido en el precio del viaje. Lo que lo constituye, para muchos, en un deber. Es como ir a una boda y sentirse obligado a comer y beber en exceso porque uno ha regalado una sandwichera.
Hace años abandoné mi cámara fotográfica. Decidí que, en lugar de pasar el tiempo buscando la foto, midiendo la luz y averiguando la velocidad de apertura, lo ocuparía en mirar. Como mi mano siempre se ha negado a dibujar, la alternativa para mirar con detenimiento, decidí que escribiría lo que me llamara la atención.
Al principio, sólo anotaba sustantivos. Luego fui añadiendo verbos, adjetivos y hasta mi propia interpretación. Copio de mi cuaderno de notas: "Las vías del tranvía se hunden en el pavimento y desaparecen. Es el fin del tranvía y de una época; la superpoblación del automóvil, la negación de una manera colectiva. Ese borrar de las vías con el asfalto es una forma del olvido. La fuerza de la exigencia de velocidad es la potencia de negarse a mirar, a estar. En español, sabemos que estar es una manera de ser. La quietud es indispensable."
Evidentemente, no intento hacer poesía; lo que quiero es atrapar algo para la memoria: fijar la atención en ello, fuera de mí, y luego mi reacción, interior, en ese momento. La anotación incluye la ciudad, la calle, la hora, el clima y qué andaba yo haciendo por ahí en ese momento. Soy capaz de reconstruir todo un día, todo un viaje, a partir de una anotación como esa.
Mis cuadernos no son tan floridos ni tan impresionantes como los de mi buen amigo, Colom. En los suyos, él anota poemas, fragmentos de diálogo teatral, ideas para ensayos, citas literarias. Como los llama sus cuadernos de la vida diaria, también los utiliza como diario, aunque de manera irregular, cuadernos de viajes y almacén de todo lo que le llama la atención. En ellos pega fotografías, dibujos, publicidad, etiquetas, papeles misceláneos encontrados en la calle, recortes de periódico. Son tan llamativos, que hay gente que se los ha pedido —no me ha dicho si como regalo o a cambio de dinero u otra cosa— pero él insiste en que forman parte de su memoria, de su saber o aprender a leer el mundo, lo que le rodea. Luego, no sé bien si en broma, añade que son el plan de jubilación de su mujer, Carmen, y que será ella quien los venda, él ya desaparecido, si llega a necesitar dinero.
Es más, escribo esto (o el borrador) en casa de Colom y en uno de sus cuadernos. Llegué a su casa con cuatro notas y la intención de escribir este artículo en su ordenador, pero él me invitó a hacerlo en el cuaderno que siempre deja abierto sobre su mesa de trabajo, una agenda del año pasado. Colom dice que prefiere agendas caducas porque así el tiempo y la presión de los días dejan de tener influencia sobre su trabajo de observar. Está claro que los cuadernos, como la libreta de dibujo, se convierten así en lugares de detenimiento, en oasis, lugares donde detener la atención, fijarse, explorar con la mirada o el oído, con la mente, que al fin y al cabo es lo que Ruskin definía como esencial para llegar a ser humanos.
Lo extraño es que escribiendo en este cuaderno, siento que mis palabras se convierten en esas cosas ajenas que Colom va coleccionando y pegando en su libro de la vida diaria. Colom juega a apropiarse de las palabras de los demás dejándonos escribir en su lugar privado, en el sitio que le ayuda a detenerse a mirar el mundo. Es como si me dejase escribir en su memoria.