Que la vida está llena de contradicciones es una lección que Irene debe aprender tarde o temprano. Sentimentalmente me hubiera gustado que fuese un poco más tarde, pero no quiero llevar mi deseo al punto de ahorrarle a mi niña los estímulos necesarios para su crecimiento intelectual y personal. Debo alegrarme sin duda por el hecho que nuestras autoridades estén de acuerdo conmigo, y de que, al parecer, una parte importante de la población española que las ha elegido también lo esté. Debo estarles agradecido, pues tan decisivamente coadyuvan en la formación de mi niña, aunque no deja de sorprenderme una actitud tan solícita para con nosotros, aparentemente tan alejada de la que tienen para con ellos mismos y sus retoños.
Yo la educo para la paz en un mundo violento. Le enseño que hay violencia legítima, y que ésta tiene sus límites en valores que pretendemos sean universales. La escuela la educa para la paz en un mundo idílico en que las miserias humanas se reducen a la guerra contra el tabaco, a la que dedicará más horas lectivas que la guerra civil o la segunda guerra mundial. Como consecuencia, sólo sufre la violencia en carne propia durante el recreo. Irene ya sabe que quien se autoproclama tu amigo es que desea algo de ti. Sus amigas de curso deciden unilateralmente a qué juegan. Si no está de acuerdo, simplemente no juega: desgracias de nacer un treinta de diciembre. Así que opta por esclavizar, a su vez, a las niñas de los cursos inferiores. La televisión o bien la sumerge en la contemplación pasiva de la violencia o en la exaltación estúpida de los buenos sentimientos, léase Barrio Sésamo o los Teletubbies.
No puedo, pues, sino agradecer a nuestro gobierno que contradiga con palabras y hechos una de las directivas fundamentales de la educación de nuestros escolares: la educación para la paz. Les ha obligado a comprender que la paz es una lucha y en absoluto un estado natural de la existencia humana. Les ha obligado a pelear por ella en la escuela, en la calle, en la sociedad. Han aprendido que nuestras ideas siempre se oponen a otras, y que, como dijo aquel, cualquier coincidencia de opinión entre tú y yo es sólo eso: pura coindidencia. El triunfo de nuestras ideas siempre será efímero, lo único permanente son nuestros adversarios.
La junta electoral central, órgano fundamental en nuestra institución democrática, ha aportado su granito de arena a estas reflexiones, dejando en manos de los presidentes de las mesas electorales si las referencias a la guerra y la paz constituían propaganda electoral, y autorizándolos a retirar, por tanto, cualquier posible referencia. Si tenemos en cuenta que más de la mitad de las mesas están instaladas en colegios públicos que, en el ejercicio de su función de educar a sus alumnos para la paz, han llenado sus aulas con dibujos y leyendas alegóricas, obtenemos como resultado que los valores que supuestamente informan nuestra sociedad son suspendidos cautelarmente durante la supuesta fiesta de la democracia. El problema de la escuela es que no les explicamos a nuestros alumnos estas contradicciones. El problema es que no les hablamos de política.