Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Operaçao triunfo

Hola, queridas, aquí vuestro héroe, defensor, confesor, ídolo y aliado, Ramiro Cabana, desde Lisboa. Esta semana no he visto la tele, HE ESTADO EN ELLA. Sí amigas a tanto llega mi amor cristiano por vosotras que me he sacrificado en cuerpo y alma, emergiendo de mi madriguera, o palacete, para traeros estas valiosísimas informaciones.

Y dónde habrá estado nuestro fanático paladín, os autointerrogaréis muy lógicamente, amigas mías en lo televisivo. Pues estuve nada más y nada más que en una gala de Operaçâo Triunfo, la versión portuguesa de Operación Triunfo. Aunque, como es mi deber para con vosotras, la gala en la que estuve no era la gran gala semanal, no, era una gala para perdedores, para los eliminados, una galinha (los lusófonos me entienden) para que los concursantes, que allí se llaman concurrentes, presentasen el penúltimo disco, y para que los excluidos por su falta de talento se despidiesen de su prometedora carrera en el mundilho de la canción ligera. O como viene a se el caso, pesada.

Todo fue muy interesante desde el principio. La galinha debía ocurrir en Estoril, ciudad famosa por haber albergado los remanentes de nuestra monarquía mientras el General generalizaba (café para todos). En cuanto un servidor se apeó del convoy de los Caminos de Hierro de Portugal en la estación correspondiente, se le ocurrió preguntar por el Casino, donde tendría lugar el Evento. El regente de un kiosco fue sumamente amable en informarme que el Casino no era otro que ese adefesio desarrollista que tenía ante mis narices. Le dije que me sentía obligado con él y me lancé a la aventura que os estoy contando.

Nada más llegar, me pusieron de patitas en la calle. Resulta que estaba yo tan tranquilo tomando nota de los canapés que los camareros empezaban a sacar, cuando un jefe de producción me avistó y me hizo saber, con la mayor cortesía, algo muy propio de los portugueses, que era demasiado temprano, que debía esperar afuera. Fue muy gentil, y sin agarrarme de la camisa me mostró el camino. Ya fuera de la sala de prensa pero dentro del Casino se me ocurrió ir a gastarme la pasta de las dietas que Almacén me había proporcionado para que pasara hambre pero no vergüenza. Sin embargo el guarda tuvo a bien indicarme de que con mochila no se puede entrar en la zona de las tragaperras.

(Uno es un periodista responsable y lleva mochila con libreta, cámara de fotos, grabadora de voz y un par de libros para no aburrirse en las ruedas de prensa.)

Así que decidí lanzarme al bar. Amigas, el bar es la patria chica de uno. Viajar significa visitar las patrias chicas de los demás, o sea sus bares. Pedí un manhattan (bourbon con vermú, angostura y una cereza maraschino), el barman, o alcalde pedáneo del lugar, me informó que lo que yo quería era un maÑatan. Yo le corregí a él, él me corrigió a mí y quedamos como enemigos. Luego, el alcalde pedáneo procedió al delicado procedimiento de preparación de mi cóctel favorito. Y lo hizo todo mal.

Bruñó, que tiene columna en esta revista, y es también degustador de manhattans, me ha dicho que el mejor manhattan del territorio espeinol, incluido Portugal, lo sirven en un bar de Sevilla. Será por eso por lo que Bruñó ama esa ciudad.

Por fin llegó la hora de la rueda de prensa y me lancé a hartarme de canapés. Hay unos muy buenos que son como una empanadilla de pollo con curry, legado del viejo imperio portugués. También estaba excelente el oporto blanco seco. Lo que más me llamó la atención es que esta gente considera que entre los canapés debe haber sopa. Y sí, ahí estaba el camarero con sus soperas y ahí estaban los portugueses con su tazón de sopa y su cuchara, de pie, dale que te pego, siendo felices. Yo no la probé. Está claro que la infelicidad forma parte de mi profesión de televisivo reporter y, aunque las dietas me mantuvieran a dieta, no quise pelearme con los hados por un plato de sopa que acabaría aburriéndome aún más o cayéndoseme al suelo en el momento de soltar una carcajada condescendiente.

La rueda, como todas, giró en torno a sí misma y fue de lo más aburrido. Todos los triunfitos, o en este caso, triunfinhos, decían lo mismo: que estaban supercontentos, que les encantaba todo, oye, y que compráramos el disco. Vale. Yo me aposté junto a la bandeja de las empanadillas de pollo con curry y me dediqué a lo mío, que es ahorrarle gastos a la revista Almacén, vuestra revista, amadas amigas. También me hice amigo del amable camarero que me proporcionaba el blanco seco. Al final, los triunfinhos se acomodaron en pirámide triunfal para las fotos y yo decidí ahorrar energía, mi granito de arena ecologista, y seguir con las empanadillas. Me refiero a la energía de las pilas de mi cámara digital, claro.

Por fin salimos al lobby del Casino, donde tendría lugar la galinha. Ahí había una marabunta de adolescentes enfebrecidos/as y con unas cuerdas vocales sanísimas. Todo ello me confirmó en la democrática idea de que a los adolescentes se les debería internar en campos de trabajo hasta que dejaran de ser adolescentes. Así dejarían el mundo libre de sus pendejadas y en manos de los verdaderos dueños del universo: los niños y ciertos adultos. Los adultos que no valen para nada ya tienen su propio campo de trabajo: la política. Obsérvese (de lejos) al presidente del Imperio.

La galinha fue muy entretenida, es decir, eterna, y duró hasta que se acabó. Los ex-triunfinhos cantaron (así se dice ahora) y el adolescentaje gritó. Los padres de los triunfinhos estaban todos ahí mostrando su orgullo con orgullo. Y es que está clarísimo, amigas: que el propio vástago salga en la tele aporta muchos puntos en el bar de la esquina, o sea la patria chica. Ya no se ríen de uno como antes, ya no le hacen trampas al dominó y le dan dos, DOS, azucarillos para el café sin que tenga uno que pasar por la ignominiosa ignominia de pedirlos.

Se cantaron (así dicen que se dice ahora) muchas canciones en la lengua del imperio, el inglés. Así es como les gusta a los productores, que son espeinoles. Mucho inglés significa poco contenido, claro, porque si no entiendes lo que te están diciendo, ¿qué importa lo que digan? Y ya se sabe que a los espeinoles el contenido nos da mucho miedo. Obliga a pensar, y eso es demasiado.

En fin, leves amigas, que me alegro mucho de haber venido a esta movida en Portugal. Me alegro de que no hubiera sido en Espéin, porque aquí me hubieran pillado los comentarios en voz alta, me hubieran echado a la calle de verdad y los canapés no hubieran sido ni la mitad de buenos.

¡AH! Una última pregunta. Taracido: ¿puedo quedarme en el palacete y delante de mi ENORME pantalla de plasma, junto a mis seres queridos, o sea mi chavala y Borja, mi perro salchicha (que ya no se mea en la carísima alfombra), o tendré que seguir viajando? Lo pregunto porque quiero que sepas que me rehúso terminantemente a ir a Eurovisión.

Besitos a todas.


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Comentarios

Ya que me lo preguntas públicamente, te respondo públicamente: tu inestimable labor en los dos últimos meses merecen un descanso y un reconocimiento. Por ello, te exhimo del viaje a ¿Estonia? acompañando a la adorable Beth. Quédate pues en casa, y aprovecha el retiro palaciego para ver en tu inmensa pantalla de plasma un icono de la televisión pública española que no debe pasar por alto tu columna: CINE DE BARRIO. Solázate, goza. Si no tienes bastante con la sesión sabatina, puedes comprarte, si no lo tienes aún, los videos recopilatorios de todos los programas, siempre claro corriendo Almacén con los costes, que ya sabes que no escatimamos en gastos.

Un saludo.

Comentado por Marcos Taracido el 5 de Mayo de 2003 a las 09:47 AM

Vale, Jefe. Cine de barrio. Pero eso puede llevar meses de investigación y pasos por la sala de urgencias a que me inyecten algo para desencabronarme. Le diré a Borja que me ayude.

Comentado por Cabana el 6 de Mayo de 2003 a las 11:11 AM