Del lado de allá no hay nada. Los cuerpos, temblorosos de vida, se pudren lentamente cuando ésta cesa y su conciencia se acaba para siempre con el último suspiro. No creo en la vida más allá de la muerte; no creo en dioses y mucho menos en las religiones que los sutentan. La vida después de la muerte, ya lo dije otras veces, está en los gusanos hinchados por la sangre espesa y negra, en los miles de nacimientos que se producen entre las vísceras, en la savia de las plantas que liben el néctar mortuorio. Esa es la belleza de la muerte, ni más ni menos. También, si no estuvo sólo, vivirá en otras conciencias.
Durante mucho tiempo he buscado tras las esquinas de la luz; he cerrado los ojos centenares de veces esperando que al abrirlos hubiese otra presencia; he acariciado el aire con la esperanza de esculpir alguna forma oculta a la carne; he buscado las huellas por debajo del sonido, he vuelto panza arriba los espacios, he buscado la quietud entre la huellas, he interpretado el vuelo de los pájaros.
No hay nada.
Las hormigas no creen en Dios; no les hace falta. Su mundo es cerrado y unívoco y parecen entender que sus cuerpos en nada difieren de la materia que les rodea. Su religión está escrita en su herencia y consiste en una tarea exacta y necesaria. ¿Cuál es su origen? ¿Cuál su destino? La tierra y la tierra. Su cerebro es tan simple que no les atosiga con otras preguntas que las que pueda responder. Quizás en eso consista la suprema inteligencia y nosotros no seamos más que una degradación de la naturaleza. Ver construir una pelota al escarabajo del estiércol es la mayor lección de misticismo y metafísica que pueda observarse. Si existe un dios, está allí, pero en absoluto de un modo espiritual, sino materialmente, en el ácido fórmico, en los artejos y las mandíbulas. Roon Grebelek, en su quinto cuaderno manuscrito, en anotación del 5 de abril de 1959.
Pero falta algo.
Hay giros en el viento que no podemos explicar. Hay sentidos que nos alertan de lo extraño; hay como una leve capa en algún sitio del mundo que a veces emerge unos instantes. Hablo de ese refugio en el cerebro que se mantiene perplejo y que nos conduce a la duda una y otra vez. Ni la más racional de las mentes carece de él. Está en los puños que se cierran deseando que ocurra; en los labios que no quieren pronunciar el nombre de los muertos; está en la culpa y en la blasfemia. Está también en las fotografías que se salen de sus marcos, en los santuarios y en el cuidado que ponemos en la elaboración de esos recuerdos, como si al pasarlos, como una película, pudiese sorprendernos su protagonista visionando escenas prohibidas.
Y está en las dedicatorias que los libros dedican a los muertos. A o para alguien que ya no existe, pero para quién se tiene la esperanza irracional e inconsciente de que lo sepa, de que se entere de este último homenaje, de que este que escribe se sigue acordando, un mensaje imposible del lado de aquí hacia el lado de allá.
Para Emérita
Como si al entomologo le hubiera visitado de cerca la Dama del Alba su articulo se reviste mas que nunca de una honda "metafisica", de una profunda profesion de incredulidad hacia el mas alla y de una vibrante profesion de amor hacia el mas aca.
Aqui el entomologo es un albacea de la nostalgia y dedica, al final, el trabajo a alguien que fue llamado hacia el mas alla.
Yo diria que este "Del lado de alla" es el trabajo mas emocionante, poetico, filosofico y de tierra adentro que ha escrito Taracido.
Una reflexion que para lo que tememos a la muerte nos sirve para ir conociendola mejor.
Si las hormigas no creen en Dios, que ocurre con los cipreses?
Gracias, Marcos.
Pues muchas gracias. Pero el problema ahora es enfrentarse al papel en blanco con la expectativa de que lo que salga esté a la altura. La solución será no creérselo ;)
Un abrazo.
Comentado por Marcos el 11 de Abril de 2003 a las 09:24 PM