Queridas Amigas Nuestras:
Ayer dediqué cinco minutos de mi costosísimo tiempo a La Isla de los Famosos. Hay que ser imbécil, ¿eh? Y me refiero a mí, ahora que he perdido el don de la infalibilidad (por culpa de un resfriado, claro, pero ya lo voy recuperando), y no a Antena3, que hace lo que puede, la pobre, para hacerse readmitir en los hogares de los espeinoles y las espeinolas; su índice de público es un patrimonio que lleva años malgastando, utilizándolo como trapo de limpiar letrinas. Aunque en ellas cague quien caga. Y sí, me refiero al Gobierno y sus compañeros de pupitre.
A esa cadena, Antena3, le hace falta que tiren de ella un par de ejecutivos que no estén reñidos (rima con estreñidos) con la imaginación. Pero claro, trabajar en la tele, y en Espéin en general, y apreciar la creatividad de los demás, por ejemplo en euros, son actividades, una física y la otra intelectual, que se excluyen mutuamente. ¡Un aplauso para la fuga de cerebros de Antena3, queridas amigas, un fuerte aplauso, por favor!
Hace más de un año, prometí escribir un artículo absolutamente basado en hechos reales titulado "24 horas con Antena3". Pero mi ilustre editor, un tal Marcos Taracido, me indica que eso el seguro no lo cubre, y que por tanto me vaya a cagar mis brillantes ideas a otra letrina. Se lo he comentado, esto de aventurarme (y de ahí el título de más arriba, por si no estaba claro) en la vida del peor canal privado en la tele espeinola, a algunas personas que andan por ahí diciendo que me conocen y son amigas mías (cuando mis únicas amigas son mis lectoras, ¿eh que sí, amigas?), pero no he encontrado el apoyo que solicitaba.
Nadie ha dado un paso al frente con riesgo de caer al vacío para decir: "Venga, yo me lanzo contingo, Gran Cabana (así me llaman, sin que yo lo exigiese), lo hacemos juntos, como si hiciésemos el Camino de Santiago pero en difícil y doloroso." Lo máximo que oigo es: "¡Joder, Cabana de Oro (sin que yo lo exija), qué valiente eres!" Y eso, a menos de que se pague por decirlo, no vale para nada.
Mi chavala me ha informado de que puedo hacerlo, que tengo su permiso. Pero me conoce bien, sabe que yo sólo hago lo que me prohíbe, que los interdictos me ponen a tono, como a un nacionalista cualquiera, vaya, y que si tengo permiso, pues la cosa ya no es tan interesante. Mi chavala no me llama Gran Cabana, ni Cabana de Oro, sólo Cabana. Y también me ha recomendado que me lance a la aventura cuando ella esté de viaje. No le gusta ver sangre, dice. Pero me reconforto pensando que a las chavalas de los toreros les pasa lo mismo, que no quieren ir a la plaza por si llega a haber tripas llenas de arena esparcidas por todo el ruedo.
Mi día con Antena3 sí que es un aventura, y no esas chorradas de irse a pasar tres meses en una isla desierta con un montón de famosillos de quita y pon. Pero todo gran aventurero necesita un acompañante. Por eso me he comprado un perro. Es un perro salchicha y se llama Borja.
Hablando de perros: son un coñazo, ¿eh que sí? Hasta ahora me había limitado a ver como personas que en otros sentidos parecían perfectamente adultas, sinceras y con el mínimo coeficiente intelectual requerido para entrar en las fuerzas armadas espeinolas, se dejan domeñar por un can, ¡UN PUTO CHUCHO!, y se hacen dictar el orden del día por ese animal, ya no sé si claramente inferior, ese parásito peludo (no señora, no, el otro, el que está al lado de su hijo el mayor, no, el otro, que ese es su marido).
Ahora sigo sin entenderlo, pero Borja no es un parásito, tiene una misión: la de acompañarme en mi viaje catódico de un día. Y tengo que entrenarlo para que me proteja de los fantasmas que salen por la tele, esos que luego nos persiguen psicológica y espiritualmente durante y después de la aventura visiva y salen en las revistas.
Por cierto: el asunto de sacar a los perros a cagar, pasear, que dice la gente fina cuya personalidad ha sido sorbida totalmente por el bicho: ¿no sería más fácil comprar la mierda ya hecha y simplemente depositarla en la acera cuando salgamos a la calle? Así nos evitamos el perro, que lo llena todo de pelos y anda por ay oliéndole las partes pudendas a las visitas, aunque a algunas les guste; y si un día no apetece salir a poner la mierda en un sitio estratégico para que alguien la pise, pues la guardamos en el frigorífico para mañana. Que venga el Ayuntamiento a reclamar.
De la misma manera, en lugar de ver La Isla de los Famosos, podríamos aguantarnos la respiración, hasta que deje de llegar oxígeno al cerebro y nos quedemos tontos. Incluso entonces podríamos entrar en política o convertirnos en ejecutivos de Antena3. Y si no, que venga el Ayuntamiento a reclamar nuestro cadáver.
Bien amigas, ha llegado el final de esta carta, y con ese pensamiento feliz os dejo bien entretenidas hasta dentro de quince días.
Os envía un abrazo
Vuestro amigo, héroe y defensor