La quincena pasada, estimables amigas personas lectoras, ocurrió un milagro: un humilde y sabio servidor y defensor vuestro ¡COMETIÓ UN ERRRRRRRORR! Dije que un cierto partido nacionalista estaba en contra de que una persona de su nación representara a todo el país en el campeonato europeo de cantantes de fútbol, Eurovisión. Pues no. No era ese partido quien lo decía, era una persona de otro partido, que como avisó la persona lectora que tuvo la osadía, el valor y el criterio para mandarme finamente a la mierda, "no se sabe en qué partido milita."
Por todo lo antedicho, me pongo de rodillas ante el mundo virtual y pido perdón, y además, pido disculpas. Lo que no haré es decir en qué condiciones escribí el artículo que me ha conducido a este extremo. Lo que sí haré es añadir unas cuantas proposiciones a las que ya ofrecí en ese artículo. Porque me merezco un castigo.
Uno. Que Almacén me retire la licencia para tirar a errar y que se me prohíba terminantemente ver la tele para siempre.
Dos. Que en caso de que la Proposición Uno no sea acatada por el liderazgo almacenista, los millones de personas que quincenalmente atienden a mis plegarias, burradas y exabruptos, dejen de leer mi columna y como premio a sus carencias personales, lean la de Bruñó, que es mucho menos interesante.
Tres. Que me den una colleja.
Cuatro. Que sea un servidor y defensor vuestro, o sea yo, quien escoja quién me da la colleja. Sé que suena injusto y que habrá miles de vosotras que quieran hacerlo; pero la violencia dirigida a mi humilde y esbelto cuerpazo, sobre todo la verbal, me pone cachondo. Y como el amor es cosa de mutuo consentimiento, pues ya está...
Cinco. Que María Teresa Campos me invite a su programa a hablar mal de las presentadoras de otros programas.
Treintaiuno. Que los dirigentes norteamericanos se inserten un misil patriot en alguna parte, que lo disfruten, que nos lo cuenten y que si van a ir a la guerra expliquen claramente las razones verdaderas para ello. Así podremos decidir si hace falta un segundo misil o un tercero.
Cincuentainueve. Que peatonalicen el casco antiguo de mi ciudad. Así podré pasear tranquilo, ir a algún sitio a tomar café y leer la prensa (gratis) e informarme adecuadamente antes de insertar la gamba en sitios de los cuales puede resultar difícil extricarla.
Veintitrés. Repetir la Proposición Cuatro (y antes la Tres) hasta que un héroe de la comunidad, como yo, aprenda.
Diecisiete. Que dimita el Ministro de Ciencia y Tecnología.
Trece. Que baje el precio del tabaco. (Esto lo digo porque el tabaco constituye una excelente droga para pensar; subir el precio es un atentado contra la libertad de pensamiento; pero, principalmente, queda claro que cuando escribí el artículo de la quincena pasada, estaba fumando colillas rescatadas del cenicero de la juerga de la noche anterior.)
Siete. Que Almacén me compre una pantalla de plasma nueva. La otra ya la tengo muy vista.
Bien, amigas, ya habéis visto que estoy preparado para recibir mi castigo. Preparado y ansioso. Ahora todo queda en vuestras manitas, en vuestra mala conciencia y en vuestra voluntad de enmienda para este, vuestro humilde, amable, legible, voluble, heroico, silvestre e infinitamente popular Ramiro Cabana.
Chao.