Por ejemplo, yo convivo con un ente azulado que sube y baja por las escaleras de la casa. Claro, yo no lo he visto, pero sí gente en la que confío; en otros tiempos hubiese ignorado el asunto, pero tal y como se pinta la realidad hoy en día, pues vivo como si no existiese, pero de vez en cuando dejo caer al suelo unos caramelos, no vaya a ser. El caso es que, por extraño que parezca, ahora mi vida es un poco menos incomprensible que antes, porque ya le encuentro más explicación a esas veces en que sentía como que algo se me posaba suavemente en la nuca, o a ese impulso aparentemente irracional de mirar a tu espalda aunque sepas que estás rematadamente solo. Y es que el hecho de que habite mi casa un ente azulado que de vez en cuando me roce la espalda o me acompañe en mis momentos de soledad no causa mayor perplejidad que muchas otras cosas de las que, sin embargo, nadie parece sorprenderse ni asombrarse. Por ejemplo, a mí me causó asombro leer en el diario Expansión que si la guerra es larga aumentará la morosidad de las empresas. Uno no entiende qué tiene que ver una guerra con un moroso y, aunque inoportunamente, no puedo evitar imaginarme, como ejercicio de comprensión, al cobrador del frac siguiendo al piloto de un tanque por todo Irak. Sigo sin entenderlo. Otro ejemplo: leo en un periódico que «Pueblo de Dios» celebra su programa número 1.000 en TVE. ¿Forma esto acaso parte de una realidad comprensible? Sitúense: un programa de propaganda católica que probablemente es el menos visto de toda la parrilla televisiva y que se emite en un país cuya Constitución asegura la aconfesionalidad del Estado. Por eso, noticias como la que sigue se vuelven imprescindibles para que todavía se pueda uno aferrar a lo real, o, al menos, a lo que de real tiene la propia existencia: Publica la NASA imagen del origen del Universo. Lo que interesa de esta noticia no es la imagen, ni que esta sea del origen del Universo, sino que la materia de la que estamos formados, la materia que conocemos y palpamos sólo es el cuatro por ciento del Universo: "El 96 por ciento restante ni es visible ni se sabe qué es". Esto quizás a la NASA le sirva para, digamos, crear pastillas más energéticas para sus tripulantes, pero a mí me sirve para darme cuenta de que, en el mejor de los casos, la realidad sólo es el cuatro por ciento del Universo y por lo tanto nada nos puede asegurar que al otro lado de las cosas no haya un ente azulado, o que el día que dejen de emitir Pueblo de Dios desaparezca el mundo. Sé que me estoy poniendo recalcitrantemente millasiano, pero es que llegados a este punto no les quedará más remedio que reconocer que la realidad, su realidad, carece de sentido: ¿está usted dentro del cuatro por ciento? ¿y su marido? ¿y su presidente? Se tiene la impresión, visto lo visto, de que en los últimos años el porcentaje de materia conocida se ha venido reduciendo, lo que conlleva, ahora ya lo sabemos, una reducción de la realidad. Por ejemplo, antes los espías eran gente de profesión, con sus principios y sus normas que todos respetaban: uno espiaba en un país para traicionarlo y enviar secretos de Estado a un segundo país para el que se trabajaba; si el país espiado te pillaba, perdías. Ahora, no. Ahora ya no es que tengas que hacer la vista gorda mientras el espía te roba todos los documentos secretos, no, ahora has de dejarle hacer su trabajo sin molestar y, a ser posible, facilitándole toda la información que precise; y además ahora ya no se espía con personas, sino con aviones. En fin, que la realidad se diluye. Así, lo mejor es dedicarse a las pequeñas cosas que, sin saber ya si son reales o no, al menos nos ceden la ilusión de que esa materia oscura y desconocida ha de ser, a la fuerza, hermosa: el futuro está en la imaginación y no en el conocimiento. Por ejemplo, imaginar el secreto de la araña y de su tela; el resorte que mueve unas manos sobre el piano; el calambre en el pezón bajo los dedos; imaginarse las grietas del café; esa mirada entre los miles de ojos; imaginarse la ausencia tras la espalda, por ejemplo.