Si existe una razón para querer vivir en Sevilla, esa es su luz. Dicen que los sevillanos son alegres, será por la luz. Es una claridad que hace la vida más fácil. A mí me la hizo estos días, sin cambiar nada de lo que tenía que hacer.
Uno entonces se pregunta, ¿por qué no me lo puedo pasar así de bien con mi trabajo siempre? Tengo que encontrar la manera.
El trabajo como algo divertido se me antoja como la máxima de las libertades. Eso no quiere decir que el trabajo no deba de ser importante, o difícil, o exigente. Quiere decir que tengo que encontrarle su sentido y encontrar mi sentido dentro de él. El trabajo no tiene por qué ser exterior a mi vida.
Sí, trabajo es una palabrota. La mayoría queremos terminarlo cuanto antes y largarnos a nuestra verdadera vida. Alineación del trabajo. El trabajo no tiene nada que ver conmigo, soy su esclavo durante unas horas al día y cuando termino soy libre.
Pero, ¿y si la revolución está en construirme ese trabajo que no es ajeno a mí? ¿Y si me construyo esa vida que no es ajena a mi vida?
¿Y si incluyo a los demás en mi alegría? En el trabajo cultural, supongo que eso significa que tengo que ser inclusivo. Que no puedo escribir para excluir. Que la gente que hace teatro tiene que invitar al público a entrar en el teatro. Que la gente que hace música tiene que invitar a escuchar.
La obra, el texto, la canción pueden hablar de cosas duras, del dolor, de la tristeza, de la muerte. Eso no queda excluido. Pero tienen que hacerlo de manera que los demás quieran entrar en ellas, formar parte de ellas, formarlas.
Incluyamos en lugar de excluir. Eso es lo que aprendí de la claridad de Sevilla.