Daniel Vigo
Hace unas semanas un desconocido artista chino conseguía alcanzar su cuota de efímera fama, al trascender una serie de fotografías suyas a los medios de comunicación internacionales. Las fotografías eran el adelanto de un reportaje sobre la vanguardia artística de Pekín, que la cadena británica Channel 4 emitía días después. El programa consiguió una notable audiencia de más de un millón de espectadores, además de la publicidad previa que se desencadenó tras la emisión de algunas de las imágenes del reportaje. La polémicas fotografías en las que se centró la discusión mostraban al artista Zhu Yu mordiendo diversas partes de un feto humano.
El documental, titulado Beijing Swings (Pekín se mueve), presentado por el crítico de arte del periódico The Sunday Times, Waldemar Januszczak seguía la tónica de los reportajes sensacionalistas que ha adoptado dicha cadena británica. Semanas antes, ya se había creado una similar polémica al emitirse desde la misma cadena, la transmisión de una autopsia en directo. Tal controversia nos recuerda otra vez, la dificultad de decidir si el arte tiene límites y si los tiene ¿cuáles son?.
Esta nueva tendencia en el arte chino corresponde al llamado shock art (arte extremo), pariente cercano de la performance y del hapenning. Sus creadores surgidos bajo la censura del régimen comunista chino, ofrecen un arte impactante cuyo lema es hacer un arte que carezca de cualquier tipo de límites.
El artista de 32 años Zhu Yu, natural la provincia de Sichuan, se dio a conocer en la tercera edición de la bienal de Shangai celebrada en abril del 2000, al provocar el pasmo de tanto organizadores como visitantes que presenciaron como en su función Obsesión con el sufrimiento se zampaba cabizbajo distintos trozos del cuerpo de un feto humano. Como consecuencia el Gobierno de la República Popular China, indignado por esta clase de representaciones artísticas, ha prohibido las que muestren un carácter sangriento, erótico o violento; llegando a amenazar con penas de entre tres y diez años a los que se atrevan a transgredir el impuesto código ético.
Otra consecuencia —aunque esta vez totalmente involuntaria— de la representación caníbal del artista chino, es la circulación por internet de un nuevo hoax (e-mail que por su contenido, y su continuo reenvío entre amigos llega a propagarse de la misma forma con que lo hace un virus computacional), en el que se incluían algunas de las fotografías del artista chino, y una nota en la que se afirmaba que en China, Japón y Taiwan se estaba consumiendo carne humana. Algunos de estos gobiernos se han apresurado a desmentir dicha información, denunciando el prejuicio que estaba causando esa falsa noticia en la imagen de su país.
Podríamos decir que actualmente el canibalismo está erradicado de todo el mundo. Únicamente se dan brotes en el caso puntual de los psicópatas asesinos, que de tanto en tanto atacan con saña nuestra moralidad, agazapados desde las páginas de sucesos. Asesinos caníbales, atraídos hacia la feroz práctica de algunas culturas primitivas, o como decía Freud, ejercida por nuestros más lejanos ancestros en la época de la horda primitiva. Los ejes en los que rota esa perversa atracción son las relaciones de poder, la consumación de la muerte, y la perduración de ésta en la vida del temerario engullidor.
El canibalismo a diferencia de la antropofagia —que es consecuencia únicamente de una escasez extrema de alimentos—, es un acto que se ha dado especialmente en culturas primitivas y que tiene un elevada connotación ritual. El consumir carne humana se convierte en una forma de asimilar algunas de las cualidades del fenecido. Así, algunas tribus del sureste de África comían el hígado del enemigo muerto valientemente en combate, pues lo consideraban como la víscera donde radicaba el valor, para adquirir la inteligencia de un guerrero enemigo se comían sus orejas, y para asimilar su fuerza se comían sus testículos. En otros pueblos el símbolo del valor es el corazón. Por eso, en el Nuevo Mundo algunas de las civilizaciones precolombinas abrían el pecho de los conquistadores españoles muertos o capturados en combate, y con afilados cuchillos de piedra les arrancaban los corazones, que luego ofrecían a la divinidad del Sol. A continuación, devoraban a sus víctimas en banquetes especiales, a los que asistían los amigos del que había ofrecido el sacrificio.
La alta carga ritual del canibalismo aún perdura en nuestros subconscientes, y es por eso que cualquier manifestación artística que incluya esta práctica, provoca una mezcla de repulsivo rechazo y atrayente morbosidad.
En uno de los murales que pintó Goya conocidos como las pinturas negras y que decoraban algunas de las salas de su madrileña casa (la llamada Quinta del Sordo), podemos apreciar la inquietante pintura que lleva el nombre Saturno devorando a su hijo y en la que aparece el dios romano Saturno (Cronos para los griegos), quien había hecho un pacto con su hermano Titán para devorar al nacer todos hijos que tuviera con su esposa Cibeles, puesto que uno de ellos acabaría destronándole. En la pintura se muestra a un Saturno de contornos difusos y desproporcionados, con unos ojos forzadamente abiertos y llenos de locura, con una desaliñada melena grisácea que le cae por los hombros, con la espalda encorvada por el peso de su vejez, y con una enorme boca abierta de la que cuelga el brazo de un cuerpo mutilado y bañado en sangre.
Una de las referencias literarias más conocidas en relación al canibalismo es el manifiesto irónico de Jonathan Swift, titulado como Una modesta proposición en el cual de forma irónica denunciaba la existencia de niños mendigando por las calles de Dublín, y como solución a los niños que no pueden ser mantenidos por sus padres, Swift proponía criarlos hasta la edad de un año, que es la edad en la que el bebé sólo necesita alimentarse de leche materna, para después ser vendidos como alimento, puesto que "un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un ragout". Pudiendo el gobierno entonces despreocuparse de los niños pobres irlandeses.
Si pese a la atrocidad que se desprende tanto de la pintura de Goya, como del panfleto de Swift, son ahora consideradas como algunas de sus obras más bellas y majestuosas, habría que preguntarse si no sucederá lo mismo dentro de unas décadas con las fotografías extremas del artista Zhu Yu.
La cuestión es que desde la entrada del controvertido arte conceptual en el mundo artístico moderno, el objeto ha perdido la hegemonía del arte, cediendo parte de su espacio a otras modalidades artísticas donde prima la intención del artista, y la experiencia particular que ésta crea ante el público. Zhu Yu buscaba conmover con su arte sensacionalista al mundo occidental, y lo consiguió. Y no deja de ser éste más que otro síntoma de la corriente artística moderna, donde proliferan la creación de nuevos museos de arte contemporáneo, y saltan a la palestra los artistas que ofrecen las propuestas más impactantes o sensacionalistas. En el ámbito internacional destaca la Documenta de Kassel, que parece haberse especializado en la búsqueda de este tipo de artistas no convencionales.
Evitando caer en rápidas censuras, habría que preguntarse si Zhu Yu no traspasó la línea de lo que puede considerarse como arte. Preguntado por su obra el artista caníbal respondía: "No hay ninguna religión que prohiba el canibalismo. Tampoco hay ninguna ley que nos impida comer gente. Yo he aprovechado este espacio entre la moralidad y la ley" o "Lo hice por amor al arte", que recuerdan aquellas otras que se popularizaron después de que Truman Capote publicara In Cold Blood (A Sangre fría) que decían: “Todo asesinato es una obra de arte a la que sólo le falta el escritor”. Sin embargo, la diferencia es que aunque no lo crea Zhu Yu, si que está vulnerando lo que marcan la mayoría de las legislaciones penales, pues únicamente habría vacío legal si la víctima hubiera dado su consentimiento para ser parte del festín —que no es el caso—, ¡Y que decir de la condena enérgica que muestran la mayoría de las religiones frente a tal acto brutal! A veces se alega que la eucaristía cristiana es un mero acto caníbal, pero eso significa simplificar demasiado y despojar totalmente a Jesús de su naturaleza divina, pues cuando éste hablaba del pan de la vida como su carne, y del vino como su sangre, lo que estaba era reafirmando su naturaleza divina y el alimento que significa la fe en el creyente.
no coman fetos porque son nuestros hermanos
no coman fetos porque son nuestros hermanos
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