Revista poética Almacén
Textos en adelante

Las raíces ilustradas del Liberalismo español
Querido Marcos: Nuestro (poco) común amigo Colom me pide que te cuente un pequeño capítulo de la historia intelectual de España, acompañado de un testículo ilustrativo. Ocupados como estamos en la reflexión sobre la tradición y la vivencia del republicanismo en nuestro país (ya nos entendemos: la creación de una sociedad civil fuerte como garantía de civilidad, dejando de lado los aspectos políticos), tendemos a ignorar episodios esenciales que no se ajustan a nuestro, en ocasiones, estrecho punto de vista moderno y sólo aparentemente desprejuiciado. Juzgamos la religión, puesto que así deseamos que sea, como asunto privado, subjetivo, y por ello escasamente relevante para nuestra idea de civilidad. Con ello olvidamos que la religión ha formado parte desde los inicios de la humanidad de nuestras concepciones sociales, aunque probablemente seria más cierto decir que la religión, cualquier religión, ha sido el andamiaje que ha sostenido, justificado y construido las convenciones que permitieron el mantenimiento de una sociedad. La religión es un producto social, civil, por paradójico que nos parezca. Y creo que estamos de acuerdo en que su conocimiento es esencial, pues en su seno nacieron y vivieron los hombres que posteriormente supieron superarla para construir sobre bases laicas el regimiento de la cosa pública.

Creo que me estoy justificando en exceso para hablarte de Joaquín Lorenzo Villanueva: sacerdote, ilustrado, jansenista, polemista siempre dispuesto, diputado constituyente en las cortes de Cádiz, liberal cuando ello significaba algo, y por ello exiliado en Londres hasta su muerte en 1837, próximo a posiciones protestantes. Su severidad y austeridad moral causaron admiración y animadversión, y su producción intelectual, extraordinaria en extensión y contenido, difícilmente puede encontrarse en nuestras bibliotecas, y casi imposible en nuestros mercados editoriales.

Nacido en 1757, vivió, pues, una época trascendente de la historia universal, sobre la cual fundamos muchas de nuestras convicciones actuales. Sus trabajos intelectuales son pioneros en la aplicación del método científico a la historia (en su caso, inevitablemente eclesiástica), y su perseverancia en primar la razón y el rigor provoca un estilo literario tan austero como su vida. Políticamente defendió contra tirios y troyanos el precepto constitucional de primacía de la nación sobre el poder real, y la separación de poderes, y fue artífice del decreto que abolió el tribunal de la Inquisición en España.

Afortunadamente alguna de sus obras mayores son ahora accesibles, una en red, el Viage literario por las iglesias de España, y otra en edición convencional. La primera es una de las obras mayores de la historiografía de nuestro país, acogida genéricamente a un modelo ilustrado, los viajes literarios, de amplia tradición erudita europea, y que, en formato epistolar, describe los tesoros históricos que a principios del XIX podían encontrarse aún en las iglesias españolas, y que la Desamortización dispersó provocando, en la mayoría de casos, su desaparición. La Arqueología, la filología y la historia todavía acuden a esta obra que contiene testimonios hoy ya perdidos de nuestro pasado. La segunda, Vida literaria, es un relato enjuto, a pesar de su extensión y de su título (no dudo que hoy la hubiera titulado Vida intelectual!) de sus trabajos y sus vivencias, con especial predominio de su actividad política. Te transcribo un breve pasaje ilustrativo de sus actitudes y convicciones, de extraña actualidad en los días que corren: legislativo inexistente, ejecutivo omnipotente, y sociedad civil a merced del más fuerte.

Un cordial abrazo,
Josep Izquierdo

València, a 14 de enero de 2003


Para restablecer pues las cortes nuestras leyes fundamentales, como se mandaba en el real decreto de su convocatoria, es preciso que conviertan el derecho en hecho, esto es, que reduzcan el poder real arbitrario, que en España era ilegítimo, al poder real moderado [en su sentido antiguo: contrapesado], que es el único autorizado por la ley de reyno. Porque aunque ya entonces España era monarquía, la infracción de sus leyes fundamentales había hecho que no fuese moderada, como debía serlo por su institución. Y no era moderada porque se había interrumpido y casi olvidado la convocación de las cortes, por las quales clamaba el diputado Inguanzo diciendo: "Las cortes, las cortes son el contrapeso que tiene el poder real para moderar su poder" (...) Y proseguí: Estos testimonios demuestran que en la época anterior á la invasión de Bonaparte no contaba ya nuestro gobierno, como antes, con el contrapeso que modera el poder real, y que sin acuerdo de los procuradores de la nación, hacía leyes, imponia tributos, resolvia hechos árduos y desempeñaba todos los demás actos de la suprema autoridad, en que según nuestra primitiva constitución, debían intervenir las cortes del reyno. No sirviendo pues de nada el estar constituida nuestra monarquía mientras no se observasen las leyes que la hacen moderada, creyeron las primeras juntas gubernativas, creyó la central, creyó la regencia, creyó en suma toda la nación que debían éstas restablecerse y asegurarse de suerte que no vuelva a metérsenos por las puertas el mando absoluto.

[Joaquín Lorenzo Villanueva, Vida literaria, edición, introducción y notas de Germán Ramírez Aledón, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil-Albert (col. “Espejo de Clío”, 10), 1996, pàg. 274-275.]


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Comentado por JUAN el 25 de Diciembre de 2003 a las 08:22 PM