Un grano de arena se desprende del peñasco tras el embate de la ola. Durante siglos el oleaje incide incansable, repetitivo, duro y terco en las rocas que defienden a la tierra de la humedad. Un grano de arena en una playa. Millones de granos de arena en una playa. Piso sobre ellos y mi pie se hunde en esas microscópicas montañas y siente el placer de caminar sobre una tierra con la blandura la suavidad y el movimiento del mar. La niña llena un cubo de monte pulverizado y vierte agua dentro, y por un instante el líquido que les arrebató su consistencia se la devuelve y forma castillos y murallas que de nuevo las olas destruirán. El mar es un Sísifo alegre sobre la cuesta que es la arena.
Cuentan en los pueblos de Muros y Muxía que por allí vivía un niño que cada día, con las primeras luces, salía al mar con un viejo en una dorna pequeña y destartalada, y que al volver limpiaba el pescado con el marinero, sobre las rocas, y le ayudaba a empujar la barca hacia la arena. Fuera del mar y de la playa nada le interesaba y no tenía amigos sino jugaban en la arena. En la escuela, el ruido de la tiza contra la pizarra era el graznido de las gaviotas revoloteando alrededor de la dorna y el olor de las hojas le ocultaba los pies bajo la arena, y la vara tiesa del maestro sobre sus dedos era el dolor de las conchas agrietando sus piernas. El viejo murió y el niño empujo la dorna hacia las olas, mar adentro y la hundió donde las rocas ocultaban más percebes. Y él ya sólo paseaba la playa una y otra vez y recorría los acantilados y se enfrentaba a las olas como quien lee un diario, una bitácora.
El maestro sentenció: debe marcharse a la ciudad, donde los pájaros no estén en su cabeza, donde la arena forme parte del cemento y el murmullo atosigue y canse como una pesada manta.
En sus primeras vacaciones el niño volvió al pueblo. Por la mañana, se levantó temprano y se fue a la playa. Desnudo, dicen que llenó sus puños de arena y que caminó hacia el mar y que desapareció entre las olas, la espuma y la salitre que siempre llevo en la piel.
Dicen que ahora él está en el silbido que surge de las rocas, y que las noches de luna hay quien lo vio jugando en la playa y que alguna que otra vez fue él el que soltó los amarres de las dornas que se perdieron en el agua con la tormenta.
Ahora esta arena se parece más al cemento de la ciudad: los granos son negros y pegajosos, no resbalan ni corren por la piel y no se pueden construir castillos. No huele a sal ni a pescado. Ya no se limpian los peces sobre las rocas ni se empujan las dornas y, mal privado y menor, tendré que esperar muchos años para poder enseñarle a mi hija cómo era playa donde descubrí a Antonio Gamoneda y donde su madre fue parte de la arena.
En efecto, no pasa nada. Ninguno de los que forman el gobierno tienen intereses en las industria gallegas dependeintes de la pesca de bajura ni del marisqueo. Eso está claro, pero el mar y gran parte de la arena y las Rías está oscuro, negro y pegajoso. Y el niño que quiso vivir para siempre en el mar transparente tendrá que pasar bastantes años entre esa "merda" que no quieren ver nuestros prepotentes, insolentes, ineptas, manipùladora y deshonesteas autoridades. ¡quién se lo iba a decir!
Comentado por Meirande el 6 de Diciembre de 2002 a las 12:30 AM