Germán Labrador Méndez
A Héctor Barca, zorro viejo,
que se follaba a los grifos,
llenaba a sus amigas de telarañas
y que contaba historias de gatitas.
Y me calzo un cuerpo más entre los cuerpos.
-José Ángel Reinaldo Fontes
En primer lugar, quiero encuadrar este trabajo en el marco del proyecto GEJEUS (Glosario y Estudio de la Jerga de los Estudiantes de la Universidad de Salamanca) que, como se refirió en su presentación en esta facultad en la última edición de Cuestiones de lengua, literatura y cultura (02.03.02), busca reflejar el uso y estado del habla subestándar en los estudiantes de esta universidad. Los objetivos de este proyecto son configurar un corpus lo más extenso posible de esta variante diafásica y estudiar determinados rasgos de la misma en profundidad, objetivos para los cuales fue necesario realizar un número muy amplio de encuestas que ahora tomo como base para elaborar este artículo.
Todas las apreciaciones que sobre el objeto de estudio del proyecto GJEUS se efectuaron en dicha presentación merecen ser traídas aquí a colación: este trabajo no pretende dar una imagen de exclusividad, describir un lenguaje, una realidad y unas actitudes propias e intransferibles de los estudiantes. Nada más lejos de su objetivo: las palabras, construcciones sintácticas o relaciones semánticas que abordaré en las siguientes páginas se dan con igual vigor en otros sectores sociales u otras franjas de edad. Entre las diferentes hablas subestándares no existen fronteras. Los niveles de lo coloquial y lo jergal se forman mediante un continuum de expresiones no estándares que se concentran y adquieren mayor densidad en ciertos ambientes o contextos, pero que fluyen con generosidad por todos ellos, por toda situación que no implique un uso cuidado del lenguaje. Así, estas afirmaciones deben enmarcarse en el habla estudiantil [1] pero no limitarse a ella, sino que, por el contrario, pueden considerarse como una posible vía de análisis para abordar cualquier registro o código subestándar que se refiera a lo sexual. Es por una cuestión de tipo metodológico y por adscribirse a este grupo los datos recogidos en las citadas encuestas por lo que opto por efectuar esta división, aunque, insisto, bien podría titularse este artículo lenguaje sexual y habla subestándar.
Uno de los ámbitos donde más habilidosas se muestran las hablas no normativas es en el del sexo. La lengua formal, a causa de la consideración demonizada de la carnalidad y su carácter tabú en los contextos donde se emplea el español cuidado, no ha desarrollado un léxico propio y efectivo para hablar de las relaciones sexuales (al margen de un conjunto de voces técnicas y eufemismos que no se adaptan con la misma versatilidad al uso vivo de la lengua). Los hablantes no reciben de un mismo modo una mamada que una felación, ni un polvo es lo mismo que un acto sexual. Es muy posible exclamar ¡vaya polla! pero resultaría muy ridículo hacerlo con ¡menudo pene! Cambia el punto de vista, la implicación en los hechos e incluso parece cambiar la misma esencia de los mismos.
Frente a la cura con que el español estándar nos protege en tales cuestiones espinosas, la lengua estudiantil, fruto de unas realidades y opciones muy diferentes, opta por otro tipo de registro, que aborda abiertamente tema. La percepción natural y vital de la sexualidad, la vivencia directa de la misma y no a través de sistemas coercitivos previos de índole moral o religiosa, al menos por una muy considerable parte de la juventud, fuerzan su destabuización y la aparición de un lenguaje propio y que se refiera directamente al sexo. Este lenguaje será, lógicamente, mucho más preciso y exacto que su pariente estándar.
No obstante, habría que precisar dos niveles de lengua estudiantil que habla sobre el sexo: un lenguaje destabuizado, natural, espontáneo, desenfadado y abierto; y un segundo léxico, marcado, transgresor y abiertamente masculino (o masculinizado). En este segundo lenguaje, el léxico masculino del sexo, es en el que me voy a centrar. Este código no pertenece al estudiante ni sólo al joven. En principio, cualquier grupo de hombres puede tender a utilizarlo, pero por las razones metodológicas ya expuestas, limitaré mi análisis a esta muestra e invito a extrapolar los planteamientos.
En primer lugar, me gustaría señalar que este lenguaje no es neutro en su aplicación. Su fin es el de encauzar una determinada visión de la sexualidad, dominada por el varón, ante un determinado auditorio: el grupo de machos. La historia de la relación amorosa contada por un hombre hacia otros, es abiertamente, diría con Rorthy, el discurso de la historia.
Hablar de la sexualidad en los jóvenes implica hablar de la noche y de la marcha. Los espacios del ocio de los jóvenes son espacios nocturnos, abiertos, especulares y espectaculares, preparados para la contemplación y exhibición de sus participantes. Frente al ocio estático de los adultos, las diversiones juveniles tienden a construirse en mundos dinámicos, en contextos de densa confluencia de masas de individuos. Siguiendo a Walter Benjamin, en el seno de la masa, el joven se siente protegido, se siente potenciado y en condiciones de mostrarse con el rostro que apetezca. Es un mundo de interacción y roce constante: en todo momento el joven está en potencial situación comunicativa. El consumo de desinhibidores varios (alcohol, tabaco, drogas blandas y duras) y la atmósfera nocturna (con sus estímulos visuales, auditivos y odoríficos), potencian y favorecen esta situación. Este marco de ocio, de la noche y sus prolongaciones hacia el día, tiende a ser también el ámbito de una determinada sexualidad abierta, ¿efímera?, y descomprometida.
Este mundo que otorga (generalmente) al varón la iniciativa en el intercambio sexual y la hembra el papel secundario y pasivo obtiene su consumación en otro espacio de sociabilidad ciertamente más cerrado pero igualmente espectacular: el grupo. En ocasiones, en el grupo de hombres, la marcación de jerarquías se lleva a cabo mediante la fuerza, la resistencia y la práctica sexual. El macho dominante es, habitualmente, el que más pega, el que más bebe y el que más folla. Pero el estatus en estas células de sociabilidad es variable y debe ser revalidado. La posición de un individuo en su grupo, frecuentemente, no depende de lo hechos en sí, sino del relato que de ellos se haga. Y es ahí donde aparece este lenguaje.
El que cuenta la experiencia, la aventura, espera ser juzgado y valorado por ella. Presupone que el grupo espera de él, en tanto que varón en plena facultad de sus fuerzas y emergente de líbido, que sea un macho activo y terrorífico. La relación sexual se conceptualiza en términos unidireccionales: macho dominante posee a hembra entregada. Este estereotipo que de algún modo sobrevuela nuestra imaginario masculino lleva a ver como objetualidades a las mujeres y a despreciar a los hombres en tanto no cumplan con su papel supuesto. Quiero enfatizar que este es sólo un modelo narrativo, que se suele aplicar a las conversaciones en grupo bajo estas características. La vinculación real entre este lenguaje y el sentimiento, entre este lenguaje y la verdadera apreciación de lo femenino, dista de ser unívoco. Es una actitud que tiene más que ver con un estatus en el grupo, un cumplir con lo esperado que con una verdadera vivencia de los hechos.
Es muy curioso analizar las ramificaciones de este estereotipo tan poderoso y la recepción del discurso pornográfico. El lenguaje y las fantasías que la pornografía ofrecen, se configuran como una suerte de imaginario de referencia, de mapa conceptual de lo que la correcta actuación como varón significa. Sería realmente interesante abordar un estudio profundo del lenguaje pornográfico y de su influencia en los lenguajes subestándares sexuales.
Esta percepción instintiva y animal del sexo, donde se marca claramente el papel de la mujer y del hombre, como ya hemos visto, requiere de una serie de mundos metafóricos que den buena cuenta de ella. Tres metáforas básicas verbalizan y ordenan los términos, las acciones y el léxico de estos territorios y reflejan claramente el estereotipo ya mencionado.
En primer lugar, la relación con la mujer es una guerra. Este marco conceptual, tan viejo en el castellano, como Jorge Manrique, tan viejo en Europa como Ovidio y seguramente anterior, refiere bastante bien la visión de la hembra como una enemiga, como un objetivo que capturar. Y sobre todo, refleja muy bien los méritos que al hombre triunfante se le conceden en el grupo. ¿Qué? ¿Has triunfado? ¿Una nueva conquista? ¿Vuelves victorioso? No cantes victoria todavía, aún no te la has comido. Al Puma porque se jalaba muchas se le llamaba el triunfer. Esta metáfora amorosa es de larga aplicación en nuestra lengua pero hoy parece ceder protagonismo y, en la actualidad, no se refiere a la batalla, sino a su final.
En segundo lugar, la relación con la mujer es un partido de fútbol. Hay que ver así al hombre como un deportista que está luciéndose en el campo. Ese tío es un crack, se las lleva de calle. La cogió por la banda y la entró. Esta noche hay que salirse, que juego en casa. La encaró por sorpresa y la pilló en fuera de juego. En las distancias cortas es donde mejor resuelvo. El Fernando es el pichichi de esta temporada, aunque todas tenían menos de quince años. Hace este marco metafórico hincapié en el concepto de hazaña, de espectáculo. El lenguaje desorbitado con el que el fútbol analiza las situaciones deportivas resulta muy sugerente para dotar de idénticas dimensiones épicas las relaciones sexuales y, además, tiene la ventaja de ser un mundo muy próximo a los jóvenes [2]. Se trata de una metáfora relativamente reciente, pese a que los goles de penalty gocen ya de una naturaleza lexicalizada.
Y, finalmente y, sobre todo, la relación con la mujer es una cacería. Este marco metafórico es sin lugar a dudas el más eficaz y rentable, el que mejor se adapta a los estereotipos de este discurso. La ocupación que mejor se hace portadora de los valores e imágenes que se quieren trasmitir, que mejor verbaliza estas relaciones, es sin lugar a dudas la caza. Ante todo, focaliza la imagen activa y agresiva del hombre y le confiere todo el protagonismo. ¿Qué?, ¿esta noche vamos de caza? Sí, a ver si cae alguna. Ya estoy al acecho, no se me escapa. Es mi objetivo. Vamos a pillar cacho. Se ha abierto la veda. Sí, esta noche la apreso como sea. El símil de la guerra le otorga un papel activo y cierta dignidad a la hembra que debe ser asediada, conquistada, vencida, así que, metafóricamente, no resulta tan idónea como el papel que la caza le atribuye, donde sólo puede huir ante la presión que el macho ejerce. Este marco metafórico está ya en Ovidio y Juan Ruiz y su vigor y fuerza actual es innegable.
Habría que señalar un cuarto marco, la relación con la mujer es ir de pesca, pero parece subordinado al símil de la caza, o muy emparentado en cualquier caso. Voy a ver si pica. Yo tiro la caña y lo que sea. A ti te da igual lo que pesques. Ya mordió el anzuelo. Este símil también lo encontramos en Ovidio aunque éste pescaba siempre con redes.
Este marco conceptual de la cacería sobrevuela y condiciona todos y cada uno de los procesos del acto de ligar, como una buena alegoría. Es un sistema coherente que permite ordenar la realidad perfectamente y articular otros símiles metafóricos paralelos, como trataré de ir mostrando.
El varón es el cazador, constituye la primera identificación de este marco conceptual. Pero no se trata de un cazador humano, sino que aparece animalizado, es un depredador, una fiera. ¡Fiera! ¡a por ella! Eres un lobo. Soy como un buitre, en cuanto veo carne allí estoy yo. Eres un león, tío, ya llevas dos esta noche. ¡Que viene el tiburón! Yo, como perro que soy, le dije de todo. Es un zorro viejo, se las sabe todas.
La mujer es la presa, como tal, se le conceden pocas alternativas. Su fin es ser cazada. Aparece absolutamente animalizada. Me la follé como a una perra. Tu novia es una zorra de la ostia. Esa cerda quiere rabo. Otro tipo de fauna se pone en funcionamiento en caso de que la mujer sea juzgada como fea. ¿Has visto qué calamar? ¿cómo se puede ser tan fea? Eso no es una tía, es una foca. Menuda vaca: es antisexual del todo.
No obstante, el objetivo de la caza es conseguir alimento y así la mujer es comida. Hay un trasvase entre lo sexual y lo comestible. Está hambriento. Hace cuatro meses que no se jala nada. Se estuvieron dando el filete. Tengo que comerme alguna tía como sea. ¿Has visto qué bollicao?
En la verbalización de los atributos femeninos y de sus órganos sexuales, esa visión de la mujer como presa o como comida sigue funcionando. Vaya peras que tiene. Menudo bollo debe tener. Vaya boquerón que tenía. Olé su conejo. Le toqué la almeja. Incluso pasa a designarse metonímicamente a la mujer por el nombre de su sexo, en el colmo de este proceso animalizador. ¡Qué par de conejos que vimos! ¡Vaya bollo que anda por ahí suelto!
Hemos ya defendido la capacidad del lenguaje sexual de describir válidamente una realidad muy determinada. Sin embargo, la percepción de los acontecimientos y la comprensión de los procesos que se dan en el ámbito sexual se produce a través del marco cognoscitivo de la cacería. Este mundo metafórico resulta idóneo al vincular al hecho de la conquista la idea de persecución, de proceso escalonado de acontecimientos. La sucesión de hechos que suelen derivar en un encuentro sexual en una noche de marcha son ordenados en el relato de la historia siguiendo el esquema narrativo que la caza ofrece.
Así, en primer lugar encontramos el avistamiento de la presa, que ocurre en el anonimato de una discoteca. En el léxico de este hecho conviven los términos estándares y los verbos jergales de percepción. Tengo ya a esa rubia clicheada. Ya le he echao el ojo a una. ¿Te has pipeao del peazo hembra que tienes detrás? Mira que pavitas más majas. Mira qué tías se ven en el horizonte. El segundo proceso es el acoso o persecución donde escasean más los términos. La estuve acorralando. Me la estuve haciendo. La puse contra la pared. Y, finalmente, llegamos al asalto, donde el cazador acomente a su presa. Se le tiró al cuello. Se le lanzó encima. Le echó los dientes.
Una vez la cacería ha terminado, el depredador debe consumir a su presa. Y entramos así en otro mundo distinto, el de los verbos subestándares del acto sexual. Cada lengua verbaliza los hechos como le importa, y en aquellos terrenos donde le resulte necesario, diferencia términos que marquen exactamente lo que se necesita. El latín, siguiendo a Fernández Corte, necesitaba marcar con exactitud quién cubría el papel pasivo y quién el activo de una relación sexual y así distinguía con verbos diferentes la parte activa de la pasiva de una penetración (paedicare us aequinare) o de una felación (irrumare frente fellare). Algo parecido ocurre con los verbos del acto sexual del castellano, que desarrollan sistemas valenciales distintos en función de las necesidades significativas concretas. Distinguiré tres tipos de estructuras sintácticas, la neutra, la marcada y la técnica. Los verbos tenderán a especializarse en el uso de unas u otras, aunque lo más frecuente es que puedan optar entre varias, dependiendo el uso de una o de otra de la intención del hablante.
En la primera estructura, o estructura neutra, no importa marcar quién es el agente y quién el paciente del acto sino el acto en sí, para lo cual se recurre a una estructura monovalencial (yo follo, nosotros follamos) donde, voluntariamente, se puede recurrir a un complemento preposicional introducido por con para marcar a otro participante (hago el amor con Paco). En cualquier caso, mediante esta estructura, el acto sexual se produce en igualdad de condiciones entre ambos (o múltiples) participantes: no hay imposición ni dominio. A este grupo pertenecen los ridículos verbos estándar copular, fornicar (que no permiten siquiera la adición del complemento preposicional) o el eufemístico hacer el amor. Dentro de los verbos subestándares, pueden utilizar esta estructura chingar, chivar, follar, joder o afilar.
La segunda estructura o estructura marcada es aquella donde lo importante es mostrar claramente quién es el agente y quién el paciente del acto sexual. Por ello, los verbos que funcionen en este molde sintáctico, asumen una estructura bivalente donde se indica la parte activa mediante el sujeto y la parte pasiva mediante el objeto directo (Manuel jode a Carmen). Esta estructura, análoga a la de los verbos de la nutrición, es la preferida por el discurso sexual masculino e implica una posición, una óptica muy concreta del acto sexual: no es lo mismo decir estuvimos follando que me la estuve follando. Tan vital resulta esta marcación que frecuentemente se exige un dativo de interés con estos verbos que acentúa más si cabe esta idea de consumo (me la chigué, me la afilé). Hallamos vinculados a esta estructura los verbos follar, joder, pasarse por la piedra, empalar, petar (significando penetración vaginal o anal), chingarse, tirarse, chivarse y calzarse.
Resulta muy curioso como este proceso de cosificación, de identificación de lo que es agente en los procesos nutricionales y reproductores se acentúa [3]. Sabemos que, en español, cuando el objeto directo tiene un referente humano, tiende a verse acompañado por la preposición a, con el objetivo de evitar confusiones con el sujeto. Pues en estos verbos, no sólo la tendencia es la contraria, la de carecer de preposición (me follé una tía / a una tía ?), sino que la aparición de esta llega a ser imposible (me calcé una zorra que estaba muy buena / a una zorra*).
La tercera estructura o estructura técnica, muy eficaz en el discurso pornográfico, busca marcar no sólo la parte activa y pasiva sino el modo concreto de penetración. Importa marcar quién le folla qué a quién (le estuve follando el culo, le estuve follando el coño, le estuve petando el cacas). El orifico por el que la penetración se consuma pasa a ser integrado en la estructura actancial como objeto directo. Pueden acogerse a esta estructura los verbos follar, joder, petar, homenajear, castigar y reventar.
Habíamos dejado hace un momento al depredador a punto de enfrascarse en el cobro de su víctima y hemos asistido a la constatación de que posee una serie de estructuras óptimas para llevarlo a cabo. Si reflexionamos ahora sobre su naturaleza semántica podemos desterrar de su significado cualquier resto de placer para la parte sometida. La hembra es empalada, reventada, petada, afilada, castigada, pasada por la piedra, puesta como un zapato... La brutalidad de la fiera da ese lenguaje machista y terrorífico que convierte el acto sexual en despellejamiento.
No obstante, me gustaría fijarme el prodigio de construcción metafórica de imaginario masculino que constituyen las expresiones que se emplean para expresar el deseo sexual. Así, es interesante reflexionar un momento sobre un grupo de expresiones, como pueden ser dar marcha, dar caña, dar poner al rojo, poner a cien, poner a mil, poner a tope, encender, acelerar, o los símiles poner como una moto y poner como un tren. Todas giran entorno a una ecuación según la cual el deseo sexual es expresable en términos de velocidad. El sujeto masculino en celo es jergalmente conceptualizado como un vehículo que maneja la mujer, una máquina que la mujer enciende. Esta tía me acelera, me pone a toda ostia. Se trata de una sofisticada arquitectura de la excusa. No deja de ser curioso cómo la mujer lleva la iniciativa, calienta, y así es su lógica culpa que luego sea empalada, reventada, petada, afilada, castigada, pasada por la piedra, puesta como un zapato...
Por último, resulta muy curioso cómo hemos podido constatar en las encuestas una tendencia creciente al uso de este lenguaje por parte de un determinado tipo de mujeres. En ciertos círculos y entre chicas con una determinada posición y personalidad se registra una apropiación del discurso masculino de la sexualidad y la inversión de sus términos y papeles. Ellas son las que van de caza, ellas son las que se follan tíos. Esta actitud surge paralela a la construcción de un teatro de la exhibición también femenino. En determinados grupos de chicas, parece que la actividad sexual comience a ser un factor de promoción intergrupal. Este hecho es interpretado entre ellas como un modo de liberación, de ocupación de los territorios del hombre mediante la imitación de sus comportamientos sexuales, su actitud utilitaria frente al otro sexo y el empleo de u n discurso paralelo. No obstante, este hecho parece demostrar que la utilización de un léxico agresivo, épico, bipolar que conceptualiza el acto amoroso como una cacería no es un elemento innato ni depende del sexo sino que es consecuencia de una determinado ambiente social y de una actitud ante el hecho físico. Porque, finalmente, no se trata nada más que de metáforas y nada hay en la realidad que haga al acto sexual una persecución sangrienta. Follar, como nos enseñó Italo Calvino, puede ser también una lectura, y el que lee ama y el que escribe folla. Quizá sea más bello leer los pechos de la mujer querida, tocar las pastas de su espalda o pasar las páginas de sus piernas que empalarla, reventarla, petarla, afilarla y pasarla por la piedra sin remedio.
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[1] Concebida ésta como una variante del español coloquial que bebe de los registros marginales, que se interrelaciona con el habla familiar, se entremezcla con el habla juvenil, y que es empleada por los estudiantes para hablar entre ellos en situaciones informales.
[2] En la actualidad este tema está siendo estudiado por Fernández-Vegue y esperamos resultados interesantes en próximos números de Kafka.
[3] Es divertido comprobar así cómo calzarse se emplea para el consumo de copas, mujeres y porros; cómo jalar y comer sirven igual para alimentos que para hembras; cómo uno se hace un porro o una tía...
mi comentario es q hagan de verdad un buen mapa conceptual ,osea con grafico ok. sin mas q decirle me despido de uds.
Comentado por yrene ysabel el 12 de Mayo de 2003 a las 10:21 PM¿germán, has salido alguna vez de marcha?. Me parece que no. Para saber de algo hay que interesarse, y no hablar desde la superficie, como si de un seudoprofesor de tratara. Mi opinión es que deberías mejorar (pero mejorar) tu ética frente al trabajo.
Comentado por ángel el 5 de Junio de 2003 a las 08:33 PM¿germán, has salido alguna vez de marcha?. Me parece que no. Para saber de algo hay que interesarse, y no hablar desde la superficie, como si de un seudoprofesor de tratara. Mi opinión es que deberías mejorar (pero mejorar) tu ética frente al trabajo.
Comentado por ángel el 5 de Junio de 2003 a las 08:34 PMVaya artículo más coñazo! OOOOEEEE.
Comentado por Amadeo de Saboya el 22 de Septiembre de 2003 a las 07:13 PMdibujar el mapa conceptual