Que la realidad, proteica y proteínica, se alimenta necesariamente de las formas mentales que elaboramos los humanos, y que me resisto a llamar imaginación, y mucho más, ficción, es un hecho. Que esta dualidad provoca no pocos quebrantos y denuestos en el intento cotidiano por sobrellevar el hastío propio y ajeno, es un hecho. Que nos pasamos toda una vida intentando remendar los pedazos diseminados por el choque, y que prácticamente nunca es suficiente, es un hecho. Que mi hija es una sueñatortillas, es un hecho.
Que mi mujer también lo sea es una desgracia que le da de comer (poco, es actriz) y la mantiene en unos parámetros físicos sólo apetecibles por ser fruto de algunas de las formas mentales más difundidas en el mundo occidental: la moda y la estética. En su caso no tengo ningún deseo de que deje de serlo. De ello come (ya digo, poco), y la mantiene físicamente esbelta, grácil, lo cual, combinado mesuradamente con sus dotes histriónicas, me proporciona no pocos motivos de evasión y solaz, tanto físicos como mentales.
Reparo ahora en que el lector puede que no sepa el significado de sueñatortillas. No, no forma parte de nuestra lengua secreta, tampoco de su autolengua, que, como ya lloré en la entrega anterior, no he logrado descifrar. Traduzco la palabra de nuestra lengua familiar: un artefacto exótico y demediado llamado catalán, que sólo un afecto desmedido y desrazonado mantiene.
Sueñatortillas es persona visionaria, o que se ilusiona fácilmente con cosas imposibles o extrañas; o deseables, por razones más bien relacionadas con el físico de mi señora: quien tiene hambre sueña con tortillas. Yo no sólo las sueño, sino que las como, y no por ello soy un sueñatortillas.
Mi retoño lleva semanas jugueteando con la palabra. El pasado fin de semana, sin ir más lejos, reía con su amiga íntima e imaginaria, Rosa, contrastando los significados referenciales y metafóricos del vocablo, una suerte de festín onírico-lingüístico que no me imaginaba cuando, nostálgico, recordaba viejos e infelices tiempos oyendo canciones de la Trinca, en una de las cuales encontró mi hija la palabreja.
Mi mujer me señala acertadamente que la subcultura kitch catalana de finales de los setenta y principios de los ochenta no tiene por qué ser conocida fuera de su ámbito lingüístico, y que, por tanto, el lector amable de estas líneas no debe tener ni idea de quién era la Trinca. Feliz ignorancia, que lejos de depreciar su inteligencia, les honra y, sobre todo, les preserva de la estulticia. Consciente, pues, de la posibilidad de contaminar para siempre sus mentes con suciedades que, con buen criterio, seguramente ustedes evitan, me atrevo a ilustrarles.
Debemos a su clarividente visión del mundo contemporáneo canciones de memorable recuerdo como Oda al papel higiénico, Mamá caca, Erección matutina, El barón de Bidet, Qué bonitos son los anuncios, o la descriptiva y también premonitoria La tele matutina. Les expongo un pequeño extracto de la última: "Y es que si una se lo combina, Catalina, hace el trabajo de la casa y ve la tele matutina. Primero hacen los dibujos que me distraen a los chiquillos, que ni se lavan ni me desayunan pegados a la pantalla. Y después hacen las noticias y un 'reprís' de la vigilia, i aprovecho para ir a la plaza a comprar para la familia. Más tarde salen unos que explican a qué precio va la patata, se ve que por ser de la tele se las dejan más baratas. Después sale haciendo aeróbic aquella chica seca, y paso el trapo a todos los muebles a ritmo de discoteca..." Sin duda mi colega almacenista Ramiro Cabana invirtió buena parte de su juventud en asimilar aquellas sesiones matutinas de televisión, aparentemente caricaturizadas en letra tan ingeniosa.
Y digo aparentemente porque el antiguo grupo paródico-musical La Trinca son, en la actualidad, los productores ejecutivos y propietarios de Gestmusic-Endemol. Sí, lo han adivinado: Crónicas Marcianas, Operación Triunfo... No me cabe duda, ahora, que los programas televisivos que en la actualidad producen tan insignes colaboradores de nuestro desgobierno es la praxis lírico-cutre de las canciones que compusieron durante los dorados años ochenta.
Sueñatortillas, persona visionaria... Sin duda los miembros de la Trinca tuvieron una visión preclara de nuestra sociedad actual con mucha antelación. No sé si deseo tal clarividencia para Irene.