La equidistancia es un arma publicitaria. Hablar desde el centro vende. Denota equilibrio, y el equilibrio es fiel aliado de la seguridad. En la pirámide de necesidades que manejan los publicistas —por supuesto: creadas, fabricadas, maliciosamente innecesarias para la subsistencia— la seguridad del individuo frente al mundo exterior prima sobre otras. Y ya se sabe: decir a los otros lo que quieren oir es ganar una parte importante de la batalla. Pero la equidistancia es también la tapadera que esconde otras vergüenzas.
Me duelen los oídos cuando escucho cabezas convencidas que hablan desde el púlpito de las ideas, como predicadores de idílicos países donde la seguridad —económica, social, política— prevalece sobre la barbarie. ¿De qué árbol nos hemos caído para llegar a estos lugares? Esa paz y esa seguridad son armas de guerra soterrada, subterfugia, escondida. Certero Foucault cuando advierte que "el poder es guerra, la guerra continuada por otros medios". "El poder político —añade— tiene el rol de inscribir perpetuamente, a través de una especie de guerra silenciosa, la relación de fuerzas en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos" (1ª lección de la Genealogía del racismo).
¿Acaso perdimos la inocencia y andamos sin ella como cegados, buscando lugares donde cultivarla? Pero tratar de recuperarla apelando al poder es como poner al lobo al cuidado de las gallinas. Escapar puede ser una solución, pero tampoco, pues no vence al problema. Si acaso huye de él. Y es que el problema reside en la salvaje búsqueda del beneficio político, en la negación del libre goce de nuestras capacidades, y, sobre todo y por todo, en la construcción de hinchadas bolsas de deseos que permanecerán por siempre insatisfechos.
He ahí la clave de bóveda, la piedra angular, el vértice del centrismo: no saber —¿o no poder?— ajustar nuestros deseos a nuestras capacidades implica siempre un desequilibrio que exige ser restaurado por otros medios. Y al menos en ese espacio público en el que delego mis desajustes, todo se presenta funcionando de acuerdo con un elegante y sano ejercicio de malabarismo. Hasta los goznes más inquietos enacajan en esa máquina fantástica que ajusta sus piezas en perfecta sincronía.
Sabia estrategia la del centrismo: recoge los deshechos de una sociedad abocada por el poder al desajuste continuo, y en ese mismo desajuste cultiva sus acentos, sus espejismos, sus tierras de promisión y de equilibrio. No por casualidad, crece el número de quienes asimilan los mecanismos del poder a los del hecho religioso. No andaba descaminado quien habló de los opiáceos para destapar tan grosera melodía.