Lo leí en el Tractatus mirabilium y en seguida pensé que Roon Grebelek tenía que haberlo encontrado también y habría dejado constancia de ello en alguna de sus notas. Estuve buscando en sus cuadernos durante dos días hasta que me di cuenta de que ese tipo de cosas quizás fuesen más propias de alguna de las cartas que yo poseo del científico. Tardé otros dos días en encontrarlas porque aunque no son muchas, sí están desordenadas hasta el punto de que los folios de unas y otras me fueron entregados en completa descolocación. No tiene —al menos yo no lo tengo— sobre, y en el encabezado se dirige a un Jon.
Ya te he hablado otras veces del Fisiólogo y su Tratado de las maravillas. Esta mañana he leído la historia que él cuenta de un padre y su hija, historia con la que el se maravilla y que a mi me maravilla que le maraville. Paso a contártela.Pedro era un campesino de las tierras bajas de Ampurias que había enviudado joven y a cuya hija había criado él solo. Cada día él salía de madrugada a ocuparse de las tareas del campo mientras la niña quedaba en la casa, ordeñaba a las cabras, preparaba la comida si la había, y hacía, en fin, todas las labores que a su corta edad se le pudiesen exigir.
Grebelek narra a continuación cómo el campesino comienza a enfermar entre los fríos del invierno y yo acudo al Tractatus y les traduzco el complejo y afanado latín del Fisiólogo:
«Comenzó el campesino a notar cómo el frío de las hierbas y las fincas entraba en su vientre; un nudo pétreo le habitó el estómago y comenzó a crecerle como un hijo helado y rocoso, que vianda que llevaba a la boca le era devuelta y lo castigaban grandes dolores. Adelgazó el hombre mientras las entrañas se corroían y una ponzoña como el hierro le sajaba por dentro. Una mañana, cuando doblaba su cuerpo sobre la paja, la comezón fue tanta y tan fuerte y tanta la tardanza en recuperarse que vino a entender que se moría. Anochecido, aprovechando una tregua en el dolor de su vientre, despertó a su hija.»
Roon Grebelek, alargando para Jon intencionadamente la parte final de la historia se detiene a explicar cómo todos los síntomas descritos apuntan a un cáncer de estómago y cómo en la época utilizaban ormino y coniza par aliviar los fuertes dolores que provocaba la enfermedad. Después, un punto y aparte, un breve espacio en blanco en el que se paladea el gozo que recorre al científico preparado ya para contar lo que en verdad le interesa.
Leíste La máquina del tiempo de George Orwell ¿verdad? Es el primer intento serio de explicar un viaje a través del tiempo; hay también un breve cuento de William Halds, a principios del XIX que dicen —yo no lo he leído— que narra un rudimentario salto al pasado por medio de una máquina que construye el protagonista. En fin, el caso es que la mente humano no estuvo preparada para soñar siquiera con eso hasta hace un siglo. Pues lee esto:
«Hija, sólo piensa que cuando te alcance la fuerza para mover los bueyes, cuando la altura te deje levantar la azada, cuando tengas ya días de sangre y veas a los hombres con peligro y ansia... cuando mires alrededor y no me veas, piensa que vengo, y viajaré desde ahora hasta ese día, y estaré en tu cabeza como está la niebla sobre el valle.»
«Hija, sólo piensa que cuando te alcance la fuerza
para mover los bueyes, cuando la altura te deje
levantar la azada, cuando tengas ya días
de sangre y veas a los hombres con peligro y ansia...
cuando mires alrededor y no me veas,
piensa que vengo, y viajaré desde ahora hasta ese
día, y estaré en tu cabeza como está la niebla sobre el valle.»
Aunque me recuerda mucho a los consejos de Kipling en el poema "Si"
este párrafo se me ha quedado rondando en la cabeza. Esa frase de ¨cuando
tengas ya días de sangre y veas a los hombres con
peligro y con ansia) -con esos tres puntos suspensivos-
me está machacando desde que la leí. Unas tendran días de sangre mientras
otras teendrán días de vino y de rosas.
de vinos y de rosas