Revista poética Almacén
Estilo familiar

[Arístides Segarra]

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Operación fracaso

Mi niña canta bajito. No se me entienda mal: cuando canta para que se la escuche, canta demasiado alto: grita, lo cual sucede sobre todo cuando mi mujer duerme. El lector agradecerá que no detalle la magnitud de la tragedia. Hoy no. Estoy cansado.

Pero Irene también canta bajito. Canturrea, como el murmullo de un riachuelo. Si le preguntas, lo niega: "¿Qué cantas? —Nada." Su trino me alegra, me desconcierta, me deprime. Su capacidad para abstraerse del mundo me parece un buen antiséptico, necesario y útil. Pero, inocente, no sabe en qué grado acentúa mi natural misantropía que yo forme parte de ese mundo, que también se abstraiga de mi.

Si debo destacar algo de la paternidad es la distancia. Radical. Absoluta. Incluso cuando la tenia conmigo a todas horas. Su ser yo-otro, su alteridad. Es mi imagen en el espejo. Es mi yo en otra dimensión espacial y temporal: su espacio no es mi espacio, pues lo ve desde abajo. Su recuerdo no será mi recuerdo. Su tiempo no será el mío. No lo es. No lo ha sido nunca y no lo será nunca. Los espejos y la paternidad son abominables porque multiplican y divulgan nuestra conciencia de la soledad. Radical. Absoluta.

Cautivo y desarmado, espío mientras Irene canta sus cancioncillas alegres. Parece feliz en su mundo. No lo es cuando vuelve al nuestro. Su dolor es evidente, su perplejidad palmaria. Intenta seducirme en ocasiones, atraparme: "¿jugamos a que tu eres el padre y yo la hija?" Pueril intento de atraerme a su lado del espejo. Sospecho que ella lo sabe, y por ello su constancia, su esperanza, me desbarata y me consume.

Creo que su entusiasmo por nuestra lengua secreta es también un puente que me tiende, el camino de nuestra comunión. Irene es una ilusa. Hablamos un lenguaje secreto y dejamos a nuestro paso documentos, es cierto, pero no de edificación, sino de paradoja. Pobre niña mía. No puede fiarse ni de su padre, y también lo sabe.

Su gorjeo quedo y silente, audible apenas, resuena en mis sienes. No identifico la canción. No me permite hacerlo. La aflicción que me causa su desconfianza es sólo un grado menor a la que me causó perder su cotidianeidad.

Tan extremo dolor se ha visto agravado tal que ayer por la sombra de una sospecha: he creído escuchar, durante la observación discreta de su salmodia, ciertos pasajes inasimilables a alguna lengua humana, ni pasada ni presente. Crea el lector que puedo certificarlo. No sé nada de música moderna, pero lo suficiente sobre las lenguas del mundo como para hacerlo. Mis cavilaciones me han llevado, pues, a la única conclusión posible: Irene ha inventado una lengua nueva para sus canciones. ¿Es también una nueva lengua para sus pensamientos? ¿Ha inventado una lengua secreta, a semejanza de la nuestra, pero sólo para ella, como un juguete con el que cantar y hablar con ella misma?

¿Hasta tal punto ha decidido aislarse de mí, del mundo? ¿Y si descifro su autolengua, descubriré sus pensamientos; sabré, al fin, qué piensa y qué siente realmente, íntimamente, mi hija? No del todo seguro, pero herido ya mi amor propio por el hecho de ser aparentemente derrotado en mi propio terreno, he ido acumulando fragmentos audibles de su melos y me he aplicado en descifrarlo.

Y en este punto no puedo sino reconocer que me ha vencido. Tragedia que, por otro lado, se torna honor, pues no puede el padre sentir mas que orgullo si sus hijos le superan. Su nueva lengua ha vencido todos mis intentos de inteligencia: no he sido capaz de establecer ningún patrón, ninguna constante, ninguna relación con ningún lenguaje. Nada.

Una lengua secreta para dos puede que sea paranoico. Pero una lengua para uno me parece que ralla definitivamente en el autismo. He decidido tomar medidas, dos, en concreto y de momento, pues la sanidad mental de mi hija me parece un objetivo incuestionable.

La primera medida ha sido inscribirla en una coral infantil. Si su grafofagia seguramente desaparecerá con la alfabetización, puede que su susurro melódico desaparezca con el aprendizaje del canto.

La segunda supone, sin duda, un abuso por mi parte, y el ingrato reconocimiento de mis limitaciones. Utilizo ahora el espacio que quincenalmente me brinda Almacén para publicar los retazos que he logrado recoger de la lengua secreta de mi hija, con la esperanza última que algún lector amable y sabio encuentre lo que yo no he sabido: la clave que permita interpretar su sentido. El texto es el siguiente, y tanto la grafía como la división léxica y la puntuación son aproximadas: aserejé ja de je de jebe tude jebere sebiounouba majabi an de bugui an de buidi di pi.

Gracias de antemano.


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