The meanings in language are not original, anymore than the sounds; they accrue from all the generations of human use.
— Robert Duncan
Ya expresé mi placer en las artes decorativas de los setenta: esas placas de cerámica verdosa que recubren tantas paredes, esas barras de acero inoxidable con frentes de escái repujado, esas grandes ventanas con marcos de madera, normalmente de esquinas redondeadas. En este caso escribo sobre el bar París, en Foios, un pueblo de la huerta a pocos kilómetros en metro de Valencia.
El área metropolitana de Valencia incluye a muchos pueblos como este, algunos convertidos en dormitorio. Foios mantiene un ambiente pueblerino, taimado, muy de moda entre los detractores de la ciudad.
El bar París funciona prácticamente como el casino del pueblo, probablemente debido a su tamaño, y seguro que debido a su situación, en la plaza Mayor, frente a la iglesia. Entre semana, a estas horas, se llena de obreros que van a almorzar, bocata bajo el brazo. Dos camareros, antipáticos, desbordados por la avalancha de pedidos, se afanan en servir cervezas y luego cafés, carajillos y copas de brandy barato. El ruido es extremo, se redobla en el eco.
Nadando en ese estruendo de voces repetidas, hablo con el último colaborador quincenal de Almacén, Arístides Segarra.
Bruñó: ¿Y ese interés por los lenguajes secretos?
Segarra: Proviene de mi ateísmo ferviente.
Bruñó: Esa otra religión.
Segarra: No es otra, es la verdadera.
Bruñó: Eso me recuerda al paisano gallego que le dice al testigo de Jehová: ¡Cómo voy a creer en tu dios, si no creo en el mío, que es el verdadero!
Segarra: Una gran verdad. Tuve un tocayo, allá por el siglo II, al que llamaban Philosophus Eloquentissimus. Sospecho que por su capacidad de defender la nada. Siempre creí que su habilidad verbal contribuyó a crear un nuevo mundo. Mi problema es que no creo que exista un mundo digno de ser vivido. Pero me gusta crear mundos, ¡por eso los mantengo en secreto!
Bruñó: El secreto, los trucos de manos, el azar, la escritura, pertenecen a esa misma teología negativa.
Segarra: Sin duda; eso lo atestigua la creencia de los egipcios en un dios que une la geometría, el azar y la escritura.
Bruñó: En contra de quienes aceptan las teorías de conspiración, que es una forma pedestre de la vieja fe en la predestinación, prefiero el azar, la idea de una realidad – o muchas – creadas por arte de combinaciones aleatorias.
Segarra: Los fieles de la conspiración, los herméticos, los gnósticos, en cualquiera de sus presentaciones modernas, de las cuales los políticos son insignes representantes...
Bruñó: ...representantes sin signo...
Segarra: ...siguen creyendo en la verdad de una lógica secreta. Deberían de haber aprendido algo de Platón: la pheme, el rumor, lo dicho de boca en boca construye el mundo. El único problema es que Platón se asustó, y retiró su pensamiento a la caverna. Inventó los universales, que no dejan de ser una forma piadosa de la nada. Platón era un pacato.
Bruñó: En la caverna estamos todos, viendo la televisión.
Segarra: En realidad, siento una insana envidia por los guionistas de televisión, entre los que incluyo a los redactores de telediarios. Ellos poseen el mejor instrumento jamás inventado para que el dios egipcio juegue a los dados con nuestras vidas, unos dados trucados, claro.
En el bar París el café es malo. El ruido acaba expulsándonos a la calle. Paseamos. Llegamos al límite del pueblo. A lo lejos se ve Valencia.