Si tengo un hijo varón se llamará Josemaría. Y esto no sólo porque tradicionalmente llamarse María o José ampare de hechizos y envidias ―de qué no protegerá entonces la unión de ambos―, sino porque ese mismo nombre es ostentado por los que, en estos momentos patrios, no pueden ser denominados de otro modo que héroes.
La verdad es que no tenía yo pensado hablarles de estas cosas en mi crónica de esta segunda quincena de octubre, sino de cómo ya el Fisiólogo aventurara los viajes en el tiempo, algo sin duda mucho más interesante; pero este redactor es de carne débil y mente propensa a la irritación, sobre todo ante la contemplación de la estulticia pregonada con megafonía.
Y el mejor megáfono es la televisión, ente del que tan ácida y grotescamente se ocupa mi cocolumnista R. Cabana. Me perdonará, pues, que me entrometa, aunque sólo sea tangencialmente, en negocios de su competencia.
Quizás alguno de mis lectores, tan cultos, tan apartados del mundanal ruido, aún no lo sepa: el pasado domingo 6 de octubre fue canonizado Josemaría Escribá de Balaguer y Televisión Española retransmitió el evento en directo.
El día anterior, la misma Televisión Española, dentro del otrora prestigioso programa de documentales Informe Semanal, emite un documental en el que se promete desvelar cómo es de verdad el Opus Dei, congregación cuyo fundador es el antedicho Josemaría. Este documental está realizado por periodistas que paga el ente público y se emite en un programa que paga el ente público para el público que, en su mayoría, ha votado al otro José María, nuestro presidente. El resultado es la absoluta carencia de disimulo, rubor y, por supuesto, profesionalidad: el reportaje se articula en torno a una serie de preguntas que se realizan a miembros del Opus Dei: ni una sola opinión se recaba entre gente que no pertenezca a la obra, ni un dato externo, ni una objeción, ni una sóla de las frases que dicen los entrevistados es rebatida. ¿Y las preguntas? Blandas, blanditas, y perfectamente servidas en bandeja a los escogidos (muy bien escogidos) difusores de la octava maravilla del mundo que parece ser el Opus Dei.
La canonización de Monseñor Escribá no fue más que el colofón a los eventos de la semana patriótica, que comenzó por expreso deseo de Mr Aznar con el despliegue de la cola del pavo, luminosa, reluctante y grande, muy grande: la bandera española fue izada en el centro de Madrid ocupando 294 metros cuadrados del espacio aéreo español: una demostración de patriotismo al más puro estilo NODO, émulo de las reuniones anuales en el Valle de los Caídos. Pro aris et focis. ¿Qué conclusiones sacaría Freud de esta obsesión por el tamaño?
Y es que José María, no el santo sino el otro, sueña; sueña con gobernar una nación potente, admirada, imperial; sueña con poder enviar al combate a sus soldados y que la sangre española se confunda con el rojo de la bandera; sueña con un país de una sola voz y una sola idea y un solo dios; sueña con desfiles militares y discursos elegíacos y con flashes, muchos flashes deslumbrando su atusado bigote. Sueña con desfiles y discursos; sueña con una cámara permanentemente enfocada hacia su rostro y con confetis y con un nieto que le nazca el 12 de octubre. José María sueña con ser Bush.
En prosa anónima que algún indocto atribuyó a Quevedo:
Ser las banderas enseñas propias de la patria no es malo sino el como vinieren a mostrarlas, que el demasiado es como el pavón que de tanto alarde de la hermosura de sus plumas es atravesado de saeta. Que el santo no lo es sólo por milagro, sino por sus pasos que como murmullos del agua van mojando a los que pisan sus riberas.
Los pitagóricos utilizaban como método de adivinación la onomancia: intentaban determinar el futuro de una persona obteniendo de su nombre —contando letras, vocales, consonantes... u otorgando a cada letra un valor numérico— una cifra susceptible de ser interpretada. ¿Qué resultados obtendrían de Josemaría?