Revista poética Almacén
Por arte de birlibirloque

[Agustín Ijalba]

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De metáforas y de-lirios

Hago como que no escucho. Y me detengo a pensar. ¿Pero puedo detenerme a pensar? ¿O hacer como que no escucho? Torsiones del lenguaje, dobleces que difuminan los contornos del hacer y del pensar.

Se me antoja vacua la respuesta. Como vacua es también esta querencia que nos tiene aquí, congregados en torno a una página aparente, levantada sobre un haz de electrones. ¿Qué nos atrae de ella? Quizás algún trazo que nos sirva de ventana. Intuyo que hay algo ahí fuera, y escapo tras ello por las rendijas del decir para no decir nada. Arrojo letras en mi huida al tiempo que me digo a mí mismo que es poca travesía para tan largo equipaje. Asiento luego para tomarme un respiro y logro de nuevo detenerme.

¿Adónde he llegado? Al tercer párrafo, que ya es algo. O nada, si se mira de reojo, por el ángulo del escéptico muñidor de oquedades. Ando por la barandilla del lenguaje haciendo tumbos, esquinando obstáculos sin gran acierto, fabricando tumbas de desconcierto, esquivando esquinas que invitan directamente al vacío.

Fabrico gerundios. Es una enfermedad vírica incurable. Va y viene, como la gripe. Me vacuno. Pero siempre vuelve. Marcando el paso excita el abrelatas del que siempre va llegando, va llegando, por los Toros de Guisando...

Y al cabo, ¿qué nos queda? Apenas un llanto que cuece espinas de nostalgia, una risa evanescente y un pequeño empuje hacia delante, para seguir en auge, que no decaiga la fiebre del vate que anhela la llamada furtiva del acento, del ritmo y de la mirra. Ávido de espesura, en su espera se reproducen con desmesura los versos. Fabricante de estampas, sus iconos son devaneos de espuma. Y su pócima se me antoja un bordado de cenefas, de encajes y festones de artificio (unas dosis de mudez aplacarían sin duda los espasmos de su calentura).

Como si un equilibrista beodo se cruzara el cable en un eterno santiamén, así es el salto que requiere la metáfora, que nos aproxima a la sinrazón y al desconcierto. Para elevarse, nada debe quedar adherido a sus alas, y suelta lastre. Pues volar, lo que se dice volar, no es tarea apropiada a nuestras facultades físicas y mentales, es una quimera intentar ascender a su lado. El leve roce de un suspiro basta para provocar la tragedia, que nos precipita al vacío. De ahí la locura, que todo lo vence: hasta la misma certeza de ser un loco es un mero desvarío en la mente del que voló y no pudo.

Como en la noche el ala blanca de la lechuza, surca nuestros sueños el leve roce del delirio. Y ahíto de lirios, en él me escondo, cuando descubro que los hilos metales del intelecto se han comido la n, y manejan los ovillos en el más sonoro de los silencios que escucharse pueda.


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