Cabe escasa duda en que los mejores puntos de encuentro son los bares. España es experta en el tema. En Valencia quedan pocos anteriores a los años setenta; predomina la barra en aluminio (el zinc, decimonónico, está prohibido). Una ola de modernidad (los nostálgicos dirían modernidad mal comprendida) acabó con los antiguos, tanto en la gama bares, como en las gamas café o bodega. Ahora, sin embargo, los bares setenteros, pero no pop (¿mal entendido también?) empiezan a tener un cierto encanto. Será el tiempo, que suele darle prestigio a prácticamente todo. Es un encanto que aún no llega al vulgo, aunque tampoco lo ha hecho cerca del pijerío bohemio. Todavía no lo hemos visto en los suplementos dominicales. El valenciano culto, que carece de historia y de tradición, aparte de las prefabricadas que cualquiera puede adquirir a módico precio, prefiere la madera de los cafés de quita y pon, llamados de franquicia, construidos en serie. En esa categoría, encajo también a los bares que se dicen irlandeses, con su solera de mentira, su mala cerveza británica y sus empleados que apenas hablan español.
Prefiero encontrarme con los amigos en Nebraska, snack-bar setentero, intocable por modas ulteriores, con buen café y excelente plancha. Para quien lo busque, puede encontrarlo en la Avenida del Oeste, detrás del Mercado Central. A menudo veo ahí a mi amigo Colom, haciéndose el café, cortado, previo a sus ensayos.
Colom: No me gusta el teatro.
Bruñó: Razón de más para dedicarse.
Colom: Repítelo sin ironía y estaré de acuerdo.
Bruñó: Te queda poco tiempo.
Colom: Pues lo explico rápido. El teatro es un arte de proximidad. No es igual que la televisión o el cine, siempre lejanos, por el efecto pantalla. Ahí, gracias al la lejanía del medio, podemos ver la tontería que sea, en el teatro no. En el teatro estamos cerca, podemos tocar a los actores, su voz, en vivo, es diferente a la voz enlatada del cine. Por eso en el teatro es importante la proximidad, hay que aproximarse al público, tanto en forma como en contenido, hablar con él sobre asuntos que le son próximos.
Bruñó: ¿Ejemplos?
Colom: En el cine puedes ver cualquier película. Ya es lejana por naturaleza, gracias a la fotografía. Pongamos que la película transcurre en Ohio. No pasa nada, gracias a la mediación de la pantalla, nos lo podemos creer. Esa mediación es una línea divisoria entre la acción y el espectador infranqueable. En el teatro no hay mediación, esa línea tiende a borrarse, a veces de mala manera. Pero el actor está ahí, cerca, igual que cerca tiene que quedar el asunto de la obra, y el lenguaje con el que se aborda, incluso si montas un Calderón. Sin tocar una coma del texto, ¿eh?
Bruñó: Pero la gente llena los teatros donde se representan musicales importados.
Colom: Es que ya no hay circos. El musical de Broadway, o el del West End, es circo, no teatro, incluso para sus públicos nativos. Prefiero la vieja revista del Paralelo. Y para circo, si no hay circo, prefiero las Fallas de Valencia, donde también hacen teatro. O la política municipal.
Bruñó: ¿Entonces qué teatro propones?
Colom: Nosotros somos cómicos de la legua. No tenemos acceso a largas temporadas en teatros capitalinos. En Valencia, porque no hay suficientes salas, y no se ha recuperado el público que se perdió gracias a la subvención (esa censura sutil) durante los ochenta y noventa. Hubo una pérdida de fe en el teatro, sospecho que porque dejó de ser cercano.
Bruñó: ¿Y fuera?
Colom: La legua, sí. Y salir es difícil. Además, si el teatro ha de ser próximo, hay que traducirlo, al español, claro, pero también para que el tema tenga sentido allá a donde se vaya. Es como hacer un espectáculo paralelo, igual pero no.
Bruñó: Catalunya.
Colom: También hay que traducir. Los catalanes no entienden los matices que se puedan producir aquí.
Bruñó: Tendréis que hacer el esfuerzo.
Colom: No te puedes quejar de ser un incomprendido y luego no hacer nada para que te comprendan; también hay que intentar entender a los otros. La censura empieza por uno mismo. ¿Cuántas formas tiene la censura?
Bruñó: La censura es un posicionamiento moral excluyente.
Colom: Y lo estético siempre lleva un forro moral.
Los bancos de la barra del Nebraska están anclados al suelo, un poco lejos de la barra; son giratorios, de acero, con asientos de escai. En el bar, sólo caben seis mesas: tres junto a la pared, y tres junto a las cristaleras que dan a la Avenida del Oeste, esquina con Pie de la Cruz. Esos cristales están decorados con los típicos letreros pintados que ofrecen al viandante las especialidades de la casa. Un cortado vale 90 céntimos.