Alguien no necesariamente famoso advirtió sobre la dificultad de hinchar un perro. Prueben ustedes a hacerlo con un gato, siquiera metafóricamente. Con tal dilema he vivido las últimas dos semanas. ¿He creado un monstruo? ¿He destrozado la vida de mi hija inventando junto con ella una nueva lengua? ¿Se convertirá en carne de psicólogo? Bueno, sangre de psicóloga ya corre por sus venas, lo cual me exonera, de algún modo, de una parte de la responsabilidad de su desequilibrio, en caso de que lo hubiere.
La causa de mi crisis ha sido un incidente nimio, aparentemente irrelevante en su banalidad: Irene ha hablado en sueños. No, nada de hipnosis, ni trances inducidos, ni alteraciones provocadas de la fase REM: estaba dormida y dijo: "Papá, ¿por qué tu tenias al gato?".
Simplemente no lo había previsto. La esforzada construcción de una lengua nueva sólo válida para mi y para ella puede desmoronarse convertida en un cúmulo de proposiciones sin sentido, una montaña de significados desplazados aleatoriamente hacia la nada, sonidos privados de signo referencial, o, lo que es peor, el colmo del idiolecto: la lengua propia e individual, la que sólo sirve para pensar, inhábil para la comunicación: la lengua incomprensible e indescifrable en términos absolutos.
Mi desolación es extrema, y quizá sólo en la medida que la comprensión del lector la palie pueda encontrar luz en las tinieblas del sinsentido. Ah, mísero de mi...
¿Ah, que no se ha entendido nada? Ah, perdone el lector. Me he dejado llevar por la autocompasión, defecto físico y mental dominante de mi carácter onanista. Trataré de superar mi confusión psíquica y lingüística para hacerme entender.
Cuando mi hija habla en sueños, ¿en qué código lo hace? ¿Está diciendo algo en nuestra lengua inventada o en alguna de las otras lenguas que utiliza para comunicarse con el resto del mundo? El hecho de que los sonidos pronunciados coincidan con el castellano o con el catalán no es significativo, ya que nuestra lengua se basa en el desplazamiento aleatorio de significados. Su clave no son las palabras, sino su significado: una lengua basada en la interpretación. ¿Cómo cabía, pues, interpretar a mi hija? ¿Reelaboración onírica de su pasión por conocer las andanzas cachorriles de mis animales domésticos, o realmente se trataba de un mensaje, de la respuesta a mis ansias de comprensión total de su mente y carácter?
Aún eligiendo al tun-tun la respuesta, la aplicación metódica de la duda racional ramifica y, por tanto, multiplica los temores. Sólo un ejemplo de cada una:
Si es lenguaje natural, ¿qué esquemas psicoanalíticos cabria aplicar a mi tierna niña? Si Freud dedujo del sueño con lobos de un neurótico joven ruso el impacto de la "escena primaria" (ya saben, pillar a tus padres in fraganti) en su frágil construcción del mundo, ¿qué ignoto significado se esconde en soñar con el gato de tu padre? Aparte de anonadado, empiezo a estar espantado.
Si es nuestra lengua, no estaba despierta para proporcionarme las claves interpretativas, por lo cual el mensaje resulta indescifrable. No sé, por ello, si me dijo: "¿Qué haces tu despierto a estas horas?", o "he escondido tu Visa en la página 341 de la Vida literaria de Joaquín Lorenzo Villanueva". Ambos enunciados pueden ser válidos, ambos correctos y posibles en nuestra lengua como significados de sus herméticas palabras. ¿Entiende ahora el lector las proporciones cabalísticas de mi confusión, la babel comunicativa en que vivo? Y mi Visa no aparece.
Ahora mi mujer me cuenta que esta mañana Irene ha intentado meter a la gata en el cajero automático, y que como consecuencia, tengo una factura impagada del veterinario por estrés postraumático felino y mi saldo corriente tatuado en su negra nariz: es ilegible, pero tampoco es necesaria su lectura; sigue siendo cero.
Dolorosamente percibo que ésta no es la respuesta a mis cavilaciones: una de las reglas de nuestra lengua es que una cosa no significa otra en más de una ocasión, por lo que más bien se trata de una prueba a contrario.
No dudo que las generaciones futuras buscarán en nuestra lengua las huellas permanentes de las conmociones más profundas de la existencia humana. Yo, por mi parte, sólo quiero ya mi Visa.