El verano, dicen los tópicos, es un paréntesis. Pero lejos del paréntesis, cuya función es encerrar el espacio y recluirlo en un rincón del texto, el verano dilata la realidad y la vuelve obtusa, amplía nuestro campo de visión y hace que los desmanes se prodiguen. ¡Los tópicos también se equivocan! Somos convocados, cada uno a su manera, a la celebración del estío. Unos se emborrachan, ya sea de playa, de vino, de música o de literatura. Otros se disuelven en el sopor de la canícula, como si todo el día fuera una agradable siesta. O persiguen moscas con la paleta matamoscas, o mosquitos con el aerosol insecticida. Los de allí se bañan en el mar, en el río o en la piscina, y se refocilan y amansan. Los de aquí se deleitan a la sombra del algarrobo o de la encina, bajo un coro de chicharras. Otros, más bulliciosos, se ven impelidos a la acción: moverse parece el sino de muchos noctámbulos acosados por la llamada de la selva, cuando la música de la tribu convoca a los guerreros urbanitas a la danza de las plumas, y untados por la gracia del alcohol se disuelven en la celebración de las dionisiacas. Los hay incluso que hacen como si el verano no fuera con ellos, y sin embargo disfrutan a sus anchas de los cines de verano, de la ciudad vacía, de sus calles desiertas y de sus terrazas nocturnas.
Lo que más me atrae del verano es la estancia semioscura en la primera hora de la tarde, después de la comida, cuando ahí fuera hace un calor de muerte y te cobijas en la casa fresca y húmeda, a resguardo del plomizo sol agosteño. Esas horas en que el silencio es sagrado, y te refugias en la placidez más absoluta, sin hacer nada, perezoso y remolón en estado natural. Las imágenes se suceden entonces en un baile relajado, y todo es armónico en su sencillez: las butacas, el revistero, la salita de estar, un rayo de luz que se filtra por la rendija del postigo, la mecedora renqueante, y el frescor, ese frescor milagroso que te ayuda a hacer la digestión con una complacida gratitud.
Pero el verano juega también a despedidas. Es su turno melancólico. Hace ver que no toda sabiduría es vaga, y que todo paréntesis que se abre –démosle cierta razón al tópico– pide siempre un signo reflejo que cierre el paso. Abrir la página de la despedida es un poco como abrir la página de uno mismo, pues andamos todos los días despidiéndonos. El verano, al tiempo que ilusiona, atiborra. En una vuelta de tuerca nihilista, el vacacionista termina ahíto de su vacío vacacional, preguntándose dónde se dejó las alpargatas al partir.
Hoy, sin embargo, saco a colación otra despedida. Al abrir en nuestro colmado almacén la última Impossibilia, se quedó en mis pupilas un poso de irrealidad y fantasía, como esa sensación que te dejan a veces las puertas entreabiertas de los desvanes, invitándote a entrar... Al principio del verano, que no al final, la duda metódica de Marta Paredes nos sumió en la duda de las formas. ¿Es real su despedida? ¿O es obra de la ficción? La despedida como género literario es un gozo reservado a pocas luces. Y es que avisar de la propia partida es detenerse junto a la palabra, en el andén de la página, y darle un abrazo, como si en el adiós le dijeras un hasta pronto, que sin ti no puedo seguir escribiendo. La página de Marta era un oasis de calma y buen hacer, ofrecimiento poco común que alegra la vista cuando se trata de leer. Quizás por eso la traigo aquí, como invocando parte de su querencia para andar en compañía, sumido en la extrañeza de no poder volver a leerla cada quince días.
(Mientras esto escribo, por la ventana apenas entreabierta se cuela un rayo de luz en la estancia, iluminando diminutas motas de polvo que flotan en el aire, suspendidas de un hilo de inmanencia y de quietud).
Justo y precioso homenaje a Marta Paredes, quizás la voz de mayor sensibilidad de esta revista. Y cuando digo "sensibilidad" olvídense de todas sus nuevas acepciones: viene de "sentidos".
Comentado por Marcos Taracido el 2 de Septiembre de 2002 a las 10:01 AMYo sí creo que Marta Paredes se está despidiendo de sus lectores. Y eso hace que, por un lado, respire tranquila (ya no removerán mi conciencia sus dudas metódicas). Por otro, creo que es una pérdida irreparable para Almacén.
Marta me ha hecho volver a creer en la delicadeza que esconden las cosas.