Esta es la última vez que aparece El Conservero, y no es por voluntad mía. El 30 de julio me pasé por La Ideal Taxidermia. Estaba el Taxidermista solo y me invitó al bar de enfrente. Ya sentados y con los manhattans de rigor delante, soltó: Nos vamos. Y yo: ¿A dónde?
Taxidermista: A ninguna parte. Cierro la tienda. Majoral: ¿Y eso? Taxidermista: Quiero viajar algo, pasar más tiempo entre mis libros. Majoral: Eso es una contradicción Taxidermista: No creas. Es casi lo mismo. La diferencia está en el grado de movilidad del cuerpo. Majoral: ¿Y qué hacemos los demás? Taxidermista: Lo que queráis. No soy vuestra niñera.
Días más tarde, pasé de nuevo por La Ideal. Estaba cerrada, pero en una de las ventanas de arriba, donde vive el Taxidermista, había luz; llamé. Bajó el Taxidermista y dijo que no tenía interés alguno en que empezásemos a ir todos a su casa. Fuimos otra vez al bar.
Taxidermista: ¿Qué pasa, que ya no tiene usted qué escribir? Majoral: Es verdad. Tendré que volver a empezar, en cierto modo. Taxidermista: Eso me parece bien. Majoral: Por lo pronto dejo mi colaboración en Almacén, después de dos años. Taxidermista: Habrá otras.
Al día siguiente, en la calle, vi a Colom con Alfredo Bruñó.
Colom: Nos dejas. Majoral: Ya lo he hablado con Taracido. Colom: Pues tu sitio lo ocupará Bruñó. Majoral: ¿Y de qué vas a escribir? Bruñó: No tengo ni idea. Había pensado en un reportaje, prolongado en el tiempo, un seguimiento de la compañía de teatro donde trabaja éste... Colom: Pero no me da la gana hacerme con un cronista. ¿Un biógrafo? No quiero morirme todavía. Bruñó: Siempre tan modesto. Colom: No me jodas, hombre. Majoral: ¿Qué tal una crónica de las calles de Valencia, de la vida en la ciudad? Con tu rollo melancólico podría ser interesante. Bruñó: ¡Rollo melancólico! Colom: Precisamente de lo que me quejaba... Bruñó: ¿Pero qué rollo melancólico? Colom: No te hagas pendejo, siempre has sido así, medio triste. Bruñó: Bueno, ya veremos qué pasa. Lo de las calles de Valencia me parece buena idea.
Así que la quincena que viene, Bruñó escribirá sobre las calles de Valencia.
Por último, trascribo la siguiente conversación con Chiner y Martínez. Tuvo lugar en el Mercado Central.
Chiner: ¿Y la cara del hijoputa éste, que a mí me suena de algo? Martínez: ¿Cómo le va, joven Majoral? Majoral: Dejo la columna, con La Ideal cerrada, ya no tiene caso. Chiner: Menos mal. Estábamos ya un poco cansados de que lo escribiera usted todo. Majoral: ¿Qué va a pasar con la tertulia? Martínez: Pues que desaparece. Sin el sitio ya no tiene razón de ser. Chiner: Como no sé dónde oí o vi el otro día: "Su razón de ser era el motivo de su existencia." Martínez: Muy bonito, Chiner, hasta parece usted un hombre culto. Chiner: Lo que cultivo son setas, en la tierra abonada que contiene su cráneo. Majoral: Ya empezamos. Chiner: Hombre, no lo íbamos a dejar sin una buena pelea como despedida, ¿verdad? Martínez: Páselo bien, joven Majoral. Majoral: Y ustedes también.
Majoral es el más veterano de nuestros columnistas. Sus crónicas de la tertulia de La Ideal son sencillamente deliciosas. Sé que a él este adjetivo puede provocarle el vómito, pero yo soy muy mal elogiador. Sólo quería dejar constancia pública de que con este artículo se cierra una puerta irrepetible en el Almacén. Gracias, Majoral.
Comentado por Marcos Taracido el 2 de Septiembre de 2002 a las 08:20 AM