Sebastián Garduña
sgarduna@bigfoot.com
Antes de nada quisiera agradecer a la gente de Almacén esta oportunidad que me ofrecen de dar a conocer mi particular galería de seres extraños. Soy coleccionista, aunque de nada tangible ni de dimensiones materiales, lo que significa que no arrastro la lacra de todo amante de las recolecciones desmesuradas: la falta de espacio. Tampoco mi ansia es desmedida ni se regodea en la acumulación, sino que desde hace 35 años busco entre la basura del tiempo, entre esos arrabales desconocidos para la historia oficial, vidas extrañas y maravillosas, seres cuya heterodoxia haya sido un castigo; personas cuyas vidas no fuesen ejemplares ni brillantes, sino radicalmente ajenas al mundo y su trillada marcha. Los presupuestos los tuve claros desde el principio: debieran ser vidas no conocidas o silenciadas, ausentes de los libros y las crónicas salvo que estas mismas fuesen extremadamente raras o inéditas. Digamos que mi método sería desechado por cualquier científico: escojo entre las habladurías y leyendas, entre textos no editados, entre testimonios y mentiras, entre falsas profecías, entre apócrifos. Cosas que importan, en fin. Sin embargo, todas las biografías que surgen de ahí son estrictamente ciertas porque el requisito indispensable para que algo entrase a formar parte de la colección es que su existencia y su hechos fuesen probados.
Me dirán ¿y por qué? ¿por qué fijó sus objetivos en esas vidas? Les repito que soy un coleccionista; háganle esa pregunta a cualquiera de ellos y nunca obtendrán una respuesta coherente.
Pequeñas aclaraciones: cuando Almacén se puso en contacto conmigo y me propusieron la sección se me planteó el problema del título y la periodicidad. Trataré, en la medida en que me sea posible, de entregarles un reportaje mensual, pero les pido comprensión si no es así, porque la edad y las ocupaciones no son pocas. En cuanto al título, confieso que el definitivo, Los raros, no es original ni exacto, pero muestra el punto en que mi cansada mente dejó de pensar sobre el tema.
Por último, una declaración: no les oculto que mi intención desde el principio fue convertirme en alguien digno de mi propia colección. Siete lustros después sigo en ello.
Álvaro Montes, tipógrafo
En mi estreno seré breve. Pocos días después de conocer el Libro de notas [y Almacén, claro] descubrí allí un artículo que hablaba del tipógrafo y editor Juan Pascoe y esto me hizo recordar uno de mis proyectos fallidos: el del tipógrafo cordobés Álvaro Montes. Lo que a continuación escribo es todo lo que he podido saber de él.
Frustración ha sido el sentimiento que me ha reportado la investigación sobre Álvaro Montes, porque no sólo han sido muy pocos los datos recabados, sino que además he de reconocer que ni siquiera me he acercado a la razón o móvil de su extraño empeño: Montes se dedicó a robar tipos de los talleres tipográficos más afamados de Europa hasta completar su propia tipografía. Con el modus operandi de un psicópata, el cordobés sólo cogía una letra por imprenta: la A en el taller de Andrés de Burgos (circa 1525) en Granada, la L a los Cánova en Salamanca (¿1532?), la R del taller sevillano de los Cromberger, posiblemente uno de los tipos con que se imprimió la edición de 1528 de La Celestina; hay constancia también de que consiguió por encargo la M en una empresa de Basilea. En 1548 había acabado su recolección. No imprimió ninguna obra. Tres años más tarde abandonó la ciudad y su estéril taller hacia, casi con toda seguridad, las Américas. Los tipos, descubiertos por los caseros, fueron quemados en la hoguera.