Antonio Cambronero
Innumerables novelas y películas de ciencia ficción nos han mostrado cómo imaginaban sus autores el futuro. A menudo hemos leído y visto un futuro que se nos antojaba lejano y muchas veces se erró en el cálculo. Nuestro 2002 no tiene mucho que ver con el que ideó Stanley Kubrick. Yo pienso que nuestro mundo actual se parece más al Fahrenheit 451 de Ray Bradbury o al 1984 de Orwell.
Muchos visionarios de finales de la década los setenta acertaron en sus previsiones pero se quedaron cortos, como James Martín que en su obra "La sociedad interconectada", en 1978, vislumbraba una sociedad en red, y curiosamente sin nombrar a la Internet, vaticinaba los avances tecnológicos de la siguiente forma: "Se construirán redes de mensajes y de correo electrónico. Las redes de datos serán accesibles desde hogares, tanto para obtener información como para dejar mensajes. Las conferencias a través de redes de transmisión de datos, con los participantes en el propio domicilio, serán un tipo importante de comunicación horizontal. Se construirán canales horizontales de video cuando el coste de la tecnología descienda lo suficiente".
Volviendo a los ejemplos literarios (con su correspondiente versión cinematográfica), en nuestra sociedad empiezan a darse síntomas de control excesivo del individuo, tal y como aparece en Fahrenheit 451, donde el protagonista Montag, proscrito porque se ha dado cuenta del engaño, es perseguido por la policía y comprueba, atónito, su espectacular captura en un noticiero de la televisión: "-Están inventándoselo. Usted les ha despistado en el río y ellos no pueden admitirlo...Fíjese. Pescarán a Montag durante los próximos minutos". El Gran Hermano que todo lo vigila, "1984" de George Orwell, es el paradigma de obras literarias donde se muestra hasta qué punto puede llegar la tecnología como instrumento del Poder. Un capítulo de la teleserie "Más allá del límite" narraba las peripecias de alguien, en el futuro, que al no poder llevar en su cerebro un microprocesador, se convertía en un nueva especie de minusválido frente al resto de personas interconectadas entre sí. Simplemente aterrador.
Hoy en día, y cada vez más, el manejo de ordenadores con la omnipresente Internet, implica perder intimidad. Siempre que obtenemos información, en la sociedad interconectada, lo que estamos haciendo realmente es 'intercambiar' información. Pronto cualquiera de las 'nuevas' tendencias de la telaraña global no servirá nada más que para obtener información privada de los ciudadanos para simple mercantilismo, o sencillamente con propósitos gubernamentales más oscuros. Redes domésticas de ordenadores sin cables (‘wireless’), motores de búsquedas en sistemas de almacenamiento masivo, mensajería instantánea, programas 'punto a punto' para compartir archivos y hasta los inocentes weblogs serán, sino lo son ya, fuente de control y manipulación de los individuos. A los hackers ya los patrocinan los gobiernos y la ingeniería social, simplemente analizando los comportamientos habituales de los individuos, permite romper las barreras de seguridad de los sistemas informáticos.
Con la globalización, evidentemente ésos intereses no son locales. La globalización también implica que las influencias del Poder llegan a cualquier rincón del planeta. Interesa que las personas interactúen en red, por dos razones fundamentalmente: por un lado, porque es más fácil controlar y manipular; y por otro, porque vivir en una sociedad interconectada favorece la individualización y, en consecuencia, es también más fácil eliminar la tendencia natural del ser humano a la socialización, la cooperación y la democracia.
La intimidad y la libertad de expresión son derechos que acabaremos perdiendo en un futuro cercano. Estaremos inmersos en una sociedad altamente tecnológica pero habremos olvidado nuestra capacidad para elegir y nuestros objetivos serán puramente individualistas.
Hay muchos síntomas ya en la sociedad actual que apuntan en éste sentido, quizás más desde el fatídico 11-S. Para tener el control absoluto de los ciudadanos todas las herramientas de Internet persiguen conseguir, por ejemplo, registrar el mayor número de datos privados. Pero un sinfín de bases de datos, financieras, sanitarias, policiales, administrativas, municipales, educativas, laborales y muchas otras (reservas de hotel, alquileres de automóvil, bibliotecas, seguros, colegios profesionales) mantienen ya suficiente información como para que no tengamos ni anonimato ni confidencialidad.
La democracia se sustenta en la información pero lo que necesitan conocer de nosotros no es compatible con nuestro derecho a la intimidad. Con el mundo en red se agudiza este problema, la capacidad de generar, transmitir, almacenar y procesar la información crece cada día y el problema es que los valores sociales, que supuestamente la evolución tecnológica y la globalización deberían potenciar, son un conflicto creciente para el Poder.
No sé si, dentro de unos años, los ordenadores controlarán y manipularán las actividades de otros ordenadores o si existirán robots orgánicos perseguidos por su resistencia a desaparecer del mapa como en la novela "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", escrita en 1968 por Philip K. Dick y que dio origen a la magnífica película “Blade Runner” (dirigida en 1982 por Ridley Scott). Pero lo que sí es seguro es que estamos perdiendo mucho, como personas, en el mundo en red y la sociedad interconectada. El mundo de la evolución tecnológica y la globalización no debería ser un mundo menos libre.