Revista poética Almacén
Colaboraciones

¿Trabajo o esclavitud?

Antonio Cambronero


Una famosa frase perteneciente al grupo humorístico y musical Les Luthiers decía: "La esclavitud no se abolió, se cambió a ocho horas diarias". Esta máxima que con toda probabilidad podría hacer reír a un ejecutivo agresivo de cualquier barrio financiero de Londres, Nueva York o Madrid, haría sin embargo permanecer inmutable a cualquier trabajador de uno de los muchos países orientales en los que no está permitido el derecho a sindicarse. O, por ejemplo, ninguna gracia a los familiares de una de las 200 obreras tailandesas que murieron abrasadas y atrapadas fabricando juguetes de Barrio Sésamo y Los Simpson.

La actual situación económica y tecnológica condiciona el funcionamiento de la empresa. Los derechos adquiridos y conseguidos tras décadas de lucha obrera se derrumban ante los nuevos mecanismos de la industria. Por ejemplo, es normal que sólo un bajísimo porcentaje de obreros pertenezca a la empresa. Cada vez es más frecuente que labores, antes realizadas por empleados propios, sean ahora llevadas a cabo por personal contratado. El servicio prestado por las empresas contratadas es más rentable económicamente hablando. Sin embargo, la mayoría de las veces, las actividades se subcontratan, con lo que naturalmente existe una pérdida de eficacia en la realización de las mismas.

El trabajo ya no está concentrado, la globalización impone un nuevo tipo de empresa y el trabajador experimenta un continúo cambio. Sin embargo, en un escenario de modificación constante, desaparecen la estabilidad laboral y los derechos de los trabajadores. Se utilizan toda clase de eufemismos para definir nuevas situaciones del trabajador como desvinculación (despido retribuido antes de tiempo), sector informal (sin ningún tipo de convenio o regulación), etc.

La globalización provoca progresivamente la famosa brecha digital, una separación, en el ámbito tecnológico, que convierte en un nuevo tipo de analfabetos a una gran parte de la aldea mundial y, en consecuencia, la empobrece radicalmente. Este abismo significa, que no sólo los países subtecnológicos carecen de la posibilidad de acceder a los beneficios de la nueva economía, sino que en ellos proliferan una serie de problemas sociales como redes de prostitución y trata de blancas, drogadicción, inmigración-emigración, destrucción de recursos naturales, etc. Las cifras son contundentes: más de las tres cuartas partes de los usuarios de Internet viven en los países de la Organización Para La Cooperación y Desarrollo Económicos, organismo intergubernamental que reúne a los países más industrializados de la economía de mercado. Sin embargo, en las naciones de la OCDE habita el 14% de la población mundial.

En este escenario globalizado, donde el mundo tecnológicamente predominante mantiene el B2B (Business to Business) y ha sucumbido a un modelo de negocio empresarial cuyo estandarte es la start-up (empresa cuyo único activo es el potencial del valor de sus acciones en Bolsa a corto plazo), los conceptos de capital y trabajo han sido engullidos por la empresa en red. El uso de Internet, por parte de las empresas, que modifica sustancialmente la forma de organizar la gestión, producción y distribución de sus productos, ha eliminado al trabajador como individuo imponiendo nuevas reglas en el juego laboral.

En la industria de principios del siglo pasado, lo importante era la productividad. Sin embargo, en el negocio empresarial de principios del siglo XXI, lo que prima es obtener ingresos y beneficios. Los inversores, verdaderos motores de la marcha económica, miran con lupa la rentabilidad de su dinero. Esto se traduce en que si el valor de las acciones de una empresa es alto, los inversores incrementarán su participación. El juego financiero moderno implica que a la hora de que los inversores aporten más capital, intervienen factores no tradicionales que nada tienen que ver con la productividad. Hoy, la valoración de la empresa, el valor de su acción, es bien distinta: puede aumentar invirtiendo en recursos tecnológicos, o simplemente dando a conocer su capacidad cinética. Cambios organizativos constantes, compras y ventas de empresas y filiales, despidos y contratación de personal son la razón de ser de la mayoría de las empresas actuales.

La hipótesis es: el trabajo, en el entorno de la nueva economía, es incompatible con sistemas empresariales clásicos, demasiado rígidos, con estructuras organizativas jerarquizadas, clasistas y sin recursos tecnológicos avanzados. Además las empresas tradicionales (no cinéticas) ven frenado su potencial desarrollo competitivo por esos incómodos y anticuados sindicatos. Implementemos, por lo tanto, negocios donde no existan jerarquías o éstas sean horizontales, se trabaje en equipo, bajo normas de calidad total, orientadas a procesos, sin posibilidad de asociaciones sindicales, sin horarios fijos pero prolongados e interminables, con sueldos bajos, con primas basadas en el valor de la acción (stock options), etc.

Naturalmente entiéndase el párrafo anterior con cierta ironía, pues efectivamente las empresas cinéticas cultivan una aterradora nueva clase trabajadora: un nuevo tipo de sub-empleado 24x7 (veinticuatro horas, siete días a la semana) y 3x3 (fórmula para todo proyecto: tres meses, 3 becarios para llevarlo a cabo). Otra hipótesis falsa es la de que una forma de fidelizar al trabajador es la de compensarle con opciones sobre acciones; sin embargo, además de que no deja de ser un riesgo para el empleado, la empresa se ahorra el dinero de los sueldos. Otra forma de incentivar, sin pagar, es la de permitir, al empleado, la utilización de una pequeña porción del tiempo para dedicarla a proyectos personales que pueden tener o no que ver con el negocio de la empresa.

La sociedad en red no desea empleados que permanezcan largos periodos de tiempo en una empresa ni que existan convenios laborales. Nada de derechos y obligaciones. Desaparición de los puestos fijos, los turnos de día y las quince pagas anuales. Flexibilidad, ése es el deseo del nuevo Gran Hermano que nos emplea. Todo en beneficio de los inversores, cuyas acciones se valoran en bolsa por la marcha de parámetros generalmente intangibles.

La necesidad del enfrentamiento, en la balanza de la e-modernidad, del trabajo tradicional contra la flexibilidad laboral es una hipótesis falsa que tiene, en el miedo natural al cambio, su mejor arma estratégica. Cualquier trabajador, técnicamente cualificado, con un número considerable de años de experiencia, en un cubículo cerrado de dimensiones mínimas, rodeado de prepotentes becarios principiantes recién salidos de la universidad y de inútil e incompetente personal subcontratado, asignado a un departamento sin estructura organizativa, con funciones compartidas con otras áreas y al que se le encomiendan tareas innecesarias disfrazadas de calidad total, proactividad, trabajo en equipo y recompensa por consecución de objetivos; no es que tenga miedo al cambio, o se le llame inadaptado, es que probablemente no desee perder sus derechos laborales adquiridos durante casi un siglo de lucha.

Casi terminando de dibujar este escenario del mundo laboral de las empresas tecnológicas actuales (cinéticas), citaremos los dos ejemplos más claros de propaganda a favor de este absurdo teatro empresarial. Por una parte, Daniel Goleman, autor de best-seller tan prestigiosos como "La práctica de la inteligencia emocional" (como llegar a ser un profesional competente), que predica que la única forma de enfrentarse a las situaciones cinéticas, al cambio constante, a las complicadas relaciones humanas, al trabajo en grupo y al liderazgo, es el conocerse a sí mismo y a los demás: "...aceptar las diferencias e integrarse activamente en el grupo....".

Por otra parte, Spencer Johnson y su "¿Quién se ha llevado mi queso?" que específicamente enseña cómo adaptarnos a un mundo en constante cambio. Otra muestra propagandística para convencernos de las benevolencias de integrarse en la locura del 24x7, las stock-options, los horarios interminables, las prejubilaciones, los cubículos y la calidad total. En la contraportada del cuentecillo de Spencer Johnson un empresario confiesa que en cuanto leyó el libro encargó ejemplares para todos los directores de su división técnica... y espera que ellos hagan lo mismo para la gente con la que trabajan. ¿Hace falta más explicaciones?.

Finalmente, no olvidemos que la moderna e-mpresa cinética está provocando nuevas enfermedades, siendo éste un problema que empieza a incidir sanitariamente en la sociedad como los work-alcohólicos, personas que no pueden dejar de trabajar, mermando su capacidad para las relaciones familiares. Otra patología, con un creciente porcentaje de afectados en términos de la población activa, es la relacionada con el denominado "mobbing". Los trabajadores afectados por éste fenómeno, son aislados en su entorno laboral, apartados de cualquier actividad por sus jefes inmediatos o despreciados por sus compañeros. Sin razón aparente ni lógica que justifique el vacío, la víctima suele caer en periodos de depresión.

No me he referido aquí a la esclavitud real, la que sufren innumerables trabajadores en países orientales, de conocidas firmas occidentales u otro de los muchos tipos de explotación existentes en el Globo. Me pregunto, simplemente, si acaso no es una nueva forma de esclavitud, en la que nos han sumergido las empresas en red, negocios que utilizan su capacidad para trabajar con Internet, como medida del valor intangible de su acción y cuyo objetivo es elevar continuamente dicho valor, sin preocuparse de los derechos tradicionales de las personas que prestan sus servicios. Me pregunto, en fin, si el trabajo ha dejado de ser un intercambio de bienes para generar riqueza (no sólo económica), en beneficio social de la comunidad, con derechos y deberes para cada parte; y se ha convertido exclusivamente en la mera consecución de la riqueza para los inversores.


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