Benedicto Vigo
Ahora que las fechas señaladas han pasado y hemos atravesado sin grandes heridas un año más los peligros que se nos ofrecen como tentaciones desérticas, a saber: la religión, su moderno sucedáneo el consumismo y el padre Noel con su ominosa y gigantesca presencia; los belenistas podemos presumir los triunfos y llorar las bajas.
El primer belenista fue Francisco de Asís, que como cándido patriota deseó que el nacimiento del Salvador sucediese en su valle natal. Para ello, reclutó los servicios de los muchachos de la orden terciaria, que a la sazón eran sus discípulos, y tras ardua negociación, de las seguidoras de la que llegaría a ser su novia en Cristo, Clara. El vestuario llegó gracias al patrocinio de la nobleza local, con la que Francisco y Clara estaban emparentados. Los muchachos y las muchachas se vistieron a la manera romana o palestina, según conviniera al personaje de cada uno. Clara fue la Virgen, el buen Bernardo se pidió al feroz centurión de la guarnición romana, Francisco asumió el rol de Angel Anunciador, lo cual le otorgaba la autoridad de la que hoy gozan los directores de escena. El cándido Junípero, el más humilde de los pobrecillos, rezó por que a él le tocase el papel del caganer, y sus oraciones fueron escuchadas. La escena, como el agreste lector ha ya adivinado, fue puesta en el valle de Asís.
Francisco observó que aquello era bueno y sólo echó en falta el manto de la silenciosa nieve. El Señor tuvo a bien concederle el capricho. Entonces deseó la presencia del Giotto para que inmortalizase con su pincel aquel bello teatro. Afortunadamente, el Giotto no había nacido aún; la labor de la inmortalización recayó en manos de un hebreo llamado Roel, que aunque ignoraba la verdadera fe, recibió para la ocasión el don de la manualidad. Y así se armó el belén.
Desde aquel día sabemos que la epifanía es posible en cualquier lugar del mundo donde haya un corazón dispuesto al prodigio, es decir, el arte del belén es regionalista, y por lo tanto, universal.
Arturo Baltar ha sabido hacer de Orense el lugar de la Navidad. En su belén Cristo nace rodeado de las plazas orensanas, de las campesinas que de madrugada acuden al mercado a vender su rianjo, del ciego con sus carteles, de los puteros que asisten al cuplé de La Coruñesa. Los transeúntes elevan la mirada hacia las acrobacias de la cabra que las acomete según los compases de la trompeta de un gitano. El belén vivo de Baltar se enriquecía anualmente con nuevas figuras, fruto de las avizoradas del artista. Últimamente, encabronado con el superior gobierno, Baltar pretende realizar el proceso inverso de retirar en lugar de añadir y así, desertizar el belén. Pero eso es anticiparnos al último caso de nuestra exposición.
Evaristo Calvo ha seguido la doctrina baltariana e imaginó su belén íntimo en el barrio rurindustrial de Meixonfrío en Santiago de Compostela. La Sagrada Familia atiende a su retoño en un cementerio de automóviles. José Rey pastorea sus cerdos lebreles a la orilla del camino asfaltado. Del autobús urbano número dos, bajan las viudas con sus flores en ramo y el rosario, en el que el alma toma refugio, en la mano. Los fervorosos mecánicos ofrecen latas de lubricante al dios bebé. El guardia municipal, en el papel del fiero centurión, demanda los papeles al rey negro.
En Holanda, en la iglesia que hace frente a la estación central de la ciudad del Amstel, tienen también un mundo en miniatura que celebra el acontecimiento que cumple la vida de Jesús. Es el miradesierto, si se nos permite una traducción literal. El miércoles de ceniza instalan una caja con arena. A medida que avanzan las semanas de la cuaresma, van añadiendo indicios de fertilidad: la sombra de una piedra, el espejo cantarín de un riachuelo, el verdor que lo oye, los primeros árboles de aluvión, el ser humano y otros animales, para llegar, el domingo de Pascua, día del fuego nuevo en que la ingestión de huevos viene mandada, a la figura del Cristo redivivo.
¿No le vendría bien a este Liliput holandés de la vida la presencia fertilizante del caganer?
Bienvenidos sean los desiertos holandeses a esta nuestra logia belenística. Quedan excluidos los coleccionistas de bolas con paisajes nevados, y en su versión oriental, las bolas otoñales sobre cuyo paisaje llueven o nievan las hojas secas de los árboles. Quedan fuera también los especuladores inmobiliarios, especialistas en casas de muñecas, ese belén interiorista y burgués. Y fuera los detentores de una modernidad bien intencionada pero laica que construyen sus belenes ferroviarios. Y por fin, son de exclusión forzosa los paladines de la guerra de sobremesa, aquellos cuya versión infantil es la que rinde tributo a la marca comercial por todos conocida: Exin.