Alberto Majoral
Un escritor mexicano que murió en el temblor del 85 escribió un cuento sobre un tipo que se alimentaba de lo que leía. Ya no me acuerdo bien, lo leí cuando su autor aún estaba vivo. El personaje del cuento, por ejemplo, se podía desayunar con unos cuentos de Arreola, algo ligerito y nutritivo. Para comer se leería Paradiso de José Lezama Lima, o una comedia de Calderón, acompañada de unos sonetos metafísicos de Quevedo; y para beber, algo fresquito de Garcilaso. Unas chuletitas de poesía no le vienen mal a nadie; a mí me gustan mucho las de Wallace Stevens. Para merendar, yo le recomiendo algo sabroso pero que no pudra la dentadura, tal vez unos textos cortos de Alvaro Cunqueiro. Algunas editoriales venden tapas por cien o doscientas pesetas. Todo el mundo sabe que no se debe cenar en exceso, a mí me ocurre que luego no puedo dormir. Los gastrónomos más avezados insisten en preparar sus menús únicamente con productos de temporada. Es buena idea porque se suelen evitar las hormonas y sustancias post-genéticas que necesitan las cosechas para sobrevivir lejos de su época. Así, según la temporada, yo le sugeriría al personaje de aquel cuento la Sonata de primavera (Valle-Inclán), el Sueño de una noche de verano (Shakespeare), El otoño del patriarca (García-Márquez) o el Libro del Frío (Antonio Gamoneda).
De vez en cuando, uno es débil y llama a la pizzería para que le traigan un best-seller. Conozco a quien se levanta a medianoche, va al frigorífico y se lee un par de capítulos del Quijote a escondidas, teme que le tomen por glotón. Hay gente que se atraganta de pasteles y poemas de amor de Neruda, después llegan a su casa con el apetito diezmado. Resulta repugnante ver a un gordo por la calle tragándose una novela de John Grisham; se sabe perfectamente que la población norteamericana padece de obesidad porque leen grasas de crimen y misterio y glucosas de Danielle Steel en exceso.
Nosotros, la gente que comemos en español, en cambio, estamos algo desnutridos, y conozco a gente que está anémica de lo poco que lee. Pero podemos confeccionar un menú barato y nutritivo para ayudar a estas personas a recuperar sus salud. El Ómnibus de poesía mexicana de Gabriel Zaid incluye las letras de canciones populares y de algunos corridos. No está mal para empezar. También se puede leer uno que otro poema del resto de la antología, pero sin excederse; tampoco me interesa dañarle el aparato digestivo a nadie. Los cuentos de Juan Rulfo contienen una sana cantidad de calorías y no caen pesados, son buenos para leer en verano. Cuando vamos de picnic siempre hay que llevar algo de Kafka, lo digo porque un poco de claustrofobia no viene mal cuando se pasan tantas horas al aire libre.
Comidas más sustanciosas pueden incluir algo de Julio Cortázar o de Borges, aunque debo avisar que la lectura sin medida de éste último puede causar estreñimiento. Si de verdad queremos recuperar la salud debemos leer a los novelistas del siglo diecinueve, excelentes para ayudarnos a afrontar los rigores del invierno. Yo, como la hormiga de la fábula, tengo bien abastecida mi biblioteca con libros de un alto nivel calórico: Dostievsky, Tolstoi, Dickens, Clarín y Pérez Galdós, además de la poesía completa de Robert Browning. No pienso pasar ni hambre ni frío.
No crean que soy tan trabajador ni previsor. También tengo algo de cigarra y leo cosas recién publicadas. Aquí no recomiendo nada porque depende del hedonismo y las glándulas salivares de cada quien.
El que se quiera poner a dieta debe leer únicamente cosas de Samuel Beckett, no cabe duda de que para adelgazar hay que sufrir, aunque tampoco se trata de morirse de inanición. Tengo un amigo que se puso en huelga de hambre y dejó de comprar libros. Los médicos lo conectaron a una botella de suero llena de aforismos de Nietzsche, lo que a mí me pareció de una violencia terapéutica excesiva. Con todo, tardó varios meses en recuperarse, pobrecito. A otro conocido mío le dio por leerse una novela entera de Mujica Laínez, creo que Bomarzo , ¡en una sola noche! Por suerte lo encontramos a tiempo, un par de párrafos más y se nos va; lo llevamos rápidamente al hospital, donde le practicaron un lavado de estómago y en pocas horas quedó como nuevo. Esto lo menciono a modo de aviso para que nadie piense que se me paga por promover el pecado la gula, me han dicho que hay otros más interesantes. Por ejemplo, no he dicho nada de Proust en todo el artículo, los interesados pueden encontrar sus obras en cualquier Boutique del Gourmet.
A mi me da envidia la gente que puede leer lo que le dé la gana, incluso en exceso, y no engorda. El otro día vi a una señora en el autobús que leía una novela de Rosa Montero; me parecieron sumamente desagradables los ruidos que hacía al masticar, la gente que lee esas cosas parece toda comer con la boca abierta. Otros padecen de bulimia, una enfermedad muy seria que requiere tratamiento psiquiátrico: leen mucho y luego te lo cuentan. Lo malo es que su memoria retiene poco, ya que no llegan a digerir lo leído. Algo parecido ocurre con los anoréxicos, personas que no pueden ni acercarse a un libro. Siempre piensan que les sobra cultura, o sea que están gordos. Pero vistos de perfil son casi invisibles. Mal asunto.
Otros padecen de gastritis, leen una página y la acidez de estómago los obliga a encender el televisor inmediatamente. Queda claro que la alta cocina no es para ellos. Los desdentados leen sólo papilla, comics y cosas por el estilo. Conocí a un tipo que le habían operado la quijada y no podía abrir la boca, tenía unos hierros que le mantenían la mandíbula inmóvil de manera que su madre le tenía que pasar todos los alimentos por la licuadora. Así se pasó seis semanas leyendo libros de autoayuda.
La última vez que estuve enfermo, no podía leer nada. No se trataba de nada grave, pero leía cuatro líneas y me mareaba. Así que Carmen, mi señora, me trajo unos libros en casette. Mientras convalecía, escuché toda la Ilíada, en voz de Derek Jacobi. Cuando se está enfermo hay que comer bien para poder volver a las andadas lo antes posible.
Ya ven ustedes que no soy un gran gourmet, ni siquiera un experto en nutrición, pero tengo una lista de lecturas bien equilibrada, una mezcla dieta mediterránea, que los expertos dicen es tan saludable, y de distintas cocinas europeas y americanas, sobretodo de la mexicana. Como buen mexicano está claro que seré aficionado al picante, pero esas lecturas las guardo debajo del colchón.
Por cierto, el personaje del cuento que mencioné al principio murió de indigestión después de leer Terra Nostra, de Carlos Fuentes. Espero que a ustedes no les haga falta un alka-seltzer después de leer este plagio.
Bon apetit.