Ahora mismo estarán las dos en cama, pero han llegado a ella por caminos distintos. Sudarán la misma gripe, que habrán contraído al cobijarse debajo del mismo cobertor con el que se guardan del frío cuando ven la tele, al comer del mismo plato amarillo comprado en un todo a cien o simplemente al respirar el mismo aire, como hacen por la noche las plantas trepadoras con el aliento humano. Viven juntas, y aunque la gripe la sudan cada una en su cama, lo cierto es que compartir piso, se mire como se mire y se llame como se llame —contrato, concubinato o coyunda—, es, ante todo, una forma de intimidad.
Pongamos que sus nombres son Isabel y María. Que, aunque no son hijas del pueblo de Madrid, Isabel es morenísima y María, más bien tirando a rubia. Que Isabel le lleva nueve años a María. Pongamos también que no acaban de simpatizar del todo, e incluso que en ocasiones se profesan una franca y mutua antipatía. María sospecha que Isabel la siente como amiga, pero también como rival. A Isabel le resulta sencillo querer a María cuando la nota abatida, tal vez porque eso despierta su instinto maternal, su reloj biológico, o lo que sea. En cambio, no soporta su tendencia a (desear) ser el centro de atención ¾objetivo que suele conseguir porque, con cierta frecuencia, se es precisamente lo que se desea.
Isabel juega el rol de Cenicienta, siempre entre fogones, desairada por alguna hermanastra y ocupada con las tareas más ingratas de la casa. María, por el contrario, prefiere a Blancanieves, que les abre la puerta a los desconocidos y se deja tentar por cualquier fruto brillante o cinta de seda. En sociedad, Isabel practica con maestría el difícil arte del protagonismo pasivo, que tantos y tan cuestionables resultados daba a nuestras abuelas. Cuando ama es abnegada, y la humillación es para ella el más puro modo de entrega. María desea, sobre todas las cosas, que la quieran. Más o menos, mejor o peor, pero, en definitiva, que la quieran. Su única forma de generosidad es, tal vez permitir ser amada.
Dicho lo dicho, lo más fácil sería dejarse caer por el tobogán del binarismo y terminar hablando del ying y el yang, del sol y la luna, del ser y la nada y, last but not least, del bien y del mal. Acaso sea más interesante ver en esta relación el mismo germen que alimenta todas las relaciones sadomasoquistas y, por qué no, seguramente también la mayor parte de las relaciones que solemos considerar "equilibradas". En todo antagonismo hay un trasfondo amoroso, y no hablo sólo de la tensión sexual, sobre la que tan bien nos alecciona el refranero ("amores reñidos, amores queridos", "del amor al odio no hay más que un paso"…), sino de la rivalidad como forma de vinculación afectiva. Es importante, ya lo sabemos, cuidar muy bien a nuestros enemigos, escogerlos con tino, perseverar en fobias personales. Dime a quien odias y te dirá quién eres. Quien a mal árbol se arrima…
Olvidémonos, por un momento, de Baudelaire y de toda la imaginería masculina que nuestra tradición ha venido proyectando sobre las relaciones —íntimas, privadas, o las dos cosas a la vez— entre mujeres. Ahuyentar esta vasta progenie de fantasmas no es del todo posible, y como prueba resuenan al unísono en mi mente el "Erguede, dixo Safo…" de Ferrín y el "Dues amigues" de Ferrater. Pero si jugase a hacerle oídos sordos a la que ya es también es mi propia manera de pensar, mi mente se instalaría precisamente en un piso como el que comparten Isabel y María. Dos diosas lares que rivalizan por la custodia de una misma casa ¾la casa, ese lugar que todavía se considera el dominio "natural" de la mujer. Porque la una tiene un pequeño algo de la otra, y ese pequeño algo las une tanto como las enemista. Si una duerme mal, la otra se levanta sobresaltada, y a menudo comparten el mismo sueño y la misma pesadilla. Isabel, que cierra la puerta de la casa y entreabre la del dormitorio porque tiene miedo a la oscuridad. María, que cierra a cal y canto la puerta de su cuarto y deja siempre entreabierta la que mira a la calle.
Supongo que no hará falta que les diga con cuál de las dos me identifico.