No acabo de saber exactamente el lugar que ocupo. Pues si trato de definirlo, al instante se desvanece. Si trazo una línea imaginaria con mi mano, de forma tal que recorra todo mi contorno –hasta donde mi mano alcance, desde luego–, procurando que el resto de mi cuerpo no se mueva un milímetro de su posición original, necesitaré de la otra mano para definir el contorno de la mano que se había encargado inicialmente de trazar el perfil de mi cuerpo. Pero al concluir la tarea, ya no recuerdo si mi primera mano empezó en este o en aquel punto, y tampoco me siento capaz de asegurar que mi segunda mano vuelve a ocupar exactamente el mismo lugar que ocupaba al comenzar la operación, pues no sólo la mano, sino también mi brazo y mi antebrazo se han movido con ella. Y así, trato de descifrar inútilmente el lugar que ocupo, hasta que me canso y doy por imposible la empresa.
Busco otros medios para lograr mi objetivo. Determinar el volumen ocupado por mi cuerpo tampoco sirve, pues si bien me aclara el hueco necesario para albergarme en el espacio tridimensional, nada me dice del lugar que ocupo en este preciso instante, que es lo que me he propuesto averiguar. Ni tampoco me lo dicen mis pies, dispuestos sólo a señalar en dos dimensiones sus huellas sobre la superficie, sin más.
Grave problema, presumo. No admito tampoco aparatos ajenos a mí mismo: nada de fotografías, cintas de vídeo o reproducciones más o menos fieles que traten de remedar mi apariencia, pero que nada me dicen sobre el lugar que ocupo. Pues desde luego el lugar que ocupan esas fotografías, o esas imágenes en movimiento de las cintas de vídeo, y mi imagen en ellas, no se corresponde en absoluto con el lugar que yo, ahora mismo, en este preciso instante, ocupo realmente.
¿Alguien puede ayudarme? Lo dudo. Si alguien fuera capaz de decirme exactamente el lugar que ocupo, desde luego que no me lo diría, pues el lugar que ocupo no es una palabra que pueda ser dicha. Es otra cosa. Es un lugar, desde luego. ¿Pero qué lugar? Tampoco una proyección infográfica en tres dimensiones, ni siquiera una supuesta representación virtual de mi cuerpo me sirven, porque ellas están a su vez ocupando otro lugar distinto al que yo ocupo, pues si ocuparan el mismo lugar que yo ocupo, desde luego no serían proyecciones infográficas ni representaciones virtuales, sino que serían yo mismo. Pero es evidente que tales representaciones no son yo mismo, sino que son, a lo sumo, meras representaciones –y podría ser que ni siquiera fueran representaciones, pues ¿qué es una representación?–, luego nada pueden decirme sobre el lugar que ocupo.
¿Desisto? Intuyo que el lugar que ocupo es evanescente, difuso, esencialmente móvil e inestable, cambiante, impreciso, aleatorio, que se construye a medida que se ocupa, que se dice a sí mismo sin decir nada, y que a medida que se desocupa se destruye, pues nada es en la fijeza de un instante. El mono gramático de Octavio Paz sembró la semilla de la duda: ¿Es la fijeza momentánea? Y en esa duda me tumbo a veces para decir palabras huecas, para ocupar lugares inasibles, para tratar de alcanzarme en un ademán de abrazo inabarcable, y procurar así –vanamente– decirme a mí mismo.