Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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MTC

Yo ya no soy lo que era, la verdad. Y menos mal. He dejado atrás la gran infelicidad de la juventud, que es la verdadera felicidad de la juventud, para llegar a otra felicidad, la de saberse incompleto, inútil para tantas cosas, cada vez más, sin futuro (el gran grito punk, que ahora sé exactamente qué significa), con escasa posibilidad de enmienda: la felicidad de llegar a aceptarse a uno mismo. Aunque podríamos borrarla de un plumerazo: ¿Es el uno mismo que uno acepta realmente el uno mismo que uno es, o sólo el uno mismo que uno piensa que es? En palabras otras, ¿al aceptarme a mi mismo, me estoy mintiendo una vez más, esta vez de manera más sofisticada, o por lo menos, subjuntiva? ¿Significa lo que creo que significa la mirada de conmiseración de mi chavala?

¡A que os lo habéis creído! Ay, queridas amigas personas lectoras, cuán poco me conocéis. El parágrafo de arriba no era más que una manera de empezar a escribir la columna que en este mismísimo momento tenéis ante los bizcos. La blanda realidad es que yo no tengo ni puta idea de nada, ni de quién soy, ni de qué coño hago aquí, o donde sea, ni por qué, ni nada. Ni siquiera tengo opinión. Escoged el tema, queridas amigas, que yo no tengo opinión propia al respecto. No os dejéis llevar por mis gritos, aspavientos, aleteos, aperturas prolongadas de las fosas nasales o autofustigaciones sexis de mi persona inmediática, todas y cada una aparentes señas de identidad columnística de un servilleta.

Ya sé que os sentís traicionadas. Ya sé que sin mí para respaldar vuestras opiniones os veis perdidas en la jungla televisiva que se hace pasar por nuestra vidas. Pero no os preocupéis. Os voy a dar la clave de mis éxitos. Sólo os pido que me lo agradezcáis de rodillas, o sea, como Dios manda. O sea, que os saldrá absolutamente gratis, amigas mías del alma.

La clave de mi rotundo éxito en esto del columnismo de opinión no es más, ni tampoco menos, que MARÍA TERESA CAMPOS. ¡Ella y sólo ella sostiene en sus manos inconscientes las riendas de mi vida como opinador profesional! Veo su programa todos los días, como es de absoluto recibo, ticket, factura, nota. Lo veo y tomo nota, muchos apuntes, lleno mi libreta con las perlas puras de su sabiduría televisable. Incluso he reservado una habitación del palacete con su propia pantalla de plasma y un altarcillo con velas de esas eléctricas que nunca se apagan, para rendirle culto.

María Teresa Campos es el Oráculo de Delfos de toda ama de casa y, lo que es más importante, de este columnista. ¡MARÍA TERESA, RAMIRO CABANA SE POSTRA EN TANGA ANTE TUS MALAQUEÑOS PIES Y TE PIDE QUE LE PEGUES!

Esperad, que dejo de salivar y os lo explico.

Vale. Allá voy. Cuando una está pasando la fregona o removiendo el polvo, a veces se siente muy sola, sobre todo cuando a una la acechan pensamientos de soledad. Entonces, para sentirse más acompañada, una enciende la tele y, loado sea San Cátodo, ahí está viendo pasar el tiempo y el cadáver de sus enemigos, MARÍA TERESA CAMPOS.

Siempre detengo un rato mis tareas del hogar y escucho con atención: todo lo que dice María Teresa es verdad. ¿Verdad? No. LA VERDAD. LA VERDAD ABSOLUTA Y PLENIPOTENCIARIA. LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA PURA VERDAD. Por eso le creo. Lo que diga María Teresa va a misa, y comulga dos veces.

Por ejemplo: si sale anunciando una crema para las verrugas anales que siempre nos salen en esta época del año de tanto estar sentadas ante la puta tele sin entender nada, yo voy y la compro. Si María Teresa lo dice, la crema es buena. Si mi heroína dice que el famosillo de mierda de turno la está cagando, yo voy y pillo papel del váter y se lo paso a las revistas del corazón, que no me pierdo ni una , aunque sea en la pelu. Si la una, grande y libre María Teresa dice que Aznar tiene razón, yo voto por Aznar, por lo menos para mis interiores. O mientras no haya elecciones generales. Y si María Teresa Campos dice que eso tan feo que está pasando en el País Vasco se tiene que solucionar de otra manera, pues yo opino lo mismo, aunque nadie tenga ni puta idea de cuál pueda ser esa otra solución.

Lo cierto es que nada más verla en la pantalla (que ahora no es de plasma, porque soy un ama de casa normal y corriente y sólo tengo una tele normal y corriente), me siento más tranquila. A veces me da por llamarle por teléfono para decirle lo mucho que me gusta su pograma, pero siempre comunica. Un día lo lograré, lo sé. Y le diré que su pograma es lo mejor del mundo, la sexta o septicémica maravilla, no sé cuantas quedan. Sobre todo después de lo de Nueva York. Espero que no me haga opinar sobre el tema del día porque, la verdad, no sabría qué decir. Tengo que poner mucha atención. Si llamo y no comunica, tengo que decir lo mismo que diga María Teresa. Porque yo siempre pienso que lo que ella dice es lo mejor.

Ahí lo tenéis, queridas amigas personas lectoras. Me he desdoblado en otro yo, cosa muy fácil, si uno carece de idea sobre cual será su verdadero yo. He explorado en mi más íntimo interior, que podría estar en cualquier parte, y ha salido esa persona (o máscara) que todos escondemos en un cajón recóndito para que la cara no se nos ponga, como asegura la canción, colorada: esa persona que no sabe qué pensar cuando y si se lo pregunta y que forma parte de la mayoría absoluta de las conciencias de nuestros y nuestras conciudadanos y conciudadanas votantes y votantas que echan su voto o su bota en la ranura o el ranuro en la elecciones generales o coroneles.

Yo, a esa persona la pongo en femenino. Vosotras podéis ponerla en masculino, si queréis, que para el caso vale lo mismo. Para ver la tele, uno puede cambiar de sexo cuantas veces le dé su real gana. Un servidor y defensor de las personas lectoras de esta columna lo hace y lo recomienda, y además, está seguro/a de que María Teresa le daría la razón.

Una cuestión o pregunta final: ¿Os habéis fijado que toda la gente que sale en el programa de María Teresa Campos le da la razón en todo, y que cuando ha dicho lo contrario, se retracta lo antes posible, no se le vaya a caer la lengua en un charco de inmundicias? Al Aznar le pasa lo mismo. Y a Florentino Pérez con la prensa deportiva. ¿Qué tendrán estas personas, que a las ideas contrarias son como el teflón? Sus opiniones valen más que las nuestras, claro, pero también valen más que todas las nuestras juntas, incluso más que todas nuestras vidas, juntas o por separado. Por eso, si tengo que escoger entre Josemari, Floren o Maritere, yo nunca desistiré de la Campos, que de las verdades absolutas, esas que nos hacen el día más llevadero, la suya es la mejor.

Bien. Ahí acaba el artículo. Pero yo (¿quién?) no he terminado aún. Lo que me falta por decir es: ¡FELICES VACACIONES! Eso a las que os vais a Benidorm ya. A las que no lo hacéis hasta agosto, ya os lo diré entonces. Chao.


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