Revista poética Almacén
Tele por un tubo

[Ramiro Cabana]

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Miscelánea

Todo lo que dan en la tele es una puta mierda. Ya sabéis que ese es mi grito de guerra, pero esta vez no lo he gritado yo. Lo oigo en los bares, por la calles, en los sex shops, en el súper: en todas partes me doy cuenta de que mi grito de guerra no es otra cosa que la expresión de un humilde y esbelto servidor de lo que es el verdadero sentir popular. Y si es el público el que piensa que lo que dan en la tele es una puta mierda, ¿para quién se hace la televisión?

Ayer mismo oí a una mujer en el autobús quejarse de que en la tele no dan más que concursos. Y yo me pregunto, poniendo cara de idiota (algo que por lo demás suele funcionar), ¿por qué tantos concursos?

Y me respondo, quitando la cara arriba adjetivada, que es porque esa es la televisión que más se parece a lo que se nos viene encima: el sálvese quien pueda de la guerra, la globalización y la gescarterización de la política local de nuestro país. ¿No se parece enormemente a una prueba del Grand Prix lo que está ocurriendo con las responsabilidades políticas del caso? La gente apuesta, y si pierde, le quitan la pasta. Puro concurso de la tele. Y pronto al que pierda lo enviarán a la guerra. Porque el lema de todo concurso televisivo, para con los perdedores, es: Nos ha encantado tenerte con nosotros pero ahora te toca IR A TOMAR POR CULO. El concurso televisivo nos enseña deleitando que ganar es lo mejor, pero que no todos podemos ganar, y la mayoría tendréis que ir (porque yo soy un ganador nato, eso está claro) a despiezadero, el hogar de todos los perdedores. El teleconcurso enseña a perder.

A otra cosa. Soy amante de la tele, y no me gusta Crónicas Marcianas. No me cae bien Javier Sardá. No me gusta su manipulación demagógica del público en el plató. Y muchas cosas más. Pero me cae MUCHO MUCHO peor Máximo Pradera. Su pobre imitación de Letterman y de los presentadores de programas nocturnos de la televisión americana (y los conozco, por haber vivido en ese país varios años) es pobre. Pobre. El toque Letterman es especial por su peculiar sorna. Porque ha sido capaz de proyectar el sentido del humor neoyorquino a la pantalla. Creo que Sardá se le parece mucho más, sin tratar de parecerse.

Para mi enorme sorpresa y de repente siento un gran respeto por Sardá. Y no, no me ha recetado el médico supositorios dos tallas más grandes. Lo que ocurre es que me enteré de que el día en que comenzaba la temporada para su programa y el de Pradera, Sardá decidió ir sin cortes publicitarios. ¿Lo pilláis? Si no hay anuncios, la gente no cambia de canal. Es absolutamente GENIAL. El tío es un absoluto maestro. Desde entonces he intentado ver su programa en más de una ocasión. Reconozco que me cuesta, pero por lo menos ahí está mi voluntad. Quizá algún día logre ver más de media hora seguida de Crónicas Marcianas sin tener que medicarme.

La última cosa que se me ocurre es que vuelve Supervivientes. ¿Os habéis hecho la misma pregunta que yo? La pregunta es ¿Y A QUIEN COÑO LE IMPORTA?

Más en quince días.

Hostia, no. No puedo aguantar callado hasta haber visto el primer episodio. La chorrada más chorrada de la temporada pasada vuelve con furia renovada. Ahora parece que no irá todo tan pre-pre-pre-grabado como antes, sino sólo pre-grabado. Lo cual quiere decir que todas las tetas y culos y pollas y coños quedan censurados por la virtuosa Telecinco. ¿Aún no han aprendido que la tele-realidad es lo más aburrido del mundo si le quitan la mitad de la realidad, o sea, la mitad de abajo? Yo lo que quiero es que vuelva la vieja Telecinco del Berlusconi, o quien fuera el italiano que la montó en primer lugar. Quiero que vuelva el espectáculo-basura. Ya he dicho que no me gusta nada Crónicas Marcianas, y es porque la tele-basura viene demasiado controlada, y porque todos los días sale la misma gente diciendo las mismas chorradas. Este desfallecimiento en la basura ¿será culpa del PP? Otra pregunta trascendental.

Sin tele-basura la vida es insoportable. Y no es sólo la gente en pelotas. Hay que poderse sentar ante el televisor y ver la humillación de los demás. Así nos tranquilizamos y sabemos que no somos los únicos imbéciles del hemisferio norte. Quizá por eso tenga tanto éxito el Corazón: ver a tanta gente poniendo las nalgas en la picota para disfrutar de unos despeinados quince minutos de fama, o dieciséis, nos alivia, nos consuela, nos obliga a preguntarnos por el precio del éxito. Y claro, el que nos dan sale carísimo, y así decimos: pues no, fíjate, yo prefiero mi vida privada y mi pisito de alquiler y mi curro tan cabrón. Así por lo menos vivo tranquilito.

Bueno, ya me he cansado de mi mismo. Venga: a ser famosos.



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