Revista poética Almacén
El entomólogo

Crónicas leves

[Marcos Taracido]

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Morir cada día

Nuestra capacidad de saber cosas sobre el universo irá decreciendo con el tiempo. [...] Cuanto más esperemos, menos veremos, que es justo lo contrario de lo que siempre habíamos creído.
Lawrence M. Krauss

Nuestra existencia es diminuta. El espacio que ocupamos, aquel que logremos recorrer paso a paso hasta el cansancio de la luz, no significa nada en las llanuras galácticas que ni siquiera conocemos. Nuestro tiempo, los días rotos uno tras otro, los minutos de todos los hombres de todos las épocas no suman en el tiempo de la última estrella que nuestros tristes ojos tubulares alcanzan a ver. Cuando miramos a través de la ventana el campo envejecido por la helada, cuando oteamos los valles, cuando mareamos los ojos desde el acantilado en ese espejo muerto que es el mar; cuando George Mallory vio desde la cima que su suelo estaba tomado por un océano de nubes; cuando los satélites nos enseñan nuestro mundo tan esférico y distante; cuando navegamos con nuestra mente y vemos a una partida de monos ya erguidos cruzando la pradera cotidiana: no salimos de nosotros mismos.

Ahora nos dicen[1] que cada vez saldremos menos de nosotros mismos: el universo se expande en aceleración constante: todo se separa y se aleja de todo y cualquier esperanza de entender qué es el tiempo y el espacio, de comprender qué hace la vida, se evapora. Ni nosotros, ni nuestros hijos, ni los hijos de los hijos de nuestros hijos, ni los hijos de los hijos... percibiremos ese alejamiento ni, por tanto, influirá en nuestro conocimiento del Universo, pero nos informa al menos parcialmente sobre nuestro papel en él: NINGUNO:

La Tierra será inhabitable aproximadamente en 2.000 millones de años, cuando el Sol cada vez más caliente produzca un efecto invernadero descontrolado. En 5.000 millones de años, el Sol aumentará de tamaño y morirá, y en el proceso reducirá la Tierra a cenizas (El País)

Nuestra existencia no tiene más trascendencia que la de una mariposa que vemos nacer y morir en el transcurso de uno sólo de nuestros días. Ni más objetivo que el de ser alimento de otras vidas. Cada nacimiento se parece demasiado al renovado empuje de Sísifo.

Sin embargo, tenemos la capacidad de sentir vértigo ante esta llanura de horizonte desolado. ¿No hay respuestas? En una escena de American Beauty chico y chica, ya enamorados, ven una grabación de video del primero: una bolsa de plástico transparente es elevada por el viento y sostenida en el aire en un baile improvisado. No recuerdo las palabras exactas que él le dice a ella al terminar la proyección, pero vienen a ser que en el asqueroso y torturado mundo en que viven sólo les queda la belleza. Quizás el precio que tengamos que pagar por nuestro cerebro sea la consciencia del dolor, la angustia y la desolación; pero el regalo, la única respuesta, es la comprensión de la belleza.

Morir cada día un poco más
recortarse las uñas
el pelo
los deseos
aprender a pensar en lo pequeño
y en lo inmenso
en las estrellas más lejanas
e inmóviles
en el cielo
manchado como un animal que huye
en el cielo
espantado por mí.

Blanca Varela


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[1] Artículo de Dennis Overbye en El País (9/1/2002): El desolador ocaso del universo eterno.


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