«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían de oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle»
Mateo, 2,1.
Ahí empezó todo. Y en apenas una centena de palabras más. Porque la historia de la adoración a los Reyes Magos, no es más que un párrafo marginal dentro de la Biblia. ¿Por qué con el tiempo fue ganando tanto peso? Yo no creo que fuese la visión comercial de un triste escriba. Los detalles —que eran tres, cómo se llamaban...— fueron viniendo con los siglos; y hasta el XIV no apareció el rey negro, que introdujo el monje Beda. Y menos mal, sino habría que haberlo inventado ahora con calzador; al respecto, que aún no haya intentado nadie —que yo sepa— transformar a, digamos, Gaspar en Gaspara, es prueba irrefutable del poder que todavía mantiene la Iglesia.
El caso es que, suponiendo —que es mucho suponer— que lo del primer párrafo de este texto pasara de verdad, sucedió UNA sola vez y con UN solo niño.
Y hoy, veintiún siglos después, sucede cada año y con millones de niños, con una diferencia fundamental: el regalo de los Reyes Magos era, finalmente, para José y María[1], mientras que ahora el regalo es para el niño, prueba irrefutable de que en nuestra sociedad el niño es el rey. Y la mirra, el incienso y el oro han sido sustituidos por la Playstation, la Barbi y el Action Man, otra prueba irrefutable, ésta de que la humanidad sí avanza. Nada que objetar sino fuese porque toda esa ilusión y ofrenda se funda en una falacia. Impune y alevosa, diría. Porque utiliza la disposición del niño a creer y su ignorancia del mundo que le rodea para convencerle de que todos esos regalos que se encuentra el día seis por la mañana se los trajeron los Reyes Magos.
En la primera fase de esta Mentira, el niño, imbuido desde pequeñito en la cultura del regalo mágico, no duda jamás: cree a pies juntillas lo que le digan[2]. En una segunda fase, quizás a partir de los seis años, cinco si el niño salió espabilado, el querubín empieza a plantearse algunas cosas: cómo hacen para estar en todas las casas a un tiempo, cómo tienen tantos juguetes, la ubicuidad de las cabalgatas... Los papás salen del paso, como pueden —tienen ayudantes, son magos, esos están disfrazados pero los de verdad...—, pero es en este momento donde la Mentira se agranda por reincidencia y por crear subMentiras que salven la Mentira primera. La tercera fase es un cachondeo. El niño —de ocho, nueve, diez, once años—, ya dotado de algunas de las características mentales del adulto, sabe a ciencia cierta que los Reyes Magos son sus padres; por su lado, los padres saben que el niño lo sabe; y el resultado es el lógico: ambas partes hacen creer al otro que no saben nada. El círculo Mentiroso se cierra así haciendo participar al niño en la Mentira ideada por los progenitores. Yo miento, tu mientes, él miente... También es cierto que hay niños que, afectados por los efectos secundarios de la Mentira, con diez u once añitos siguen creyendo firmemente en los Reyes Magos y tiene que venir un vecino a decirle que si es tonto, que los Reyes son tus padres, hombre, que a tu edad... y el niño desolado por la verdad acude a sus papás y les pregunta, y ahora sí le dicen la verdad porque la Mentira ya no es rentable y el niño llora y llora al ver que todo un mundo se le viene abajo. ¿Lo han cogido? Sí, yo era uno de ellos. Y debía de ser sumamente inocente. Recuerdo ir con mi padre a ver la Cabalgata de Reyes con unos 8 años. Pasaban las carrozas, tiraban caramelos y la gente se agolpaba para ver a los primeros y coger los segundos. Cuando pasó la carroza con el Rey Baltasar —ya saben, el de color: los otros son en blanco y negro— veo cómo éste se levanta de su trono, mira hacia nosotros y, haciendo aspavientos con los brazos, grita con todas sus fuerzas: TARACIDO, TARACIDOOOOOO, TARACIDOOOOOOOOOOO.
Que pasen ustedes un feliz año, quiéranse mucho y Miéntanse.
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[1] Porque ya me dirán ustedes qué demonios iba a hacer un bebé con una piedra y dos variedades de resinas aromáticas.
[2] Concluyo aquí con mi galería de pruebas irrefutables (PI), ésta a pie de página: que la sociedad occidental, con sus avances tecnológicos y humanos, siga creyendo en religiones con santos, milagros y dioses omnipotentes es una PI de que vivimos en una sociedad infantil.
Muchas gracias por esta oportunidad de crecimiento y de ideas.
Comentado por Efraín Gutiérrez De la Isla el 27 de Diciembre de 2003 a las 03:07 AMMuchas gracias por esta oportunidad de crecimiento y de ideas.
Comentado por Efraín Gutiérrez De la Isla el 27 de Diciembre de 2003 a las 03:08 AM