David era un muchacho, un niño apenas. Goliat, un hombre de dos metros, recubierto de gruesos metales, casco y armas de tecnología desconocida por los israelitas. Sobre la tierra del valle, el hombre de seis codos y un palmo de estatura sólo ve una sombra perturbando el aire antes de sentir un calambre que recorre el cuerpo y un cansancio de piedra en la frente. No hubo combate. En realidad fue el anticombate. Sin forcejeo, sin gritos y sin sangre, más allá de las gotas que pudieran escapar del agujero. Los alaridos vinieron después, con los filisteos espantados de ver caer a su gigante, corriendo para salvar sus vidas, cosa que, por cierto, no consiguieron porque los israelitas hicieron una masacre de su huida.
Pero, ¿por qué venció David?
Mando Saúl que vistieran a David con sus propios vestidos y le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió con una coraza. Ciñó a David su espada sobre su vestido. Intentó David caminar, pues aún no estaba acostumbrado, y dijo a Saúl: «No puedo caminar con esto, pues nunca lo he hecho» Entonces se lo quitaron.
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Austeridad, sencillez. David era práctico. Sabía que las defensas mal utilizadas son armas regaladas al enemigo. Sabía que la coraza y el hierro dificultarían la utilización de la que quizás era su única habilidad, la honda.
Cuando Goliat se ofrece a la pelea singular para acabar con la guerra entre filisteos e israelitas, espera cuarenta días a que alguien de entre las filas hebreas sea escogido para el combate.
Dijo David a Saúl: «Que nadie se acobarde por ése. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo.» Dijo Saúl a David: «No puedes ir contra ese filisteo para luchar con él, porque tú eres un niño y él es un hombre de guerra desde su juvetud.»
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Porque tú eres un niño. El efecto sorpresa; la soberbia del guerrero. La falta de estima en sus propias filas. Era un niño, pero ya había matado a los leones y los osos que asediaban sus rebaños. Además, fue el único en presentarse a la batalla, el único que, valiente u osado, vio posibilidades de victoria.
Saúl, quizás amparado en la seguridad del niño, le permite acudir al combate. David coge un cayado y cinco piedras para su honda.
Volvió los ojos el filisteo, y viendo a David, lo despreció, porque era un muchacho rubio y apuesto. Dijo el filisteo a David: «¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos?» Y maldijo a David el filisteo por sus dioses, y dijo el filisteo a David: «Ven hacia mí y daré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.»
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Goliat no tuvo miedo. Por eso murió. La falta de miedo y la abundancia de desprecio. Aquella cosa diminuta que se acercaba tan firmemente, no merecía su atención más que un mosquito. También hay mosquitos que inoculan muerte.
Ya lo dije: no hubo combate. Ambos se acercaron, pero David no esperó a que el gigante atacase primero. Cargó la honda y la propulsó hacia su enemigo. Pudiera haber fallado y entonces habría muerto bajo la espada de Goliat. Incluso hay que decir que tuvo suerte. Todos los elementos estuvieron de su parte. No hubo viento. No tropezó con el terreno. No se enganchó su mano en el zurrón al buscar la piedra. No dudó al ejecutar el movimiento con su brazo.
Apenas una sombra sobre los ojos hasta fundirse en un negro de tumba.
David venció por creer en sí mismo; David venció por ser menospreciado; David venció por usar sus virtudes; David venció porque pensó; David venció por ser pequeño.
David era mujer.
A Marcela, niña, cuyas únicas (h)ondas están en el pelo
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Palabra de dios, palabra del señor.
Eva.
La honda.