Mírense al espejo. Acérquense bien y observen su frente. Estírense la piel con los dedos y piensen que ocultos entre los folículos pilosos, invisibles para nuestros sencillos instrumentos de visión, viven cientos de parásitos que le devoran. Claro que no notará sus mordiscos ni bajarán sus defensas: estos ácaros son inocuos.
Las larvas de la avispa parasitoide crecen en el interior de una oruga alimentándose lentamente de la grasa y los órganos digestivos, mientras la mantienen con vida al respetar en su banquete el corazón y el cerebro.
Parásito: el que come en la mesa de otro. Suponen dos terceras partes de las especies. Esto significa que un tercio de los seres vivos trabajan para los dos tercios restantes.
Formas de vida que se instalan en organismos huéspedes a los que liban sus líquidos, comen sus tripas o suplen sus órganos. Un parásito del pescado devora la lengua de su anfitrión y se instala en lugar de ella.
Otros parásitos llevan una vida más ajetreada y peregrina: pequeños odiséos, sólo verán completado su ciclo vital mediante un turismo parasitoide que les llevará, por ejemplo, a habitar un caracol del fango, saltar desde allí a una pulga y esperar entonces pacientemente a que la nigua sea capturada por un ave, lugar donde depositará sus huevos, que serán excretados para comenzar de nuevo el ciclo.
Claro que no todos los parásitos son microscópicos. Pulgas, moscas, mosquitos... la deliciosa lamprea que se harta de la sangre de otros y que a su vez los humanos engullimos, eso sí, con arroz, que que yo sepa no se aprovecha de nadie. Una tenia puede llegar a medir diez metros dentro del intestino de cualquiera de nosotros y acompañarnos a todos los sitios durante diez años. Hay ballenas que surcan los océanos paseando a tenias de 30 metros en su interior.
Roon Grebelek[1] dedicó gran parte de su cuaderno número VIII a un parásito ambulante del que tuvo sus primeras noticias leyendo el Tractatus mirabilia, y del que no hay indicios científicos de su existencia más allá de los que da el propio Grebelek. Se trata, según él, de un insecto alado de tamaño similar al de una hormiga. ¿Qué parasita? Parasita sombra. Parece ser que vuela a tres o cuatro milímetros del ser vivo al que acompañe en ese momento siempre en su lado sombreado y en constante vaivén acompañando los movimientos de su huésped para evitar la luz directa. ¿La razón? La luz les hace visibles y, por lo tanto, presas de otros predadores. A la sombra, y eso es lo que interesaba a Grebelek, era invisible. El Fisiólogo se refirió a él como el habitante del viento (habitator venti). Otro día hablaré más de él.
El caso es que la naturaleza ha habilitado complejísimas formas de vida para que se aprovechen de los otros devorando sus órganos, chupando su sangre, comiendo su comida, esclavizando.
Mírense al espejo. Sobrepásenlo, atraviesen el cristal y elévense sobre la tierra como si de un microscopio invertido se tratasen: quizás se vea a usted mismo, mezclado entre otros miles de su especie, como una colorida costra que devora con ansiedad el planeta.
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Científicamente parásitos
Parásitos terráqueos